Era de noche. Había apagón aparentemente, pero se sentía raro...
No sé por qué no había luz, pero mi esposa tenía razón. Tenía que ir hasta el tablero y levantar la llave.
El problema fue que cada vez que subía una llave, se volvía a bajar sola. Pero no porque hubiera un cortocircuito y saltara la llave, no. Era como que alguien, o algo, las bajaba.
Esa era la sensación. Inexplicable, pero era eso.
Era una sensación física, más que una imagen dentro del sueño. Como bien física, bien corporal, fue la sensación de que algo, o alguien me tocaba el brazo izquierdo. Creo que fue ahí que se me puso la piel de gallina. Miré hacia ese lado para ver cómo, desde el fondo del oscuro pasillo avanzaba hacia mi un ser de dos cabezas. Chiquito como un niño, y tal vez por eso más aterrador.
Lo golpeé con lo que tenía más a mano, un taburete de madera, y el engendro de despedazó por un instante; sólo para volver a rearmarse y atacarme.
Ahí grité. Ahí mi esposa me despertó. Estaba erizado. Todavía tengo miedo de volver a cerrar los ojos.
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