El club reabrió sus puertas, exactamente un año después de haberlas cerrado. Pero sólo por un día. La crisis, como un enorme tsunami, había barrido con la otrora gloriosa institución. Se fueron borrando los socios, se cerró la cantina, los profesores ya sin alumnos, no tuvieron más remedio que buscar otros destinos.
El polvo había comenzado a acumularse sobre los oxidados aparatos de gimnasia. La cancha de básquet, ya sin redes y con los tableros descascarados; con el pasto creciendo entre las grietas del hormigón, era mudo testigo del paso del tiempo.
Cuando finalizó el remate, y sólo quedó el silencio, ellos entraron.
Padre e hijo, pelota mediante, volvieron a compartir tiros, rebotes, fajas, tabla y aro.
Dicen los vecinos que aún se escuchan, en algunas noches sin luna, el rebote de la pelota en la cancha abandonada.

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