El último fracaso había sido rotundo, estrepitoso y total. Todas las editoriales le habían dicho que no. Y algunas, incluso, se habían burlado de él. Imbéciles. Ellos se lo habían perdido.
Fue entonces cuando echó mano a sus ahorros, a pesar de la opinión en contrario de toda su familia, que le dio la espalda una vez más, y publicó su libro de forma independiente.
-Ahora vas a tener para limpiarte el culo un año- le había dicho su madre, con el cariño que la caracterizaba, al ver la pila de cajas.
Y no se equivocó. No vendió ni un puto libro. Un auténtico, rotundo y enorme fracaso.
Pero esta vez iba a ser distinto. Los jurados del concurso iban a quedar boquiabiertos. Las editoriales se iban a pelear por publicarlo. Ya iban a ver. Iba a escribir el mejor cuento jamás escrito.
Sólo tenía que llegarle una maldita idea a su cabeza embotada.
Pero esa maldita idea nunca llegaba. Se le escabullía, se asomaba y se escondía, se insinuaba, pero nunca, nunca, llegaba para quedarse.
Lo que más lo atormentaba, era el contemporáneo éxito de su tío Víctor. Músico, escritor, pintor, viajero, gran contador de cuentos. En todo se destacaba.
El había sido un desastre toda su vida. Hasta que decidió que no iba más. Las cosas iban a cambiar.
Lo primero que hizo fue alquilar un local con sótano, baratísimo, en la Ciudad Vieja. Luego acondicionó todo: Una mesa con una silla arriba, y abajo otra mesa, otra silla, y una máquina de escribir.
Lo único que tenía que hacer ahora era secuestrar al tío, obligarlo a contarle cuentos, y escribirlos.
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