jueves, 26 de mayo de 2022

DESEXILIO



Cuando volví al pueblo, después de muchos años de exilio, lo primero que me llamó la atención fue el silencio de la estación de trenes. Cerrada, olvidada, oxidada y silenciosa, me decía que ya no había lugar para trenes acá. Tampoco para mí.
Pero yo no venía a ver trenes. Venía a verla a ella.
La tía Negra era la mejor cocinera del pueblo, por lejos. Hacía unos ñoquis de boniato como nunca más volví a comer en ninguna parte del mundo. Buñuelos de banana para la hora del mate, torta de naranja, una vianda para cuando salíamos de cacería o a pescar. Todo hecho con esas manos pequeñas, huesudas y nudosas como ramas.
No la encontré. Sólo quedaba la tapera ladeada, el techo de paja agujereado, las paredes de la cachimba derrumbadas, y en el fondo, entre el pasto, una cruz.
Ahí le dejé sus flores, junto al pañuelo blanco que me había dado cuando me fui del país.
Me fui caminando por la vía abandonada. Nunca volví.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deje aquí su comentario. Gracias