jueves, 19 de octubre de 2017

DON JUAN


Su nombre completo era Don Juan Adhemar De Souza Netto, pero a él le gustaba que le dijeran Don Juan.
Bueno, le hubiera gustado que le dijeran así, si alguien alguna vez le hubiera hablado.
Pero Don Juan era invisible.
Se dio cuenta de viejo ya, una vuelta que iba bajando en el ascensor y cuando saludó a la vecina del octavo la doña siguió mirando la cuenta de la luz como si nada.
Don Juan empezó a prestar atención… Cada vez que saludaba a algún vecino en el ascensor, le pasaba lo mismo… La gente seguía mirando el monótono transcurrir de los pisos, por entre las rejas… Empezó a tener cuidado, no fuera a ser que lo apretaran con la puerta al salir, o algo.
Otras veces le pasaba en la calle. Se cruzaba con algún conocido, o ex alumno de sus épocas de maestro rural, o algún pariente más o menos lejano. Siempre le pasaba lo mismo.
Don Juan se sacaba el sombrero, aprontaba su mejor sonrisa y se quedaba esperando la respuesta que nunca llegaba…
A veces pasaba que le parecía que lo saludaban, si. Pero en esas ocasiones se asustaba un poco. Llegaba a correrse, como evitando esa mirada que no era para él.
Y allá iban las miradas, a estrellarse contra las paredes sucias y grises.
-¿A nadie se le iba a ocurrir pintar las paredes de colores? – pensaba Don Juan.
Le gustaba caminar despacio, mirando la gente, los pájaros, los autos.
A veces se iba hasta la feria con el mate, y pasaba horas mirando los feriantes, escuchando los diálogos, los regateos, las ofertas. Le gustaba pescar pedacitos de conversaciones, e imaginarse el resto.
Horas pasaba Don Juan así…
A veces se sentaba en un banco, a leer. O se iba hasta la rambla, a mirar el agua. Le encantaba mirar el agua.
Cada vez que sonaba el teléfono, Don Juan imaginaba un mensaje de sus hijos, o de sus hermanos que vivían lejos, o alguien que se acordara de él. Pa putearlo, aunque fuera.
Pero nunca era así. Don Juan era invisible, pero a veces se olvidaba…
Le gustaba imaginar cómo sería si fuera diferente. Si la gente lo saludara, le mandara algún mensaje, lo invitara a tomar unos mates, a pescar, a caminar…
Hasta que una vuelta, Don Juan se aburrió. Fue hasta la terminal de ómnibus y se tomó el primero que vio. No preguntó a dónde iba.
-Deme un pasaje pal que vaya más lejos!! – le dijo a la asombrada gurisa de la ventanilla.
Se acomodó contra una ventanilla, allá al fondo. Se sacó el saco, lo dobló y lo puso como almohada.
Apoyó la cabeza tranquilazo, dispuesto a mirar para afuera todo lo que pudiera. Hasta que se le cansaran los ojos.
- Hasta que el cuerpo diga basta…-pensó Don Juan
No le importaba. Nadie lo iba a extrañar.
Total, él era invisible.

Julio Perera López 18/10/2017

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