lunes, 12 de julio de 2021

21 DE NOVIEMBRE

 De pronto todo cambió. Alguien lo agarró de los pies y los haló fuertemente hacia afuera, mientras una mano lo sostuvo de la nuca. Se sintió colgando, cabeza abajo. No entendió lo que estaba sucediendo. Luces enceguecedoras, gritos, ruidos metálicos, dolor, miedo. Alguien gritó que era muy grande. Alguien más dijo algo sobre la pérdida de sangre, la necesidad de una transfusión, o algo así. Gritó, lloró, apretó los puños. Deseó que se detuvieran.

Alcanzó a distinguir un par de voces, pero no podría asegurar si pertenecían a las mismas manos que lo agarraron por primera vez. Eran voces conocidas, de eso estaba seguro. Intentó comprender, pero no lo consiguió. 

Quiso arrepentirse, pero era tarde. Hubiera preferido no pasar por todo eso. Pero no le preguntaron. 

Él estaba mucho mejor antes, en un lugar seguro. Si hubiera podido elegir, tal vez todo hubiera sido diferente, Pero ya era tarde. Había nacido.

sábado, 10 de julio de 2021

DIA DE SUERTE

 Martes 13 de Julio de 2021. Londres. 


Una niebla espesa, venenosa e irrespirable invade la madrugada londinense. Un gato negro pasa bajo una escalera frente al 1313 de Bad Luck Street, justo en el momento en que suena el teléfono en el escritorio del otrora distinguido detective de la Scotland Yard, el Inspector Winston Mc Cartney.

 Cansado, somnoliento, y con una resaca de antología, el barbudo y ojeroso inspector tantea con su izquierdo bajo la cama, intentando infructuosamente localizar su huidiza pantufla; mientras el teléfono continúa con su ensordecedor repiqueteo.

 A su lado, un vestido amarillo, un paraguas abierto aún mojado, y una mujer desnuda, le recuerdan al viejo detective la intensidad de las últimas horas.

Una serie de asesinatos, misteriosamente relacionados con supersticiones, lo tenían intrigado, atormentado, malhumorado y alcoholizado desde hacía varias semanas.

No lograba desentrañar las pistas, confusas. Para colmo él no creía en la mala suerte y todas esas supercherías de viejas brujas.

Sea quien sea que llamaba, ya había cortado. El contestador automático parpadeaba su luz roja.

Fue hasta la cocina a hacerse un café con la esperanza de despejarse un poco. Cortó el sobre de café, dejó la tijera abierta sobre la mesada, volcó un poco de sal en el intento de alcanzar el frasco de azúcar, pero lo consiguió. Tenía su café. Ahora sólo le faltaba lavarse un poco la cara, a ver si se despertaba.

El espejo del baño, roto por él mismo en un descuido, le devolvió una cara avejentada, con barba de varios días, con los ojos hinchados, rojos. Casi no se conoció.

Tampoco conoció la voz en el contestador, que le decía una y otra vez:

-Hoy es su día de suerte, Inspector. Le toca a usted.