jueves, 26 de mayo de 2022

DESEXILIO



Cuando volví al pueblo, después de muchos años de exilio, lo primero que me llamó la atención fue el silencio de la estación de trenes. Cerrada, olvidada, oxidada y silenciosa, me decía que ya no había lugar para trenes acá. Tampoco para mí.
Pero yo no venía a ver trenes. Venía a verla a ella.
La tía Negra era la mejor cocinera del pueblo, por lejos. Hacía unos ñoquis de boniato como nunca más volví a comer en ninguna parte del mundo. Buñuelos de banana para la hora del mate, torta de naranja, una vianda para cuando salíamos de cacería o a pescar. Todo hecho con esas manos pequeñas, huesudas y nudosas como ramas.
No la encontré. Sólo quedaba la tapera ladeada, el techo de paja agujereado, las paredes de la cachimba derrumbadas, y en el fondo, entre el pasto, una cruz.
Ahí le dejé sus flores, junto al pañuelo blanco que me había dado cuando me fui del país.
Me fui caminando por la vía abandonada. Nunca volví.

miércoles, 18 de mayo de 2022

EXILIO




La puerta y la ventana. Sólo eso veía. La ventana con la vieja cortina floreada de alguna abuela muerta. Supe que hacía frío, porque sentía el agua contra los vidrios y adivinaba el viento sacudiendo los árboles. No necesité abrir los ojos.
La gata, echada a mi lado, dormía plácidamente. Tal vez soñando con ratones, árboles, y estufas a leña.
Ya no teníamos nada. Sólo esa pieza prestada. Nuestros sueños se habían transformado en huidas precipitadas, cajas y bolsas amontonadas, y un montón de frustración acumulada en un rincón, junto a mis discos y nuestros libros.
Y estaba ella. Guerrera, compañera, indomable. La que nunca se iba a dar por vencida. La que se había caído y levantado no sé cuantas veces. La que se había levantado temprano y ya estaba en plena faena.
Yo estaba cansado, desanimado y dolorido. Pero ella esperaba.
Entonces respiré hondo y me levanté, dispuesto a empezar de nuevo.