Refugiarse algunas veces, aventurarse otras, y otras sólo dejar que la magia suceda. Invitar a vivir otras fiestas, a soñar otros sueños, a creer en lo increíble. De eso se trata, de todo eso y nada más que eso.
lunes, 30 de noviembre de 2020
EL EDIFICIO
lunes, 23 de noviembre de 2020
SUEÑOS
García soñaba con ser escritor. Le gustaba quedarse levantado hasta tarde y, después de que toda su familia se dormía, se ponía a escribir.
Se preparaba un whisky, se sentaba frente a su vieja Underwood, acariciaba un rato las desgastadas teclas, y se dejaba llevar.
No pensaba lo que iba a escribir. Sentía que sus dedos viajaban solos por el antiguo teclado, al que ya ni siquiera se le veían las letras. Sentía que era como él: viejo, gastado, un poco aburrido tal vez. Pero si lo trataban con respeto, cariño, y una pizca de paciencia, podían sacar lo mejor de él.
No era fácil, eso sí. Sacarle lo mejor, digo. Escribir sí. Era sencillo. Solamente tenía que tener una primera frase, un detonador, y luego los dedos hacían el resto. No tenía que pensar, ni complicarse la vida.
Eso quería. Vivir en paz. Sin complicaciones.
García soñaba con eso.
MUDANZA
Es que cada cosa es un mundo, un recuerdo, un anhelo. Cada adorno, cada pieza de ropa, cada foto, guarda algo.
-Esta caravana me la regaló mi hermana. Mirá que divina. La compramos en Valizas, me acuerdo.
Cada cajón que se abre es una caja de sorpresas, y no se sabe qué guarda. Nadie sabe por qué ni para qué guardamos lo que guardamos. Cosas inútiles. Bolsas vacías, palitos chinos, clavos doblados, ropa que nos queda chica, recortes de diarios...
¿Será que somos lo que hemos vivido, y para recordarlo tenemos que guardar evidencia?
En eso pensaba, mientras llenaba caja tras caja. ¿Para qué arrastro tantos recuerdos? ¿Cómo será empezar de nuevo?
Tiempo de morir, tiempo de nacer, tiempo de mudanza. Que el agua que se estanca se pudre...
martes, 3 de noviembre de 2020
DESPEDIDA
DESPEDIDA
En el momento que tomó sus manos las sintió frías, casi heladas.La abuela tenía esa costumbre de tomar sus manos y besarle la frente. A él le encantaba sentir ese beso tibio, y esas manos arrugadas.
Habían estado desayunando y conversando. Él le había contado que tenia miedo por su reciente jubilación, la próxima mudanza, y todos esos cambios, que lo tenían preocupado.
Ella lo miraba distante, pálida, etérea, enfundada en su camisón blanco.
Apenas habían probado el desayuno.
La abuela solía dar buenos consejos, pero esta vez sólo lo miraba con su mirada transparente.
-Confío en ti-le dijo ella en un susurro.
Y él sintió las manos heladas, y el beso gélido de su difunta abuela.
