Era temporada de caza, y yo estaba en el monte.
Refugiarse algunas veces, aventurarse otras, y otras sólo dejar que la magia suceda. Invitar a vivir otras fiestas, a soñar otros sueños, a creer en lo increíble. De eso se trata, de todo eso y nada más que eso.
jueves, 23 de junio de 2022
EL OLOR DEL BARRO
Era temporada de caza, y yo estaba en el monte.
miércoles, 22 de junio de 2022
CARETTA CARETTA
Inhalé todo lo lento, profundo y largo que mis pulmones me lo permitieron, y me sumergí. Profundo, bien profundo. El invierno se acerca, y hay que migrar a zonas más cálidas. Me gusta ese viaje que hacemos todos los años. Viajamos todos juntos, en familia. Mi padre y mi madre adelante, porque tienen la caparazón dura más grande del mundo!!. Después mi abuela, y mi abuelo. Y atrás vamos nosotros, todos mis hermanos y yo. Es un viaje largo, con paradas sólo para comer alguna medusa, algún calamar, o algún pez que se atreva a pasar cerca de nuestras poderosas mandíbulas.
A pesar de las redes abandonadas, del plástico que todo lo ocupa, de la mugre, me gusta el silencio de la profundidad, el suave batir de las algas, el enorme azul. Me da una enorme seguridad, una inmensa paz.
Lo único que verdaderamente me molesta es cuando nos cruzamos con alguna cabezona, que nos grita: -Tortuga boba!!!
domingo, 12 de junio de 2022
¿POR QUÉ ESCRIBO?
Empecé a escribir desde muy chico. No recuerdo con claridad cuándo me aburrí de “ alas al sol”, “Mamá amasa la masa”, “una osa y sus ositos” y todas esas boludeces. Pero cuando quise acordar estaba en el suelo, con un hoja robada a un cuaderno de la escuela, escribiendo una canción en inglés.
Decía algo así como “come on baby, come on with me…”. Letras con un profundo significado metafórico, viniendo de un niño en edad escolar.
Lo cierto es que empecé a leer, empecé a escribir, y no paré más. Recuerdo con dolorosa nitidez el regalo que me hizo mi padre para mi cumpleaños número 10: un libro que era la colección completa de los cuentos de Hans Christian Andersen.
Y yo, como buen pichón de boludo, me enojé. Quería una pelota de fútbol. Nunca dejé de lamentar aquel berrinche infantil. Todavía me duele no haber abrazado a mi padre y decirle en el oído: Gracias Papá, acabas de abrirme las puertas.
Muchos años después de ese lamentable incidente, yo seguía leyendo y escribiendo. Y como estaba en la Escuela de Bellas Artes, armé un libro plagado de torturante tristeza, llanto, soledad e incomprensión.
Para ese entonces, yo escribía en una vieja Underwood. Pesada, oxidada y ruidosa. Volvía de emborracharme con mis amigos y continuaba haciéndolo sólo, en la cocina de mi casa. Tomaba whisky, lloraba y escribía.
Ese primer libro se llamó Soledades, y no pasó de ser una especie de revista fotocopiada en cuya carátula aparecía el primer plano de unas manos sosteniendo una reja. Así era mi ánimo por aquella época.
El tiempo pasó y de alguna manera la pasión por escribir fue dejada de lado por otras prioridades. Pero quedó guardada en un cajón, a la espera de tiempos más propicios.
Ese momento llegó muchísimos años después cuando en diciembre de 2014, armé lo que a la postre fue mi segundo libro: SIC (Soledades, Instrascendencias, Crónicas).
Había dejado de quejarme de mi soledad y había empezado a coquetear con el género de las crónicas. Me encantaba contar cosas que de verdad me pasaban en mis consuetudinarios paseos dominicales por Tristán Narvaja, o mis esporádicos por el Barrio de los Judíos. Un viaje a mi pueblo natal se mezcla en el libro con homenajes a mi padre y a mi madre, el dolor de sus partidas, y algunos poemas.
La portada de SIC mostraba un árbol de la vida, hecho por mi madre. Otro pequeño homenaje.
El tiempo, como no podía ser de otra manera, siguió su inexorable curso. Y un buen día me encontré jubilado, viviendo en un balneario solitario, construyendo una casa de barro junto a mi esposa, y escribiendo micro relatos de hasta 750 caracteres para un concurso semanal en una red social.
Resultó ser que mis pequeños relatos empezaron a gustar, a ganar esos mini concursos semanales, y a ser leídos por personas que no me conocen personalmente, que no me aprecian, que no conocieron a mis padres, en fin, lectores anónimos casi.
Así que decidí juntar algunos de esos micros, con algún otro material de otras características, y armar mi tercer libro: Dios existe, y otros cuentos.
sábado, 4 de junio de 2022
NO HAY FUTURO
Corría el año 2205 cuando decidí dejar de escribir. Lo recuerdo nítidamente. Fue una fría mañana de Junio cuando recibí aquel correo de mi agente editorial:
-Estimado Sr Hesse: necesitamos con suma urgencia un microrrelato futurista de no más de 750 caracteres. Para hoy mismo!.
Mi respuesta no se hizo esperar:
-Estimado agente: en primer lugar no me apure si me quiere sacar bueno. En segundo lugar, le informo que es humanamente imposible escribir un relato futurista con relativo éxito. Ya lo intentaron Asimov, Orwell, Huxley. Y le diré que fracasaron estrepitosamente. Por qué? Porque la literatura es reflejo de la realidad interna del autor. Siempre. Nadie puede escribir sobre algo que no vivió, ni sintió, ni adoleció. Todo lo que imaginamos es porque desde algún lugar y de alguna manera ya existe. Si está en el universo interno del autor ya existe. No es futuro. La literatura es realista o no es literatura. Muchas gracias
Y no volví a escribir nunca más.
CALMA
Mi familia es una de esas familias muy silenciosas, hasta calladas en demasía a veces. Las conversaciones suelen ser en voz baja, respetando las opiniones de los demás, sin gritar.
Así fue siempre. Hasta que el sábado pasado una pequeña piedra desató la tormenta.
Resulta que mi cuñado, el menor, estaba parado junto a un ventanal. Computadora portátil en mano, se aprestaba a editar videos. Su pasatiempo favorito.
Mis suegros para descansar un poco de su ajetreada jornada, se habían sentado un rato en los sillones del living, dispuestos a saborear alguna delicia del séptimo arte.
Mientras mi otro cuñado, el mayor, estaba en su habitación hablando por teléfono; mi esposa y yo nos despedíamos para volver a casa.
Una escena familiar como tantas otras. Una noche tranquila como tantas otras. No faltaba incluso el enorme labrador negro durmiendo a los pies de mi suegra.
Cuando de repente, un estallido. Un vidrio enorme que se parte justo junto a la cabeza de mi cuñado, el menor.
-Una piedra! -gritó mi esposa
-Qué pasó?- gritó mi suegra
-No entiendo… -murmuró mi cuñadito
Mi suegro y yo no dimos demasiada bola. Y el enorme labrador negro, menos.
Mi otro cuñado, en el cuarto de al lado, ni se enteró.
Entonces cuál fue el caos? Se preguntará usted. No se precipite. Lo peor aún no había empezado.
-Hijos de puta!! Den la cara!! – empezó a gritar mi esposa, que había salido despavorida al patio, al ver que había sido una pedrada.
Yo, que para no ser menos y como me gusta jugar a los valientes, había salido a la calle; temía más a mi esposa que a los hipotéticos cacos. Sus gritos de verdad metían miedo. Para peor, estábamos en lados opuestos del cerco y ella sólo veía mi silueta.
-Me hiede la vida-pensé yo mientras me alejaba prudentemente hacia la esquina. Prefería enfrentarme a los maleantes que a la ira de mi esposa.
En eso estaba cuando se sienten otros gritos provenientes de adentro.
-Vengan!! Mamá se cayó!! Se quebró!! Se está desmayando!! Vengan!!
Mi cuñado mayor y yo, que estábamos en la calle, volvimos corriendo. El espectáculo era aterrador.
Mi suegra, en el afán de salir corriendo, se había tropezado con el enorme e imperturbable labrador negro y se había caído, golpeándose la rodilla.
Desesperada de dolor, gritaba y se quejaba mientras todos tratábamos infructuosamente que mantuviera la calma. O por lo menos que dejara de gritar. Que algo es algo.
Como no lo logramos, decidimos democráticamente que lo mejor era llamar a una emergencia móvil.
Al oír esto, mi suegro manteniendo la calma, corrió raudo y veloz al baño; de donde regresó armado de un poderoso desodorante de ambiente.
-A ver, Vieja!! Que te caíste justo arriba de la cucha del perro y tiene un olor insoportable!!!
Siempre digo lo mismo: la sabiduría consiste en mantener la calma en situaciones difíciles, y otro buen ejemplo es el de mi cuñado.
Mientras unos abanicábamos a mi
suegra, otros le levantábamos los pies y mi suegro le tiraba desodorante de
ambiente por arriba, mi cuñado tuvo el tino de llamar a una emergencia médica.
-Buenas noches, mi madre se cayó
y creemos que se quebró. Está gritando de dolor y a punto de desmayarse. Puede
enviar un médico?
-Buenas noches. La cédula de la
señora?
-Perdón. Creo que no entendió
bien. La señora, mi madre, está en el suelo gritando de dolor y a punto de
desmayarse. Y usted pretende que yo le pregunte su número de cédula?
-Es el protocolo, señor. Sin el
número de cédula no podemos atenderla.
-O sea que si en vez de una caída
hubiera tenido un infarto, yo tendría que hacerle Reanimación Cardio Pulmonar
con un desfibrilador, preguntarle el número de cédula, anotarlo en un papel
para no olvidarme, y recién después ustedes podrían venir a atenderla?
Bueno, no sé si fue exactamente
así el diálogo entre mi cuñado y la operadora, pero así lo imagino.
Calmo, equilibrado, centrado, sin
gritos ni estridencias.
Como mi familia.