sábado, 17 de octubre de 2020

LOS BESOS QUE NO DI

 

He hecho algunas cosas malas en mi vida, de algunas de las cuales me arrepiento.

Pero curiosamente, vuelve a mi memoria una y otra vez un par de acontecimientos en los que me arrepiento de no haber hecho algo.

Hace muchos años, cuando yo era un niño, vivíamos en el barrio de Punta Carretas en Montevideo. Y mis abuelos maternos vivían en el Balneario La Coronilla, Rocha. 

Todos los años, o casi todos, mis abuelos venían a Montevideo a pasar las fiestas con nosotros. Traían un lechón o un cordero, y venían tios y tias, primos y primas a pasar las fiestas en familia. Yo era niño, y la mesa era enorme, y la comida mucha. 

Un año, al terminar las fiestas, mis abuelos se volvían a La Coronilla en una camioneta que habían comprado recién en Montevideo. Y aprovecharon para llevarme con ellos. En la época en que las vacaciones escolares duraban tres largos y maravillosos meses con agua salada y perfume a butiá.

Ese día me levantaron, me habrán vestido medio dormido, o me envolvieron en una frazada, no sé; y me subieron a la camioneta. Y yo en mi inocencia, o en mi sueño, no le dí un beso a mi madre para despedirme. 

Recuerdo el ruido y el color de la camioneta, una Skoda vieja que le habían comprado a Hermida, el gallego que tenía una tintorería a la vuelta de casa. Recuerdo el silencio del barrio a esa hora. A mi abuelo le gustaba madrugar. Recuerdo el aire tibio de esa madrugada de Enero. Recuerdo todo.

Pero lo que más recuerdo es haberme olvidado de darle un beso a mi madre. Le dí muchos más después, le dije muchas veces que la quería, y estuve con ella hasta su último aliento. Pero siempre recuerdo ese beso que no le di.

Muchos años después, más de 40 años después, en un 2020 marcado por la paranoia, el encierro y el miedo, estuve tres meses sin ver a mis hijos. Estaban en casa de su madre, en la misma ciudad pero en otro barrio, y el miedo, la ignorancia o vaya a saber qué, me impidieron verlos.

Una tarde mi hijo menor necesitaba unas cosas que estaban en mi casa, y la madre lo trajo en el auto. Para evitar males mayores, y para ser más prácticos, lo esperé en la puerta con un bolso con sus cosas. Se bajó del auto con tapabocas y guantes; y yo me moría de ganas de abrazarlo. Pero tuve la absurda idea de preguntarle, a mi propio hijo, si lo podía abrazar. Cuando vi que se daba vuelta a pedirle permiso a su madre para abrasarme, le dije que dejara. Estaba bien así. Todavía me duele haber sido tan miedoso, ignorante o vaya a saber qué.

Me arrepiento y me duelen muchas cosas que he hecho en mi vida, pero de las que más me duelen son los besos que no dí...


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