jueves, 25 de septiembre de 2025

SAUDADE

 *Saudade*

Ser criança é ser inocente, é ser feliz, e não ter saudade. 

Ser criança é estar cheio de sonhos, de imaginação, de alegria.

Ser criança é estar brincando o tempo todo com os coleginhas. De esconde-esconde, de boneca, de pular corda.

 Quando você morava numa casa grande, passava as férias com o seus avós, e seu mundo era um quintal de brinquedos. 

 Depois o tempo passa, e a gente se machuca com a realidade de trabalho, problemas, saudades, desejos, mágoas...

Ser adulto então se reduz a ter saudade de ser criança, se acordar cedo, com vontade de brincar. Mais não poder...os adultos não brincam, não riem, não choram.

 Mais, as vezes, a gente esquece ter maturado, e brinca, e dança,  e volta a ser uma criança, e a saudade vai embora. 

 E, as vezes, a gente acha que a verdadeira sabedoria é voltar a ser criança.

sábado, 30 de agosto de 2025

EL VIAJE DE FELI

 EL VIAJE DE FELI

 Felipe tenía 13 años cuando hizo su primer viaje, lo cual no es mucho ni poco. Era la edad justa para él. Las cosas suelen suceder a la edad justa en que tienen que suceder.

Es cierto que no era la primera vez que salía de su casa, pero era la primera vez que lo hacía tan sólo. El matrimonio de sus padres estaba en crisis, y su padre se había ido algo lejos, sólo, a un rancho en la costa. 

 Por alguna razón que Feli desconocía, tal vez porque le gustaba estar con su padre, pese a las mutuas dificultades de comunicación, o porque era el momento justo de hacerlo, o porque la vida a veces te pasa por arriba, te revuelca como una ola y te deposita en otro lado, apareció allá lejos, en el rancho de su padre, una fría tarde de otoño. Era su primer viaje sólo.

No se puede decir que tenía miedo. Bueno, sí, un poco. Él no era precisamente un niño valiente. Más bien, como todo preadolescente, era tímido y retraído, con algunos miedos, y no muy acostumbrado a que su padre lo dejara sólo y se fuera lejos. 

Pero allá fue, con instrucciones más o menos precisas de dónde bajarse del bus: en el medio de la nada, pasando la carpintería de Mario, donde está el almacén. Ahí lo esperaría su padre.

Subió al ómnibus y se sentó del lado de la ventanilla, en uno de los asientos de adelante, cerca del chofer. Tenía miedo de pasarse, de dormirse, de no saber dónde bajarse, de perderse. 

El trayecto era bastante largo, así que no logró resistir el sueño y se durmió un rato. Cuando despertó, faltaba poco para llegar. O eso le dijo el chofer. No tenía más remedio que confiar, así que se bajó donde le indicaron. Vio alejarse el ómnibus, se sentó al borde de la carretera y esperó. Hacía frio y estaba sólo. 

Al rato apareció su padre. Se había demorado preparando todo para la mañana siguiente, para hacer un paseo que prometía ser una aventura extraordinaria, de esas que Feli soñaba con vivir algún día. Su vida no era demasiado excitante, así que le encantó la idea del paseo sorpresa. 



El día siguiente empezó temprano. Apenas clareaba cuando su padre lo despertó con todo pronto. Desayunó medio dormido, viendo cómo su padre cargaba el kayak, los remos, los chalecos salvavidas, el ancla, la ropa de abrigo bien resguardada en bolsas de nylon dentro de una tarrina, algo de comida, y cuerdas de repuesto.

Se acomodó en el asiento de atrás de la camioneta, y aprovechó para dormir otro ratito mientras llegaban al punto de partida: la naciente de un arroyo, cerca del puente grande. Allí los esperaban otros compañeros de viaje, que él no conocía. Había canoas, otros kayaks, gente, y hasta un perrito pekinés que enseguida empezó a hacerle fiestas. 

Con ayuda de su padre subió al kayak y se sentó en el asiento de adelante, pronto para aprender a remar. Su padre le dio todas las indicaciones, y le dijo que estuviera tranquilo, que siempre, siempre, iba a estar atrás suyo, cuidándolo. Pero, eso sí, él debía remar. Era su responsabilidad avanzar y decidir el rumbo.

 Como era su primer viaje en kayak, empezó con un poco de miedo. No sabía remar muy bien, se sacudía de un lado a otro, se acercaba demasiado a la orilla, se cansaba. Pero cada vez que se daba vuelta y miraba, ahí estaba su padre sentado en el asiento de atrás, no remando, sólo mirándolo y dejando que se equivoque.  Eso lo tranquilizaba.

Las horas fueron pasando, mientras el arroyo atravesaba campos, bañados y pajonales. Muy cerca del momento en que estaba por rendirse, llegó el momento de parar un rato, descansar un poco, comer algo y jugar otro ratito con el perro. Pero aún faltaba lo mejor.

El arroyo desembocaba en una inmensa laguna, junto al mar. La fuerte corriente del océano entraba en la laguna, formando grandes olas que amenazaban con dar vuelta las canoas, inundar los kayaks y mandar al agua a más de uno. 

Había que acercarse a la orilla derecha, del lado del pajonal, remando con fuerza y sin miedo. Así le dijo su padre, mientras remaban ambos con todas sus fuerzas. Se había puesto difícil, la corriente metía miedo, pero darse por vencidos no era una opción. Iban a lograrlo juntos.

Pasó un largo rato hasta que pudieron, bordeando el pajonal, llegar a una pequeña bahía rodeada de sauces llorones. Hubo que dejar de remar y en su lugar usar los remos como palanca, apoyándolos en el fondo barroso. Pero finalmente lo habían hecho. Sólo faltaba cargar el kayak y caminar los cien metros que los separaban del camino vecinal en donde los iban a ir a buscar.

Habían pasado varias horas, y habían remado más de dieciocho kilómetros desde la naciente del arroyo hasta casi llegar a la desembocadura en el océano. Y había sido una jornada intensa.  Feli estaba cansado y feliz. Ya no tenía miedo. Ya había completado su primera travesía. 

Un par de días después volvió, otra vez sólo, a la capital. Su padre lo despidió con una abrazo fuerte, y el pecho lleno de orgullo. Él volvió a su rutina, al liceo, a la vida conocida. Pero ya no sería el mismo después de haber vivido aquella aventura. 

Vendrían otras, por supuesto. Otros peligros, otras olas que lo iban a amenazar, otras corrientes más grandes y peligrosas, otras orillas de las que debería alejarse, y algunas a las que debería acercarse a descansar y estar seguro.

Lo esperaban otras aventuras en las que su padre no iba a poder acompañarlo.

Aunque, de algún modo, él sabía que lo estaría mirando desde el asiento de atrás. 


sábado, 19 de julio de 2025

HORROR

 HORROR

Estuvo un rato largo en silencio, buscando la palabra justa. 

Pero antes, cuando recién venía llegando al rancho, estuvo buscando en sus recuerdos otras cosas: su gente, sus afectos, y hasta a su cuzco, que también extrañaba.

Había pasado mucho tiempo, eso sí. Cuando vinieron a buscarlo recién arrancaba 1903, y ya había relajo con el gobierno nuevo. El General andaba buscando gente y caballada, y cuando se descuidó ya habían venido por él. Apenas le dio pa despedirse de su mujer y darle un beso en la cabeza al gurí que jugaba en el patio. De eso hacía mucho, o eso le pareció a él. 

Mucha agua había corrido desde entonces. Acampadas a orilla de los arroyos, varios encontronazos con las tropas del gobierno, hambre, y cansancio. Tenía varios degollados en su haber, que no le pesaban tanto. Uno se acostumbra a todo en campaña. Muerte, mucha muerte habían visto sus ojos cansados. Hasta la propia muerte del General, allá por Masoller. 

Ahí fue que se dispersó la gauchada. Cada uno pa su pago, y a otra cosa. Habían pasado casi dos años, calculó. Y no era de errarle mucho. Era fino pa calcular. Le erraba poco.

Eso sí, nunca hubiera podido calcular la escena que se iba a encontrar a su regreso. Por más que muchas noches se acordaba de su rancho, su mujer y su cría, ese recuerdo estaba congelado en el tiempo. Los recordaba como eran aquella tardecita de enero, cuando ella entraba la ropa y el gurí jugaba en el patio. Como si aquella escena hubiera sido pintada, y no real. 

Pero la realidad que lo esperaba era otra muy distinta. Del rancho quedaban el horcón del medio, el de la cocina, y la pared del fondo, donde supo estar la cocina a leña. Había, al costado, un montón de terrones y unos palos a medio quemar, donde antes estaba el otro rancho, el de dormir. 

El gallinero medio en pie, pero desvencijado, torcido. La cachimba, con sólo el brocal de piedra a medio derrumbar, le sirvió al hombre para descargar en ella toda la furia, todo el dolor, cuando divisó allá al fondo atrás de la huerta, dos montones de piedra con dos cruces de madera. 

Sucio, cansado y lastimado, volvió hasta donde pastaba el tubiano. Desensilló, le pegó una palmada al compañero de tantas horas, y volvió sobre sus pasos con el lazo en la mano.

Fue hasta donde terminaba el monte de eucaliptus, donde empezaba la pampa infinita. 

-Carajo! ¡Tanta muerte por esto! -pensó.

Su soledad se perdió en la inmensidad, donde un caballo viejo y flaco masticaba el pasto reseco.

Miró el viejo ombú, grave, enorme, solitario. Una pareja de cuervos, que parecía presentir el desenlace, esperaba paciente. El tiempo nunca fue problema en aquella inmensidad.

Miró por última vez el miserable hilo de agua que alguna vez fue escenario de pescas con su gurí. Ahí mojarreaba despacio, pitando, mientras el mocoso tiraba piedritas. Parecía que había sido hace tanto tiempo…

Revoleó el lazo, hizo un nudo corredizo, se trepó a un pedazo de tronco, se ajustó perfectamente el lazo en el pescuezo, y fue justo antes que se apagara aquella luminosidad crepuscular cuando se acordó de la palabra que venía buscando.

-Qué horror al pedo! -murmuró. Y pateó el tronco seco.


viernes, 18 de julio de 2025

MI SUPERHEROE FAVORITO (versión sonora)

 En el siguiente link se puede acceder a una versión reducida del cuento Mi superheroe favorito, con la narración correspondiente:

https://sonoro.orsai.org/cuento/o8khbxf5ujuw4vnqi9mwwxjw


PARA MERWIN



Querido hermano: ya es tarde.

Te fuiste y no nos dimos ese prometido abrazo.

Por lo menos hablamos, nos despedimos, y pude, a mi manera, acompañarte en el proceso.

Me hubiera gustado estar contigo cuando te fuiste.

Tendría que haber estado ahí, de hecho.

Y creo que nunca me voy a perdonar no haberme tomado ese avión para ir a estar contigo.

Puta madre!

Por eso te escribo ahora que ya no puedes leerme, en un inútil intento de agradecerte todo lo que me enseñaste sin palabras, con tu ejemplo.

Mi vida hubiera sido muy diferente si no te hubieras cruzado en mi camino aquella tarde en Floripa.

No sería quien soy, ni estaría acá, com saudades de você.

Hasta siempre, Yo


lunes, 14 de julio de 2025

PARA ISAAC

 Hijo: 

Cuando leas esta carta ya estarás en Uruguay, empezando una nueva vida con tu papá y tu hermanito.

 Ojalá sea pronto, antes de que aprendas un nuevo idioma y te olvides de nuestra lengua. Yo tuve que quedarme acá porque estoy muy enferma y no hubiera resistido el viaje. Probablemente ya no esté aquí y tu papá se haya vuelto a casar, tal como lo indican nuestras tradiciones. 

A propósito, no te olvides de tus raíces. 

Recuerda siempre tu querida Izmir, tu barrio Karataş, el ascensor que subíamos juntos, el teleférico al que los llevaba tu papá, y sobre todo no te olvides de ser fiel a ti mismo, siempre. 

Que eso sea siempre más importante que las tradiciones. 

Te amo, Mamá

martes, 3 de junio de 2025

APAGÓN



Era de noche. Había apagón aparentemente, pero se sentía raro...
No sé por qué no había luz, pero mi esposa tenía razón. Tenía que ir hasta el tablero y levantar la llave.
El problema fue que cada vez que subía una llave, se volvía a bajar sola. Pero no porque hubiera un cortocircuito y saltara la llave, no. Era como que alguien, o algo, las bajaba. 
Esa era la sensación. Inexplicable, pero era eso.

Era una sensación física, más que una imagen dentro del sueño. Como bien física, bien corporal,  fue la sensación de que algo, o alguien me tocaba el brazo izquierdo. Creo que fue ahí que se me puso la piel de gallina. Miré hacia ese lado para ver cómo, desde el fondo del oscuro pasillo avanzaba hacia mi un ser de dos cabezas. Chiquito como un niño, y tal vez por eso más aterrador.

Lo golpeé con lo que tenía más a mano, un taburete de madera, y el engendro de despedazó por un instante; sólo para volver a rearmarse y atacarme.

Ahí grité. Ahí mi esposa me despertó. Estaba erizado. Todavía tengo miedo de volver a cerrar los ojos.