Entraron y se sentaron en la mesa
un instante antes que nosotros. Mientras decidíamos qué comer, empezamos a
escucharlos.
Ella cumplía 70, dijo, y él un
poco más.
Pidieron una pizza y una cerveza.
Ella parecía saber qué marca le gustaba a él.
Él era amigo del hermano de ella.
Pero no sabía mucho de su vida, de la vida de ella.
Ella le contaba cosas: de su
infancia, de la relación con sus hermanos, con su mamá, de su forma de pensar y
sentir, de la vida. Le confesaba miedos, esperanzas frustradas, sueños
cumplidos.
Él tomaba cerveza y la escuchaba.
Cada tanto decía algo, la miraba, y seguía escuchándola.
Yo me hice toda la historia:
había muerto el hermano de ella, amigo de él. Y ellos se habían encontrado
después de 45 años.
A ella, él le gustaba desde la
secundaria. Pero estaba en otra clase y, además, era amigo de su hermano. Era
inalcanzable para ella.
El tiempo pasó y cada cual hizo
su vida. Nunca más se habían visto, o muy esporádicamente, hasta hoy, que
falleció el amigo de él, hermano de ella y se encontraron en el velatorio.
Ella lo invitó a tomar algo, como
para ponerse al día y compartir el dolor de la pérdida.
Ella le contó que había
enviudado. Él le contó que después del divorcio, nunca más se había casado.
Estaba sólo. Le gustaba leer, caminar. Ella prefería tejer. Y si, también
caminar un poco
A los dos les gustaba el cine
francés. Y ambos odiaban la tele. Ni siquiera tenían una.
Si tenían unas cuantas cosas en
común, pensaron ambos.
Ella pagó la cuenta cuando
terminaron la pizza. Él se hizo cargo de la propina.
Se fueron un rato antes que
nosotros.
Yo no sé si todo esto es verdad,
o sólo una película que me hice mientras esperaba en la pizzería.
Pero juraría que los vi tomarse
de la mano mientras caminaban calle abajo, poniéndose al día después de 45
años.
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