CUENTOS DE LA DUNA BLANCA
I
Agarró las rastas, se
las acomodó para arriba y se las ató. Cada vez que hacía eso, se acordaba de su
vieja. ¡¡Cómo lo puteaba!!
-Córtate esos pelos mijo!!! ¡¡Pareces cualquier cosa!!
Pobre vieja… No había caso. La vieja no entendía nada. Como
no entendió cuando él se fue a vivir al rancho de la playa. Ella quería que
estudiara, que fuera algo, que tuviera un buen trabajo. Por lo menos que
trabajara de algo decente y que ganara bien.
Pero él nunca sirvió para eso. Le gustaba la música, la vida
tranquila, la naturaleza. Nada de trabajar ocho horas por día para insertarse
en la sociedad. Él no estaba para eso.
Por eso la vieja no entendió cuando decidió dejar la facu
para irse a vivir al rancho. La vieja no entendía nada…
Si lo viera ahora, con el agua por la cintura, ¡¡¡cruzando
el arroyo!!! Se la imaginaba a la pobre, rezongando. Había sido buena con él.
Bastante paciencia le tuvo…
Cuando quiso acordar, estaba del otro lado, pisando arena
firme. El sol estaba bajito ya, apenas se reflejaba en el agua. Y pensó:
-Pah… No voy a llegar. Voy a tener que achicar debajo de la
duna, entre las piedras. Ta feo para caerle de noche…
Así que en cuanto llegó a las primeras piedras, esas con
forma de animales, achicó. Armó una especie de carpita con la campera de un
lado, el sobre de dormir del otro, y se tiró a mirar las estrellas, tabaquito
mediante…Capaz que tenía suerte, pensó. Capaz que le daba bolilla y lograba que
le contara algo. Aunque fuera una
mentira, aunque fuera un viejo impostor. Si hasta él era capaz de inventar
alguna historia.
Esas piedras, por ejemplo. Si usaba la imaginación, podría
contar algo. Aquella, por ejemplo, tenía forma de puma, y aquella otra alargada
parecía un chancho. Había escuchado por ahí que cuando una piedra tiene forma
de animal, es porque es un guardián. Anda a saber…
Se durmió pensando,
se durmió esperando, se durmió imaginando, ansioso.
No se podía perder tanta vida, tanta historia, tanto cuento.
Tenía que hablar con él.
II
Se despertó temprano. Duro de la espalda. Cagado de frio. Lo
primero que hizo fue mear contra una piedra, lo segundo fue armar un tabaco, y
lo tercero comerse un par de galletitas que le habían quedado.
No sabía si lo había soñado, o lo había pensado, o qué. Pero
tenía una idea. Le iba a mentir al viejo. Le iba a decir que era periodista de
un diario local, y que lo habían mandado a hablar con él. Que si no lo recibía
lo iban a echar a la mierda, le iba a decir. Que necesitaba el laburo, le iba a
decir. Que no fuera botón. No le podía decir que no.
En el camino se cruzó con un par de vacas, un lagarto y un
grupito de turistas escandalosos. Nunca entendió cómo y por qué la gente busca
un lugar apartado, natural, lejos de la civilización, y se lleva consigo sus
cámaras, sus celulares, su música, su ruido, su todo.
Pero bueno, no era problema suyo. ¿No? Al fin y al cabo,
cada uno hace su camino. Había aprendido, o estaba aprendiendo, a no juzgar.
Desde que se peleó con su padre, porque el muy hijo de puta
siempre volvía borracho, se había cuestionado eso. ¿Quién era él para juzgar a
nadie? ¿No? Por algo pasan las cosas. Al fin de cuentas, eso lo había impulsado
a irse de su casa al rancho que le había ofrecido su amigo.
-Ándate para allá!! Yo no voy nunca, y se está por venir
abajo. ¡¡Úsalo vos!! ¡Todo bien, loco!
Fue ahí cuando decidió dejar la facultad, alejarse un poco
de los kilombos en su casa y probar suerte en la playa. Le pegaba un poco a la viola,
y sabía hacer algún trago, así que en verano no le iba a faltar laburo. En
invierno vería… si había que laburar, le entraría a la constru, o cortaría el
pasto, o traería bagayo. Ya vería como se las arreglaría.
En eso estaba, cuando empezó a escuchar los cuentos del
Viejo. La primera vez en el almacén de la Pocha, en la principal. Otra vez en
el boliche. Y a veces entre los pescadores, cuando se arrimaba a dar una mano,
también se nombraba varias veces al Viejo.
Que había sido milico, que había sido contrabandista, que
había estado preso, que era un viejo cascarrabias. Se decía que había andado a
los tiros varias veces. Se decía que era un viejo loco y mentiroso. Que tenía
muchas historias para contar, pero que la mayoría eran inventadas. Que no era
de acá se decía. Que era medio brujo, medio curandero. Se decía también que era
solitario, que no hablaba con nadie. Que se lo veía poco últimamente. Que tenía
un tesoro enterrado en el rancho, comentaban. Que había sido pescador, decían.
Que esto, que lo otro, decían. Que lo habían visto entrar al agua, de noche, y
volver al otro día. Tantas cosas decían del Viejo, que le empezó a comer la
cabeza. Lo tenía que conocer. Tenía que hablar con él…
III
Llegó pasado el mediodía, a esa hora en que hasta los
lagartos tienen calor, y la banda sonora es el sonido de las chicharras.
-Mala hora… Pero si no caigo ahora, no me voy a animar.
Pensó…
El Viejo, contrariando todas las leyes de la lógica, no
estaba sesteando. Estaba armando un tabaquito, sentado bajo el alero
desvencijado del rancho, mirando el mar.
El primero que lo oyó fue el perro. Un perro viejo, flaco,
mugriento, que se le arrimó entre desconfiado y hambriento.
-Sale pa allá Negro!!! ¡¡¡No jodas al gurí!!! ¡¡¡Impertinente!!!
La voz del Viejo sonaba a tabaco, a grappa, a sal…
-Buenas tardes, -dijo el gurí
- ¿Buenas, - contestó el viejo- Qué querés?
-Disculpe, no quisiera molestar, pero me gustaría hablar un
cachito con usted…
-Hablar? Pa qué?
-Mire… yo soy de acá del pueblo. ¡Bah! Me vine hace unos
meses, al rancho de un amigo. Ahí en el barrio de los pescad…
-Qué van a ser pescadores esas sabandijas!!!! -interrumpió
el viejo. Pescadores éramos nosotros. ¡¡Los de antes!! Eso eran pescadores. ¡¡¡Estos
son unos atorrantes!!!
El gurí vio la oportunidad de tirarle la lengua al viejo, y
no la iba a perder
-Ah! ¿Usted es pescador?
-Mira mijo: yo lo que soy es un desgraciado. Eso soy
-Pero… pescaba?
-Pescaba antes, sí. Pero hace mucho que no le salgo al agua
-Está jubilado?
El viejo levantó una ceja. Una sola. Como para medirlo al
gurí.
-Me vas decir a qué viniste? ¿O qué? ¿Tengo que adivinar?
-No. Mire. Disculpe. En realidad, escuché hablar mucho de
usted en el boliche, y en todo el pueblo, bah. Se cuentan muchas cosas. Y tá.
Como todavía ando sin laburo, ta. Me pareció que capaz que estaba todo bien si
me daba una vuelta para conocerlo.
-…
-No le molesta, ¿no?
-…
-…
-Tenés tabaco?
-Si. Justo le compré a la Pocha ayer. Una porquería.
Brasilero. Pero barato
El perro, confianzudo, se había echado al lado del gurí, que
miraba el agua, esperando que el viejo hablara…
-Pero sos de acá?
-No, no. Soy de Montevideo. Me vine a probar suerte.
-La suerte no existe- Sentenció el viejo
El humo del tabaco daba una vuelta, se agolpaba bajo el ala
del sombrero, y seguía su ascenso. Despacito, sin apuro, como todo por esos lados.
-Será? No sé, don… yo he ligado poco. Yo que sé…
-Tenés pinta de haber ligado mal, sí. Pero debes ser buen
bicho, sino el Negro ya te habría encajado el diente.
-…
-Así que ya te veo. Recién llegado. Sin trabajo. Sin novia.
Medio bajoneado… Vamos a hacer una cosa. Déjame aprontar el mate y proseamos un
ratito. La soledad compartida es más liviana, dicen. Pará que ya vengo…
El Viejo dejó el pucho en el borde del banquito, miró pal
agua, miró al gurí, y entró al rancho, sacudiendo la cabeza…
-Dios colorao!!!
-pensó el viejo… - Otro más…
IV
Cuando el viejo salió con el mate, el gurí le estaba
rascando la cabeza al perro, con la mirada perdida en el mar.
-Ta feo- dijo el Viejo
-Eh? ¿Lo qué?
El viejo levantó el mentón, señalando a lo lejos
-La tormenta. Si cambia el viento se nos viene encima en un
ratito
Los dos miraron la tormenta que se estaba armando. Uno con
ojos cansados de cientos de tormentas, de lejanías, de horizontes y amaneceres.
Otro con ojos llenos de preguntas, ávidos de respuestas.
-Tomá. Chupa despacio que está caliente. Tonce? ¿Cómo te
llamas?
-Esteban. ¿Y usted?
-Yo ni nombre tengo ya. Mis nietos me decían Tata. Pero hace
años que no los veo. Ahora soy el viejo, nomás.
-Ah, ¿sí? ¿Tiene nietos?
-Tengo. Un casal. Lindos gurises. Pero perdidos. Celulares,
ropa de marca, interné. Huecos. Buenos gurises. Pero huecos.
-Y sí. Es lo que tiene. Los gurises ya nacen con un teléfono
en la mano, ¿no?
-Ese no es el problema, gurí. No. Yo no sé nada de
teléfonos. Ni tengo ni quiero tener. Pero pa mi que es una herramienta. No es
pa andar todo el día con eso en la mano, perdiéndose la vida de verdad. ¡¡¡Cuando
yo era gurí nos pasábamos todito el día en la calle, jugando!!! Que la bolita,
que el trompo, que la payana, ¡¡¡qué se yo!!! Era otra cosa. Pero bue… Ya me
cansé de pelear. Cuando era más joven quería cambiar el mundo. Ya no. Apenas
puedo cambiarme a mí mismo.
-Bueno, pero no es malo querer cambiar al mundo. ¡¡Si es una
bosta!! Lleno de egoísmo, envidia, violencia, discriminación.!! ¡¡Hasta mi
vieja me discrimina por mis rastas!!
-Bueno, algo de razón tiene. Pareces un escobillón…
-Ja ja ja. Es buena esa.
-Los viejos son así, mijo. Uno siempre quiere lo mejor pa
sus pichones. ¡¡Y lo peor es que creemos saber qué es lo mejor!! Y andamos,
aprendiendo a los tropezones. Cuando uno está por aprender a ser uno, es padre.
Cuando está por aprender a ser padre, es abuelo. ¡Y cuando está por aprender a
ser abuelo, se queda sólo!
-Bueno, capaz que es un ciclo. Como dicen los chinos, que
todo se mueve en ciclos
-…
El viejo miraba el agua, pensando…
Capaz que el gurí tenía razón, después de todo. Capaz nomás
que eran ciclos. Y ahora estaba como al principio. Sólo. Aprendiendo a
conocerse, a quererse, a cuidarse. Capaz que la vida era redonda, nomás...
…
El relámpago lo sacó de sus reflexiones, para traerlo de
vuelta a esta tarde, a esta playa, aquí y ahora.
-A la mierda! ¡¡Vamos pa adentro que se viene!!
-Yo tendría que arrancar, entonces
-Tas loco! No llegas ni a las piedras muchacho. Quédate si
quieres. Tiramos unas cobijas arriba del otro catre. Frio no hace.
-Bueno. Capaz que le acepto. Si no es molestia. Si no, no
llego, no. Y si crece el arroyo estoy en el horno.
-Dale. Pasa. Vamos a hacer unas tortas fritas. Vamo pa
adentro Negro!! ¡¡Dale!!
…
El rancho era de madera. Todo de madera. Piso de madera.
Paredes de madera. Techo de madera. Reseco. Gris.
Una ventana daba para la parte de atrás, donde se veía una
quintita chica, pero prolija. Morrones, tomates, zapallo, algo que parecía ser
cebolla. O ajo, capaz. La compostera en un rincón. Unas acelgas. Poca cosa.
Pero prolija. Se ve que al viejo le gustaba plantar.
Un entrepiso lleno de colchones, un catre de tijera medio
apolillado, un montón de tablas desde la que asomaba la punta de una bordeadora
rota. Un baúl. Y tá.
Pero debajo de ese entrepiso, en un rincón, el Gurí vio algo
que lo dejó de boca abierta.
-Pa!! ¡¡¡Salado!!! ¡¡Era verdad que tenía un tesoro!!
-Jajaja. ¡Me haces reír, gurí! Revisa tranquilo. Yo voy poniendo la grasa.
Era un tesoro. El gurí no podía creer. El rincón, bajo una
ventana, consistía en un sillón de esos redondos, de cuero.; una mesa chiquita,
petisa, y una luz que colgaba de un clavo en la pared. En una estantería vieja,
desvencijada, pero firme, se amontonaban cientos de libros.
De todo tipo y color. Libros de
religión, de política, de historia. Manuales de motores Diesel, la Enciclopedia
del Mar, varios libros en algo que parecía ruso.
En los estantes de arriba se veía
a Kafka, a Herman Hesse, a Antoine de Saint Exupery, a Richard Bach, mezclados
con el Tao Te King, el I Ching y el Libro Tibetano de los Muertos.
En los del medio, todos
entreverados, se veían El Capital, La fuga de Punta Carretas, la Historia de
los Tupamaros, libros sobre Artigas, libros de Galeano, Benedetti, Vargas
Llosa, García Márquez, Onetti, Cortázar, y varios más.
También había varias biografías:
Lennon, Gandhi, Kennedy, Martin Luther King, Jimmy Hoffa, Jaques Cousteau…
Había libros sobre budismo, sobre
terapias alternativas, sobre artes marciales. De todo.
En el estante de abajo había
fotocopias. Se veía que el viejo era prolijo en eso. Había varios libros
fotocopiados: manuales de buceo, de acupuntura, de huerta orgánica, de
carpintería, calendarios de siembra, de todo un poco.
El gurí estaba en trance. Se
acordó de cuando era más chico y su viejo lo llevaba a la feria. Parecía que
habían pasado quinientos años… ¡¡¡Cómo le gustaba ir a la feria esa!!! Su padre
siempre le compraba algún libro usado. Le decía que los libros estaban vivos.
No se podía dejar que se murieran ahí tirados, solos, sin que nadie los leyera.
-Aunque sea uno por semana tenemos
que salvar. Dale. Elige uno
Y él elegía siempre los mismos. Le
encantaba Hans Christian Andersen. Le gustaban las novelas de cowboy de Marcial
Lafuente Estefanía. A veces cuando no tenía muchas ganas, elegir manoteaba una
revista de Tarzán, o de Batman. En esa época había menos superhéroes.
-Tan prontas. Dale que se enfrían.
¡¡No me vayas a cagar los libros con grasa porque te mato!!
Ni cuenta se había dado de que
había pasado un rato largo. Mirando libros. Recordando.
-Qué buenos libros! Le gusta leer,
se ve.
-Si. Me gusta alguna cosita. Algo
he leído, sí. También me gusta escribir, a veces.
-Ah, ¿sí? A mí también. Tengo
alguna cosa escrita. Capaz que algún otro día le muestro.
La tormenta arreciaba. Se sentía
la lluvia caer fuerte, con gruesas gotas, pesadas. Una tormenta de las que sólo
se dan en esos parajes. Un viento fuerte, peleador, sacudía las paredes del
rancho.
Entre torta frita y mate, se les
fue pasando la tarde a los dos. En silencio. Escuchando el viento. Mirando por
la ventana la lluvia imponente que mojaba todo y amenazaba meterse por las
rendijas del rancho.
Silencio. Lluvia. Mate. Viento.
Se hizo la noche…
Mañana será otro día…
V
-Buen día!!
-Buen día mijo. ¿Cómo durmió?
-Pa! ¡De más! La lluvia es como una canción de cuna, ¿no? Me
encanta dormir cuando llueve.!
-Dormir es morir un poco. No hay que dormir mucho. Cuanto,
cuanto… Querés un mate?
El viejo estaba mateando desde temprano. Le había dado de
comer al perro, y había evaluado los daños del temporal. Alguna tomatera rota,
alguna caña partida, mucha agua empozada. Pero nada grave. Hubo peores
temporales. Como aquel que lo agarró en la isla…
Era de tardecita, ya. Cuando el agua empieza a quedar
dorada, tirando a coloradita… Estaba levantando la red, cuando sintió la
virazón… Una nube negra avanzaba a toda velocidad, por el lado del faro. Como trompada.
Se veía que traía viento y lluvia a baldes. No le dio el tiempo a nada. Apenas
a tirarse en el piso del bote y agarrarse del banco. Lamentó no haber aprendido
a rezar. El bote se sacudía, el agua entraba por todos lados, el viento
arrancaba jirones de vela como si fueran trapos, era impresionante….
Nunca supo cuánto
duró aquello. Le pareció una eternidad.
Cuando pudo levantar la cabeza, vio el desparramo. Los
baldes boyando, las velas destrozadas, un desastre…
Además, había perdido toda la pesca. Y la red. ¡¡Puta
madre!!
Toda una vida de trabajo tirada, literalmente, por la borda.
Habría que empezar de nuevo. Una vez más. Ya había perdido
la cuenta de cuántas veces había empezado de nuevo. Una y otra vez.
Reinventándose, estudiando a veces, doblando el lomo otras veces, plantando,
trabajando, mudándose… ¡¡Qué lo parió!! ¿Cuántas veces?...
…
-Ey!! ¡¡El mate!! ¿Dónde andaba, Don?
-Ah. Perdóna. Nada. Cosas de viejo. Recordando.
-Incalculable por donde andaba
-Si, mijo. Incalculable
VI
-
Y digo yo… ¿No se aburre, todo el día encerrado
acá?
-
Jajajaja!!! – la risa del viejo retumbó en el
arenal…
-
¿De qué se ríe? ¡¡No le veo la gracia!!
-
¿Encerrado? ¡Jajaja! ¡¡¡No tienes ni idea!!! ¿Para ti esto es estar encerrado? ¡¡¡No me
hagas reír mijo, que tengo el labio partido!!!
-
¿Por qué dice eso? No entiendo, don… Disculpe…
-
Mijo: estar encerrado es otra cosa. Abre las
orejas que te voy a explicar lo que es. Estar encerrado es no poder ver a tus
hijos por días y días. Semanas y semanas enteras. Estar encerrado es poder
hacer lo que se antoje con tu tiempo, y, sin embargo, no saber qué hacer…
Es
no poder salir a caminar ni a correr ni a pescar ni nada. Es no poder ir a
trabajar, es rezar pa que el pan que tienes en las casas te alcance, porque no
puedes ir a comprar más.
-
…
-
Estar encerrado, sin salir de tu casa, es
preguntarte por qué. Es empezar a sentir bronca, impotencia, ganas de agarrar
todo a patadas. Es sentir que te robaron lo más preciado que tienes: la libertad,
tus hijos, tu profesión, todo…
-
…
-
Una vuelta estuve encerrado de verdad. Un lote
de días. Todo el pueblo estuvo encerrado. Parece que había aparecido un bicho,
un virus, o algo así. Andaba todo el pueblo cagado hasta las patas. Así como lo
oyes. Y cada uno se cuidaba a sí mismo, pero quería convencernos de que lo
hacían por el otro. Nos decían que de esa salíamos todos juntos. Jaja… Dios
colorao…
-
Ah, ¿sí?
-
Si, mijo. Te decían que era por los veteranos,
que era por los dotores, pa que trabajaran menos, que era por los gurises
chicos. Yo que sé… Pa mí que… Yo que sé…
Uno te decía una cosa, otro te decía otra.
Que había que lavarse a cada rato, que había que cambiarse de zapatos a cada
rato, que había que saludar de lejos...
Que había que lavarse con alcohol, sacarse
la ropa a cada rato, usar máscaras…
Yo andaba muy caliente en esa época.
Putiaba sólo, por los rincones. Con los científicos, con los políticos, con la
gente que repetía bobadas, con todo el mundo…
Creo que lo peor era no poder saludar a nadie. No acariciarle la cabeza
a un vecinito, saludar a un tío viejo de lejos, a un amigo de toda la vida con
el codo, no poder abrazar a tu propio hijo... ¿Te imaginas? ¿Sabes lo que es
eso? ¿Te haces una idea?
-
No me lo imagino… ¿Fue bravo?
-
¡¡Bravazo!! Imagínate no poder darle un abrazo a
alguien que quieres mucho. Calcúlale…Estuve un lote de días sin ver a mis
gurises, que habían quedado en la casa de la madre. Pa peor estaban estudiando ellos. Y no había
escuela, liceo, nada. Todito parado. Ni fóbal había. Nada…
-
Ah, ¿no? ¿Fútbol tampoco? ¿Y algún toque para
distraerse? ¡¡¡Yo me muero si no puedo tocar la viola!!!
-
¡No! ¡¡¡Nadita!!! Era como estar esperando que
pasara algo, pero no pasaba nada…
Uno buscaba soledad para escribir, por
ejemplo, y no había. Uno buscaba sol, y no. Si quería aire puro, no había. Los
jugadores de fóbal engordaban en las casas. Los bolicheros se fundían, porque
ya ni borrachos había en la calle… No hubo cantores, ni malabaristas, ni nada. Yo
hasta el día de hoy no sé cuál era la verdad de la milanesa.
A veces pienso que nos cagaron a mentiras. Porque
uno te decía una cosa y otro te decía otra. Que máscara sí, que mascara no. Que
alcohol sí, que alcohol no. Y así con todo. No dabas la ida por la venida haciéndole
caso a todo el que opinaba. Todos sabían todo. Era como cuando todo el mundo
opina de fobal, ¿viste?
Pero la gente se moría de verdad. Eso era
lo peor.
Uno se cuidaba, y todo. Pero no entendía
bien por qué.
Y a mi nunca me gustó que me arreen. No soy
oveja.
Por las buenas, sí. Explíquenme. Déjenme
dar una mano. ¡¡Si había gente más jodida que yo!! ¿Por qué no podía salir de
las casas a ayudar a esa pobre gente? ¿Por qué yo no podía salir de las casas y
ellos sí? ¿Por qué había que aplaudir a los dotores y no a los que juntaban la
basura? O a los maestros, o a los otros terapeutas, ¿o a los que agachaban el
lomo y seguían plantando?
Pa
qué carajo había que quedarse encerrado, si alguna vez íbamos a tener que
volver a salir? ¿Y los que vivían de la pesca? ¿Y los que hacían changas? Cómo
carajo esperaban que pararan la olla? Quédate en las casas, te decían por todos
lados. Deja, deja…
Pero lo peor de lo peor era asomar la nariz
por la puerta del rancho y no ver a nadie…
¡¡Dios colorado!! ¡¡Nadie en la calle!!
¡¡Metía miedo, mijo!! No sabes lo que era el silencio.
Parecía igualito a esas películas en las
que se acaba el mundo, viste?
-
Si. He visto alguna…
-
Bueno, mijo. Parecía una película de ciencia
ficción. Pero era peor. Era verdad…
-
Se ve que estuvo fea mismo. Si todavía se
acuerda…
-
Fea es poco. Las verdades a medias. La sensación
de que te usan. Una mierda, mijo. Pero lo peor era el encierro
Por eso ahora me gusta navegar. Cualquier día de estos me embarco y no vuelvo más...
La mirada del viejo se perdió en el mar,
que rompía mansito.
Prendió el pucho, y ya no habló.
El gurí supo que algo seguía doliendo ahí
adentro.
Pero no dijo nada.
¿Qué iba a decir?
…
VI
-Y es verdad que tiene muchas historias pa contar, Don?- preguntó el botija cuando se sentaron a tomar mate de tarde, después de haber sesteado para escaparle un poco al calor sofocante del mediodía.
Seguía tormentoso, pesado, raro.
-Mira mijo, como decía León Felipe, me sé todos los cuentos. Y me conozco cada personajes!!!
-Y no le pinta contarme algun cuento?
-Mira, una cosa te voy a decir...-empezó el viejo, pero se interrumpió con el primer trueno
-A la mierda. Se viene
-Vamo a hacer una cosa, mijo. Vamos a entrar un poco de leña, hacemos un fuego y mientras nos comemos esos pejerreyes te hago algún cuento. Porque tiene pinta de que va a llover todita la tarde. Ta?
-Buenazo!!
Mientras el cielo se iba oscureciendo entraron la ropa de la cuerda, encerraron las gallinas, arrimaron leña a la estufa, trancaron los postigones, prendieron el fuego, y acomodaron una olla mugrienta con el aceite para los pescados.
Empezaron a caer las primeras gotas sobre las chapas del rancho cuando el viejo empezó a desgranar historias. El botija, cuaderno en mano, entre mates, vino y pescado frito, iba reviviendo junto con el viejo, personajes, anécdotas, cuentos...
VII
Al día siguiente amaneció despejado. Frio, pero despejado.
Cuando el gurí abrió los ojos, el viejo ya estaba levantado
hacía rato.
Daba vueltas por la cocina, abría cajones, metía cosas en
una mochila vieja. Unos pantalones, un buzo, el tabaco, un par de libros…
-Qué raro… -pensó el gurí
-Buen día, don.
-Buen día mijo- respondió sin mirarlo
- ¿Está por salir?
-Ando con ganas, sí. ¿Vos te animás a quedarte cuidando el
rancho? ¿Sabes sacar agua del pozo?
-Si. Claro. Me manejo.
-Hay que regar la quinta. Encañar los tomates. Dar vuelta el
cantero de las cebollas. Llenar el tanque de arriba. Arreglar la canilla del
baño. Por ahí debe haber algún cuerito. Las herramientas están en el galpón.
Agarra lo que quieras.
Cuando llenes el tanque, fíjate que el agua sale turbiaza.
Hay que arreglar el filtro. O esperar que se asiente la mugre. ¿Oíste?
El gurí sólo atinaba a escuchar, con una extraña sensación
en el pecho. No era dolor. No era angustia. Era como una cosa rara. Como una sospecha.
-Así que ta. Cuídate…
-Bueno… pero…--
-Cuídate. Y ten paciencia. Espera hasta que la mugre se
asiente y el agua esté clara.
Recién cuando el viejo y el perro eran dos puntitos apenas
visibles allá muy lejos, en donde el mar se junta con la playa… Recién ahí, el
gurí entendió. Y la sospecha se
convirtió en certeza.
La duna blanca, inmensa, permanecía inmóvil, imperturbable, eterna...
FIN

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