domingo, 19 de noviembre de 2017

CARLOS ESTEBAN



CARLOS ESTEBAN


CAPITULO I
Se tiró hacia la derecha tratando de adivinarle la intención y alcanzó a ver, con el rabillo del ojo, cómo la pelota entraba despacito picando y rebotando contra las piedras, por el medio del arco.
Y eso que su entrenador, Rubén, le había dicho clarito:
-Hay que hacer lo que hay que hacer!!! No importa la intención del otro. Importa tu decisión.
Pero muchas veces le pasaba lo mismo. Se debatía entre su decisión, lo que le parecía que tenía que hacer; y el deber ser, lo que le decían que tenía que hacer.
Era buen golero, aunque a veces fallara. La cancha estaba hecha pedazos. Quedaba apenas un poco de pasto en las esquinas, nada más. Y el resto tierra seca y piedras. Tirarse era poco menos que suicidarse.
Pero él había nacido para ser golero. O por lo menos, se había convencido de eso.
Le gustaba estar atrás, cuidando todo. Se sentía seguro, poderoso, siendo una especie de guardián del tesoro. No importaba lo que pasaba allá arriba, en la otra área. No importaban los desbordes de los punteros, ni los centros al área. Daba lo mismo un foul, un offside o un tiro de esquina. Él estaba ahí, al firme. Podían estar tranquilos todos. Él estaba ahí atrás.
A veces, cuando las cosas salían bien y su equipo hacía un gol, hasta se perdía los festejos. Pero, ¿qué iba a hacer?
Él era Carlos Esteban, el cuidador del proyecto, el guardián del tesoro.
CAPITULO II
Carlos Esteban estaba en plena faena.
Trepado a una escalera, cosechaba las manzanas de su huertita. Con cuidado, casi que con amor, las sacaba una a una y las iba poniendo en los cajones.
Ya se había acostumbrado. Casi todas las tardes caían dos gurises del barrio, el Vasco y el Gallego.
-Dele, Don Carlos. Hable con el técnico. Nosotros tenemos lugar en ese equipo. Nos tenemos fe. Sólo nos tienen que dar una oportunidad. Nada más. Le juramos que no lo vamos a defraudar.
En un equipo de hombres grandes, hacerle lugar a un par de gurises no era tarea fácil. Además, se venía la final del campeonato. Pero, ¿qué le e intentarlo?
-Está bien. Quédense acá y ayuden a arrancar manzanas. Yo ya vengo. Voy a hablar con el técnico.
CAPITULO III
Lo encontró conversando con Brande, su mujer, en la puerta del comercio.
-Disculpe, Rubén. Tengo que hablar con usted. Mire, tengo dos botijas del barrio que se tienen mucha fe. No sé mucho de ellos. Sé que los dos estudian veterinaria. A uno le gustan los caballos y al otro los perros. Eso es todo lo que sé. Pero insisten tanto, que… ¿Quién le dice, no?
Rubén se sacó los lentes, los limpió, se los puso de nuevo. Lo miró…
Era un técnico muy respetado. Se decía que había renunciado a un cuadro grande, donde había mucha guita y tenía el futuro casi asegurado, para irse a dirigir un cuadro del interior. Y lo había sacado campeón. Eso se decía. Anda a saber…
-Mira, Carlos Esteban. Vamos a hacer una cosa. Tráelos a la práctica de mañana y vemos. Tá? Sabes que se vienen partidos importantes, y no nos podemos regalar. Pero me gustan los botijas que se tienen fe. Tráelos. Los voy a probar.
CAPITULO IV
El Club Social y Deportivo La Luz apenas tenía cancha. Los vestuarios eran una pieza de bloques sin revocar, unas duchas con agua fría, unos bancos y unos clavos en la pared para colgar la ropa. Nada más. Pero era el cuadro del pueblo. Y eso no es poca cosa.
Los gurises llegaron temprano, acompañados por Carlos Esteban. El Vasco Felanto era un gurí tranquilo, callado, que parecía hasta miedoso. El Gallego Mafran era todo lo contrario. Con los pelos de colores, parecía que si lo dejaban se comía la cancha.
-Vamos a ver…Pensaba el veterano golero del La luz… Ojalá no me dejen pegado…
Después del calentamiento de rigor, empezó la práctica.
-Ustedes quédense atrás, cerca del golero. – Ordenó el técnico
Y al principio no hubo sorpresas. El Vasquito parecía que no se animaba a subir, jugaba tímidamente, como con miedo a equivocarse.
-Dale, botija!! Tranquilo que yo estoy acá!!!- gritaba el golero
El otro sí. Se comía la cancha. Hablaba, gritaba, subía, marcaba, no le daba bola a nada. Hacía lo que quería. Tenía una personalidad increíble el gurí.
Terminaron 4-2 contra un cuadro del pueblo vecino, el Victoriano. Dos goles del galleguito. El técnico quedó impresionado. Pero como de costumbre, no dijo nada…
CAPÍTULO V
La final estaba fijada para dentro de dos sábados.
Ese día el pueblo estaba de fiesta. El Club Social y Deportivo La Luz se enfrentaba al Rayo Fútbol Club, del balneario La Rocosa.
Era la única razón por la que alguien suspendería la siesta. La final.
El turco Isaac había donado un auto rojo. Un Fiat 600 R del 72. Ese era el gran premio del campeonato.
Todo estaba listo. Hasta habían regado la cancha y todo, para que no levantara tanta tierra.
El cuadro del pueblo formaba así:
En el arco Carlos Esteban, la línea de cuatro con Amadeo, Atanasio, el Piojo, y el negro Higinio. En el medio iban el Capincho, el Gordo, el Pelusa y el Cara de Luna. Adelante, los gurises: el Vasco y el Gallego.
Y el banco de suplentes era de envidiar: Irineo, el Naso, el Silvio, el negro Díaz, el Bonito, y el negro Nunca.
Había una gurisa, la Turca, que estudiaba medicina en la capital, y se había ofrecido para dar una mano por si había algún lesionado. Se decía que andaba con el Bonito… Anda a saber…
A segunda hora se jugaba la final de inferiores. Otro cuadrazo: el Hijo en el arco, el Ratón, el Nicolás, el Gerardo y el Chino atrás. En el medio el Tony, Mateito Mateus, el Naso chico y Maytongo. Adelanto el Marabunto y el Incalculable.
La cuestión fue que arrancaron perdiendo. El Rayo sorprendió con un gol en el inicio del partido. Un descuido y tá. A la bolsa.
Estaba fea la cosa. La tribuna hervía. El aire se cortaba con cuchillo. Espeso…
Así terminó el primer tiempo.
CAPITULO VI
No se podía perder. Era mucho lo que estaba en juego. El auto rojo. El prestigio de Rubén. La confianza en Carlos Esteban. Los gurises nuevos. Mucha cosa. No se podía perder. No señor…
-Miren botijas- Dijo el técnico
-La cosa es sencilla. Yo me la jugué. Dejé todo pa ir atrás de un sueño. Vamos a hacer lo que hay que hacer. No hay chance, gurises. Metan pa delante, luchen, den lo mejor que puedan.
Así arrancó el segundo tiempo. El negro Irineo se desgañitaba atrás del arco. El Capincho puteaba. El Cara de Luna rezongaba. El Gordo puteaba. Todos querían entrar. Todos querían jugar. Había que dar vuelta el resultado. No había chance. El Club Social y Deportivo La Luz no podía perder.
Hasta que se dio un descuido de la defensa y el Vasco la mandó a guardar.
Uno a uno y pelota al medio.
Se puso difícil. Carlos Esteban se aburrió de sacar pelotas para afuera. La línea de cuatro era un tembladeral . No paraban una.
Parecía un partido perdido…
Hasta que el golero dio un paso atrás y gritó:
-Vamo arriba carajo!!! Si cambiamos nosotros cambia todo!! Es cuestión de actitud!! Meta huevo!!! Vamo La Luz carajo!!!!
El tiempo se detuvo…
La agarró el Vasco Felanto. El que parecía tener miedo, levantó la cabeza y empezó a correr… Se miraron con el Gallego y empezaron. Toque y toque. Tuya y mía. Parecían hermanos separados al nacer. No se podía creer cómo se entendían.
Tome. Traiga. Lleve. Se ve que se sentía seguros, que atrás había cuadro pa rato. Imparables.
Cuando el Rayo quiso reaccionar, iban 4 a 1. Una goleada histórica.
Los gurises agarraron el auto rojo y arrancaron. No se sabe por dónde andan. Tuya y mía. Toque y toque.
Julio Perera López
19/11/2017

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