jueves, 27 de enero de 2022

EL SINDROME DE LA HOJA EN BLANCO



Algo está sucediendo con el flaco, me parece.
Debe andar en algo raro. No sé. No me da bolilla.
Antes no pasaban un par de noches sin que me tocara. Lo juro.
A veces apasionadamente, casi lujurioso, pasaba horas conmigo. Más de dos veces amanecimos juntos, desvelados.
A veces con desgano, como por cumplir.
Pero era nuestro espacio, nuestro tiempo, nuestro ritual.
Ahora hace tiempo que no pasa por mi.
Yo estoy ahí, esperando, agitada, dispuesta. A veces en el suelo, a sus pies. No me avergüenza confesarlo.
Lo necesito. Es la razón de que yo esté aquí, con él.
Casi diría que es la razón por la que existo.
No sé cuánto tiempo más resistiré así, sin sentir sus manos grandes, a veces sus lágrimas sobre mí, el suave trazo de su bolígrafo sobre mí...

WALTER



Una luz encendida sobre el escritorio lleno de papeles.
Sobre la mesa, un plato con lentejas paradójicamente frías, un tapabocas y un gorro.
Eso fue todo lo que quedó en pie. O por lo menos lo único que encontró Marcelo cuando llegó a lo de su padre. El incendio consumió casi todo.
No era tanto lo que tenía su padre en la casa, después de todo. Sus pertenencias se puede decir que eran bastante exiguas.
Sus cuadernos de apuntes, algunas herramientas, una vieja radio a válvulas que se empeñaba en seguir pasando tangos a pesar de los años y los remiendos.
Marcelo odiaba esa radio. Le recordaba a su madre. Vieja, sucia, y remendada.
Ahora observa, entre el dolor y el alivio, los restos carbonizados de la radio, junto al cuerpo de su padre

miércoles, 26 de enero de 2022

CACERÍA



CACERÍA.

 Una luz lejana p`al lado del pueblo, era lo único que se veía, la oscuridad casi total.
 En lo profundo del pajonal sólo se escuchaba a los perros olisqueando,  hocico al viento.
 Carlitos y el Turco temblando de frío y de miedo esperaban al chancho agazapados, los dedos agarrotados en el gatillo de las escopetas. 
La de Carlitos era una 12, preciosa. La del Turco era una 16, prestada. –Ojo que es muy celosa! le advirtió el Yiyo.
 Habían estado tomando unos vinitos, pa agarrar coraje antes de salir. 
El monte cerrado, el frío cortante y el miedo apretaban. 
Cuando los perros ladraron y avanzó el hedor del chancho y el suelo tembló bajo 90 kilos de puro músculos atropellando, el fogonazo partió la oscuridad.
 Después, el silencio...
Dicen que todavía se lo ve de noche en el monte, buscando a su amigo. 
En esas noches en que sólo se ve una luz a lo lejos, allá p`al lado del pueblo.

UNA LUZ

 UNA LUZ

Una Luz me llevó en su vientre. Nueve largos meses pasaron. Otra luz me lastimó los ojos, mientras las manos de mi padre me sostenían. Muchos años más pasaron hasta que otra luz se los llevó. Con otra luz me iré yo, quién sabe cuándo...

lunes, 17 de enero de 2022

ENCIERRO

 

-          Y digo yo… ¿No se aburre, todo el día encerrado acá?

-          Jajajaja!!! – la risa del viejo retumbó en el arenal…

-          ¿De qué se ríe? ¡¡No le veo la gracia!!

-          ¿Encerrado? ¡Jajaja! ¡¡¡No tienes ni idea!!!  ¿Para ti esto es estar encerrado? ¡¡¡No me hagas reír mijo, que tengo el labio partido!!!

-          ¿Por qué dice eso? No entiendo, don… Disculpe…

-          Mijo: estar encerrado es otra cosa. Abre las orejas que te voy a explicar lo que es. Estar encerrado es no poder ver a tus hijos por días y días. Semanas y semanas enteras. Estar encerrado es poder hacer lo que se antoje con tu tiempo, y, sin embargo, no saber qué hacer… 

 Es no poder salir a caminar ni a correr ni a pescar ni nada. Es no poder ir a trabajar, es rezar pa que el pan que tienes en las casas te alcance, porque no puedes ir a comprar más.

-          

-          Estar encerrado, sin salir de tu casa, es preguntarte por qué. Es empezar a sentir bronca, impotencia, ganas de agarrar todo a patadas. Es sentir que te robaron lo más preciado que tienes: la libertad, tus hijos, tu profesión, todo…

-          

-          Una vuelta estuve encerrado de verdad. Un lote de días. Todo el pueblo estuvo encerrado. Parece que había aparecido un bicho, un virus, o algo así. Andaba todo el pueblo cagado hasta las patas. Así como lo oyes. Y cada uno se cuidaba a sí mismo, pero quería convencernos de que lo hacían por el otro. Nos decían que de esa salíamos todos juntos. Jaja… Dios colorao…

-          Ah, ¿sí?

-          Si, mijo. Te decían que era por los veteranos, que era por los dotores, pa que trabajaran menos, que era por los gurises chicos. Yo que sé… Pa mí que… Yo que sé…

Uno te decía una cosa, otro te decía otra. Que había que lavarse a cada rato, que había que cambiarse de zapatos a cada rato, que había que saludar de lejos...

Que había que lavarse con alcohol, sacarse la ropa a cada rato, usar máscaras…

Yo andaba muy caliente en esa época. Putiaba sólo, por los rincones. Con los científicos, con los políticos, con la gente que repetía bobadas, con todo el mundo…  Creo que lo peor era no poder saludar a nadie. No acariciarle la cabeza a un vecinito, saludar a un tío viejo de lejos, a un amigo de toda la vida con el codo, no poder abrazar a tu propio hijo... ¿Te imaginas? ¿Sabes lo que es eso? ¿Te haces una idea?

-          No me lo imagino… ¿Fue bravo?

-          ¡¡Bravazo!! Imagínate no poder darle un abrazo a alguien que quieres mucho. Calcúlale…Estuve un lote de días sin ver a mis gurises, que habían quedado en la casa de la madre.  Pa peor estaban estudiando ellos. Y no había escuela, liceo, nada. Todito parado. Ni fóbal había. Nada…

-          Ah, ¿no? ¿Fútbol tampoco? ¿Y algún toque para distraerse? ¡¡¡Yo me muero si no puedo tocar la viola!!!

-          ¡No! ¡¡¡Nadita!!! Era como estar esperando que pasara algo, pero no pasaba nada…

Uno buscaba soledad para escribir, por ejemplo, y no había. Uno buscaba sol, y no. Si quería aire puro, no había. Los jugadores de fóbal engordaban en las casas. Los bolicheros se fundían, porque ya ni borrachos había en la calle… No hubo cantores, ni malabaristas, ni nada. Yo hasta el día de hoy no sé cuál era la verdad de la milanesa.

A veces pienso que nos cagaron a mentiras. Porque uno te decía una cosa y otro te decía otra. Que máscara sí, que mascara no. Que alcohol sí, que alcohol no. Y así con todo. No dabas la ida por la venida haciéndole caso a todo el que opinaba. Todos sabían todo. Era como cuando todo el mundo opina de fobal, ¿viste?

Pero la gente se moría de verdad. Eso era lo peor.

Uno se cuidaba, y todo. Pero no entendía bien por qué.

Y a mi nunca me gustó que me arreen. No soy oveja.

Por las buenas, sí. Explíquenme. Déjenme dar una mano. ¡¡Si había gente más jodida que yo!! ¿Por qué no podía salir de las casas a ayudar a esa pobre gente? ¿Por qué yo no podía salir de las casas y ellos sí? ¿Por qué había que aplaudir a los dotores y no a los que juntaban la basura? O a los maestros, o a los otros terapeutas, ¿o a los que agachaban el lomo y seguían plantando?

 Pa qué carajo había que quedarse encerrado, si alguna vez íbamos a tener que volver a salir? ¿Y los que vivían de la pesca? ¿Y los que hacían changas? Cómo carajo esperaban que pararan la olla? Quédate en las casas, te decían por todos lados. Deja, deja…

Pero lo peor de lo peor era asomar la nariz por la puerta del rancho y no ver a nadie…

¡¡Dios colorado!! ¡¡Nadie en la calle!! ¡¡Metía miedo, mijo!! No sabes lo que era el silencio.

Parecía igualito a esas películas en las que se acaba el mundo, viste?

-          Si. He visto alguna…

-          Bueno, mijo. Parecía una película de ciencia ficción. Pero era peor. Era verdad…

-          Se ve que estuvo fea mismo. Si todavía se acuerda…

-          Fea es poco. Las verdades a medias. La sensación de que te usan. Una mierda, mijo. Pero lo peor era el encierro

Por eso ahora me gusta navegar. Cualquier día de estos me embarco y no vuelvo más...

 

La mirada del viejo se perdió en el mar, que rompía mansito.

Prendió el pucho, y ya no habló.

El gurí supo que algo seguía doliendo ahí adentro.

Pero no dijo nada.

¿Qué iba a decir?

domingo, 2 de enero de 2022

EL ÚLTIMO BESO



Trastos y más trastos se apilaban en el cuartito del fondo. Cajas de discos, algunas cajas de libros, una alfombra, un arpón, sillas, un sombrero de paja, un espejo, y más y más cajas ocupaban toda una pared y un poco más.

Hacía tiempo que esperaban por la mudanza, para recuperar esa música, esos recuerdos, esas historias.

Arriba del todo, entre un ventilador desarmado y una lámpara de pie, estaba la muñeca. Sucia, con poco pelo, cara regordeta y cuerpo de fieltro relleno de estopa.

-Me alcanzas esa muñeca, Abu?-preguntó la niña

-Claro, mija. Esperate a ver si me puedo subir a esa caja. Esta muñeca era de tu mamá. Cuando le apretabas la panza, te daba un beso y te decía: "Te quiero mucho". Ahora hace mucho tiempo que no marcha, y tu madre ya no está para jugar con ella.

-Y a quién le habrá dado el último beso, Abu?

-No digas nada, pero me lo dió a mi. Yo lo tengo guardado, para dárselo a tu mamá cuando vuelva.