sábado, 31 de octubre de 2020

CONDENA



CONDENA

Todos estamos condenados a cerrar ciclos. A soltar y continuar. Una y otra vez. En una rueda interminable. Nacimiento, crecimiento, madurez, senectud, muerte. Una y otra vez. No hay escape. La rueda gira y gira. No es conveniente apegarse. No te lo recomiendo. Uno se encariña, y después le cuesta. Así que lo lamento, pero es así. Acabas de llegar, pero ya tienes que volver a partir. Y apenas llegues allá, va a comenzar tu viaje de regreso. Es así la cosa. Así funciona. No sirve de nada querer quedarse, o querer irse antes, o querer conservar algo. De nada sirve. En serio. Los momentos, las partidas, las llegadas, los altos en el camino, los tropezones, las caídas, todo eso es parte. No se puede preferir una cosa a la otra.
Así que dale, apróntate. Es hora de nacer de nuevo.


Microrrelato premiado con una mención en el concurso Detonados. 30/10/20

sábado, 17 de octubre de 2020

LOS BESOS QUE NO DI

 

He hecho algunas cosas malas en mi vida, de algunas de las cuales me arrepiento.

Pero curiosamente, vuelve a mi memoria una y otra vez un par de acontecimientos en los que me arrepiento de no haber hecho algo.

Hace muchos años, cuando yo era un niño, vivíamos en el barrio de Punta Carretas en Montevideo. Y mis abuelos maternos vivían en el Balneario La Coronilla, Rocha. 

Todos los años, o casi todos, mis abuelos venían a Montevideo a pasar las fiestas con nosotros. Traían un lechón o un cordero, y venían tios y tias, primos y primas a pasar las fiestas en familia. Yo era niño, y la mesa era enorme, y la comida mucha. 

Un año, al terminar las fiestas, mis abuelos se volvían a La Coronilla en una camioneta que habían comprado recién en Montevideo. Y aprovecharon para llevarme con ellos. En la época en que las vacaciones escolares duraban tres largos y maravillosos meses con agua salada y perfume a butiá.

Ese día me levantaron, me habrán vestido medio dormido, o me envolvieron en una frazada, no sé; y me subieron a la camioneta. Y yo en mi inocencia, o en mi sueño, no le dí un beso a mi madre para despedirme. 

Recuerdo el ruido y el color de la camioneta, una Skoda vieja que le habían comprado a Hermida, el gallego que tenía una tintorería a la vuelta de casa. Recuerdo el silencio del barrio a esa hora. A mi abuelo le gustaba madrugar. Recuerdo el aire tibio de esa madrugada de Enero. Recuerdo todo.

Pero lo que más recuerdo es haberme olvidado de darle un beso a mi madre. Le dí muchos más después, le dije muchas veces que la quería, y estuve con ella hasta su último aliento. Pero siempre recuerdo ese beso que no le di.

Muchos años después, más de 40 años después, en un 2020 marcado por la paranoia, el encierro y el miedo, estuve tres meses sin ver a mis hijos. Estaban en casa de su madre, en la misma ciudad pero en otro barrio, y el miedo, la ignorancia o vaya a saber qué, me impidieron verlos.

Una tarde mi hijo menor necesitaba unas cosas que estaban en mi casa, y la madre lo trajo en el auto. Para evitar males mayores, y para ser más prácticos, lo esperé en la puerta con un bolso con sus cosas. Se bajó del auto con tapabocas y guantes; y yo me moría de ganas de abrazarlo. Pero tuve la absurda idea de preguntarle, a mi propio hijo, si lo podía abrazar. Cuando vi que se daba vuelta a pedirle permiso a su madre para abrasarme, le dije que dejara. Estaba bien así. Todavía me duele haber sido tan miedoso, ignorante o vaya a saber qué.

Me arrepiento y me duelen muchas cosas que he hecho en mi vida, pero de las que más me duelen son los besos que no dí...


miércoles, 14 de octubre de 2020

A.C.V.


ACV


Comenzó su microrrelato sin saber muy bien dónde ni cuándo lo iba a terminar. Las palabras fluían, los adverbios y las conjunciones, se enlazaban sin cesar. Las metáforas y las sinécdoques se agolpaban en la punta de sus dedos, se atropellaban, se tropezaban.
No había, en apariencia, un hilo conductor. No había personajes, no había historia, no había creación de enigma, ni suspenso, ni drama, ni comedia.
Pero sí iba a tener un final inesperado, trágico, sorpresivo, y asombroso.
Él no lo sabía, pero mientras desgranaba comparaciones, sinónimos, diptongos, y anáforas.. Si, anáforas. En ese momento, digo, se venía gestando en la profundidad de sus anquilosadas arterias, el coágulo que iba a detener el flujo de sangre a su cerebro.
Y así quedaría inconcluso, ese, su último microrrelato...

APOROFOBIA



APOROFOBIA

-No es lo mismo, Esteban!!
-Cómo que no? Claro que sí!! Es como si yo llamara a la policía para que desalojen a la Nelly porque hace mucho ruido de noche!!
-No digas bolazos! No vas a comparar! Esta gente se metió para ahí adentro, y están todo el día mirando para acá!!
-Pero para dónde querés que miren, Mariela? Además, si viste que miraban para acá es porque vos también los miraste. O no?
-A quién se le ocurre que la policía va a desalojar a alguien de una casa abandonada que ni siquiera es tuya!!
-Razoná Esteban, por favor! Si hasta se trajeron un sillón quién sabe de dónde y lo pusieron ahí. Nos deben estar vigilando!!
-Pero Mariela.!! Los tipos están en situación de calle!!! Encontraron un hueco y se metieron ahi! No molestan a nadie!!
-Ay Esteban... ¿vos no te das cuenta de que son pobres?

OPORTUNIDAD

OPORTUNIDAD


Pensó en poner fin a esa situación de control absoluto a la que estaba siendo sometido.
No podía ser!! Todo el tiempo dándole explicaciones de a dónde iba, qué iba a hacer, con quién iba, a qué hora venía!!!
Habían hecho un acuerdo de que iban a respetar sus soledades, sus intimidades, sus tiempos, sus vidas personales.
Pero ella no le aflojaba.
-Te acompaño!! Esperá que voy contigo!!
Pero che!!! Ni una salida sólo!! Ni un minuto consigo mismo!!! Ya no podía ser. Iba a planear algo.
La ocasión llegó una tarde en que ella tenía un examen, y necesitaba soledad. Además jugaba Uruguay, y a ella el fútbol no le interesaba en lo más mínimo.
Entonces esperó a que ella se encerrara en el cuarto a estudiar, esperó la hora del partido, salió sin hacer ruido, fue corriendo hasta la esquina, y le compró flores...