RENDIRSE JAMÁS
El día después fue aún peor. Tras la devastación vino el recuento de los daños, que fueron muchos. La cosecha totalmente perdida por el granizo. Cayeron cada piedras del tamaño de una papa. Impresionante. Las chapas del rancho tampoco aguantaron. Viejas y herrumbradas, no pudieron con tamaña tormenta.
La quinta inundada, con los pedazos de tomate regados por los surcos. Los morrones, similar. Todito deshecho.
Hasta el granero, que siempre se salvaba, esta vez mostraba enormes agujeros en la paja.
Todo lo que habían trabajado en el año se había perdido. Hasta gallinas muertas había en el suelo del gallinero.
Parecía que el universo, o quien carajo fuera, no les daba tregua.
Pero ellos no estaban dispuestos a darse por vencidos. No en vano eran nietos de esclavos, de perseguidos, de emigrados.
Se miraron a los ojos y empezaron a trabajar.
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