lunes, 30 de noviembre de 2020

EL EDIFICIO

 

No tengo muchas mudanzas encima. Tal vez una docena, no más. 
 La penúltima de ellas fue a un edificio en el Cordón. Un edificio de la década del 70 más o menos, no muy alto ni muy bajo, no muy viejo ni muy nuevo, no muy grande ni muy chico. Bien ubicado, cerca de nuestros lugares de trabajo, con todos los servicios en la zona, era el lugar ideal para vivir en ese momento.
 Por otra parte el apartamento que vimos para alquilar tenía un patio precioso, que a mi me pareció enorme y no lo era tanto, y un parrillero. Ideal para nosotros, que veníamos de vivir en un octavo piso.
 Lo primero que me llamó la atención, creo, fue mi visibilidad. Venía de vivir más de un año en un edificio en el que nadie, nunca, me saludó. Yo estaba convencido de que era invisible. Pero acá todo el mundo saludaba. Algunos más amablemente, otros sólo por educación. 
 Así que  me vinieron ganas de hacer una asado vecinal para nuestra propia bienvenida.
Pero el parrillero no se podía usar por un supuesto reglamento de convivencia. A pesar de que la chimenea tenía unos veinticinco de metros de alto y sobrepasaba la medianera. Así fue que el parrillero se transformó en un espacio multiuso, para guardar tarros de pintura, cuerdas, macetas, porquerías varias. La ilusión de los provolones y morrones rellenos se esfumó temprano.
 Lo segundo que me llamó la atención, primero para bien y después no tanto, fue la cámara a la entrada.
 Yo inocentemente pensé que se trataba de la cámara de seguridad de alguna empresa del rubro, ya que apuntaba directamente a la puerta de entrada, con su ojo omnisciente. Pero vaya sorpresa que me llevé cuando me enteré que la susodicha cámara en realidad pertenecía a una vecina.!!
 Yo ya me preparaba para escribir un cuento sobre una oscura señora que pasaba las noches en vela escudriñando el ir y venir de los vecinos, y llenando misteriosas planillas con toda la información; cuando un buen día la cámara y la vecina desaparecieron. Y con ellas mi cuento.
 Por suerte mi dosis de paranoia estaba cubierta, ya que otra vecina me sacaba fotos cuando yo dejaba la puerta abierta. Esto me molestó bastante, debo decirlo. 
 Pero no tanto como los otros vecinos, los del predio contiguo. Prepotentes, atrevidos, temerosos, e inmunes a cualquier tipo de denuncia sobre ruidos molestos, nos arruinaron más de una siesta y más de dos noches con su música estridente. Amén de vigilar el barrio con adolescentes imberbes, y no respetar horarios ni decibeles.
 Eso es pasado. Ya nos mudamos. Recién nos mudamos. Pero ya tengo nostalgia. 
 De Nelly, que con su televisión y sus correrías nocturnas, también nos complicó más de una noche. Llegamos a llevarle una carta de puño y letra, pidiéndole por favor que apagara la televisión!!!
 De Rolando, que día por medio dejaba a sus hijos afuera. Y a quien semana si y la otra también le rompían el vidrio del auto. 
  De Agustín, que armó un estadio de fútbol con cancha y todo. De Analía, que disfrazada de nave espacial jugaba carreras en el patio. 
 De los palillos de ropa, que aparecían en el patio y fueron llenando mi bolsa. 
 En los últimos tiempos, una gatita en celo perpetuo le puso maullidos al silencio. 
 También estaban los gorriones a las cinco y media de la tarde en el níspero, alborotando. 
 Habían muchos personajes en ese edificio, ahora que lo pienso. 
 Y después estaba Leandro. 
 Lea irrumpió en nuestro apartamento y en nuestras vidas sin pedir permiso. Se asombró de la cantidad de rocas que juntaba Irina, nos habló de dinosaurios, nos explicó las especiales características de su bicicleta, y nos dio clases magistrales sobre super héroes.
 Ustedes sabían que Flash es el más rapidísimo y les gana a todos?




                                                                               Julio Perera
                                                                           Noviembre 2020 
 
 
 
 

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