domingo, 14 de marzo de 2021

EMERGENCIA


 

La sala de la puerta de emergencia estaba atiborrada.

Era un martes de marzo, y eran las doce del mediodía. Un día caluroso, ruidoso, sucio.

Cuando ellos llegaron de lejos, cansados, y con una orden de urgencia para confirmar la apendicitis de ella,  que él venía sospechando, la sala estaba llena. 

Bueno, casi llena. De hecho, la puerta de emergencia estaba dividida en dos. Por una parte, los afectados por la temible pandemia que asolaba en ese momento el mundo entero. Por esa puerta, en las siguientes dieciocho horas no entró nadie. Absolutamente nadie. Él puede asegurarlo.

-¿Pero no había una terrible pandemia?-preguntó él.

Pero ella se limitó a levantar los hombros en señal de lo poco que le  importaba el asunto. Estaba demasiado entretenida con lo que pasaba en la sala. 

La sala común, digo. La de los simples ciudadanos a los cuales les siguen afectando las viejas y conocidas enfermedades cardiovasculares, o los problemas gastro intestinales, por ejemplo. O los accidentes domésticos. Estos tenían reservado media sala de emergencia. Bueno, esa parte estaba llena.

Había una tía vieja, de unos 80 años, que aburrida de esperar a que la vieran por una infección urinaria de larga data, se marchó hablando sola. Por supuesto, nadie la detuvo. No es cuestión...

Por ahí andaba un muchacho joven, que consultaba por lo mismo: infección urinaria. Pero él estaba orinando sangre desde el día anterior. 

El destino del muchacho fue otro. El también se marchó, pero a pagar una orden de urgencia y una cuota atrasada. Si no, no lo iban a poder atender. 

El procedimiento fue sencillo. Tuvo que salir, dar la vuelta a la manzana, pagar lo que correspondía y volver. Nada que una persona que orina sangre no pueda hacer por si mismo. 

Varias horas más tarde, mientras ellos seguían esperando que alguien se diera cuenta de que una apendicitis aguda es una urgencia, lo vieron al botija. Le habían dado hora para el urólogo para el día siguiente. 

Había también un señor flaco, que se había caído del techo de su casa y se había hecho un corte en la espalda. La sangre que manchaba su remera era mudo testigo de que el hombre no mentía. Él lo vió.

Más al fondo una gurisa lloraba, abrazada de su madre. Otra gurisa rengueaba con un bastón de caña, esperando, golpeando puertas, esperando.

En aquel otro rincón un señor muy elegante, como los de la tele, se quejaba de dolor en los testículos. No lo podían atender porque tenía un falso contacto, o algo así. Él no entendió, pero no se animó a preguntar.

Mientras tanto, ella esperaba que alguien se acordara de hacerle la dichosa ecografía.

Cuando finalmente se la hicieron, le mandaron una tomografía. Para confirmar la confirmación ya confirmada de que su apéndice, el de ella, estaba reventado.

El resultado demoraba veinte minutos, le dijeron. Pero ya habían pasado varias horas. Ella empezaba a estar cansada, sedienta, dolorida, angustiada. 

Se ve que no tenía mucha paciencia. Aunque es cierto, un apéndice reventado suele ser un poco molesto a veces....

Pero todo cambió cuando entró el veterano.

Pelado, de barba cana, entró acompañando y escoltado por dos policías. Bueno, en realidad entró esposado y poco menos que arrastrado por los dos agentes.

El masculino vestía zapatos marrones, pantalón corto al tono, y calzoncillo azul. Desentonaba un poco el calzoncillo. Sobre todo porque lo traía por encima del pantalón, como un chiripá. 

De la cintura para arriba, nada. Hacía calor, claro.

Llegó rodeado de un halo de misterio, y de un olor a mugre muy peculiar.

Gritaba que le sacaran las esposas, que le dieran de comer, y algo sobre Peñarol. 

Enseguida lo hicieron pasar, por supuesto. Faltaba más!! Le trajeron una bandeja con pollo, puré y postre. 

Todos lo observaban mientras comía su pollo. Con la mano, como debe ser. No hay cosa más linda que comer pollo con la mano. 

El problema eran los huesos, pero el hombre lo resolvió dejándolos en el suelo, frente a él. Tomó agua del dispensador, como en los antiguos bebederos, y paseó un rato por la sala. 

Una escena de realismo mágico, lindando con la ciencia ficción, se dio cuando el veterano, sucio, semidesnudo y sin el adminículo tapabocas, se puso a mirar televisión; bajo la atónita mirada de todos los buenos ciudadanos que allí se encontraban. Todos debidamente vestidos, con sus manos alcoholizadas y sus bocas tapadas. 

Lamentablemente la escena duró poco. El pobre hombre se aburrió de ver cien veces las bondades de la afiliación a la mutualista sin fines de lucro, y la proeza humanitaria del crucero Greg Mortimer.

Entonces volvió a gritar y golpear escritorios, y enseguida fue atendida por la doctora de urgencia.

Si, la misma doctora que estaba esperando el resultado de la tomografía para confirmar el resultado de la ecografía para confirmar el diagnóstico de apendicitis aguda. 

Finalmente, a las cinco horas de haberse hecho la tomografía, a ella le dicen que la van a operar, pero que debe esperar el resultado del hisopado. Porque no es cuestión, no? A quién se le ocurre que una apendicitis aguda de más de 8 días es importante? Y a quién se le puede ocurrir que todas las intervenciones quirúrgicas tienen que ser con todos los protocolos sanitarios???

Esos disparates sólo se les ocurren a ellos, que estuvieron dieciocho horas en la puerta de emergencia. 

En fin. Ella se fue operada de apendicitis aguda, con un apéndice roto por la larga demora. Y un drenaje. 

Ambos se fueron con algunas dudas. Por qué no él podía entrar a la sala de emergencia a acompañar a su esposa, pero sí podía atravesar toda la sala de emergencia para ir al baño?  Por qué no hay baño en la sala de espera? Por qué le cambiaron las sábanas una sola vez en cinco días? Por qué la primera noche él no se pudo quedar con ella a esperar el resultado del famoso hisopado? Si no se podía quedar, por qué no se lo dijeron antes? Por qué demora cinco horas un funcionario en bajar  dos pisos el resultado de una tomografía? Qué es una emergencia?

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