La despertó un ruido sordo y estremecedor, como de un motor o una máquina enorme. Lo seguían ruidos secos, que retumbaban en el suelo, como de algo muy grande que caía.
Sin ganas, refunfuñando, se levantó de la cama. Casi cae de espaldas al ver las enormes máquinas retroexcavadoras rompiendo la tierra, los enormes árboles cayendo inertes, golpeando la tierra con un temblor de muerte.
Asomada a la ventana de su cuarto, vio los pájaros huyendo asustados, sus nidos destruidos. Vio devastación, ignorancia y avaricia donde antes había un monte lleno de vida.
Supo que la paz de su remanso ya no volvería, supo que su sueño ya no sería realidad, y lloró.
Lo que no supo ella hasta mucho tiempo después, fue que sus lágrimas regaban las semillas de lo que sería el más mágico y encantado bosque de pohutukawa del que se haya tenido noticia.

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