miércoles, 19 de octubre de 2022

IMBORRABLES

 Tic, tac, tic, tac.. drop, drop...tic, drop, tac, drop...

 El viejo reloj despertador y la canilla de la cocina parecían haberse complotado para arruinarle la siesta. El frío se colaba por todas las rendijas del rancho, y la raída frazada no alcanzaba a disimularlo.

 Pero esos no eran ruidos, eran música al lado de los otros ruidos, que pretendía dejar en el pasado y no podía. 

 Cadenas, candados, cerrojos, gritos, aullidos, lo despertaban una y otra vez en esas noches eternas. 

 Se suponía que esos sonidos debían quedar en el pasado, enterrados, olvidados. Eso le había dicho su terapeuta. Que los soltara, le había dicho.

 Pero no había noche en que no lo despertara el ruido de un cerrojo al abrirse, un plato metálico arrastrado por el piso, una radio a todo volumen intentando tapar los gritos.  

 Por eso no lo molestaba, en esa siesta, el concierto de canilla y despertador.

 Tic, drop, tac, drop... 


lunes, 3 de octubre de 2022

LA ESTUFA MAYOLICA



LA ESTUFA MAYÓLICA



Pietro siempre tuvo la terrible sensación de no ser tomado en serio. Sobre todo, por su abuela, pero también por su madre, su esposa, sus compañeros de trabajo, y sus amigos. Nadie lo tomaba en serio, en realidad. Pero él se había acostumbrado. Después de todo, había salido adelante. Su autoestima había ido creciendo con los años, y las críticas le resbalaban. Cuando optó por jubilarse, en vez de trabajar cinco años más para que su jubilación aumentara, las críticas le llovieron. Sobre todo, de parte de su abuela.

-Toda una vida laburando como burro en ese trabajo de mierda, que nunca te gustó, ¡¡¡y te vas a ir ahora que te faltan cinco años para llegar al máximo!!! ¡¡No te avivas más!! ¡¡Además de tarado, vago!! ¿¿Qué te costaba quedarte unos años más??

Y así siempre. Cuando vendió el apartamento para irse con su familia a la casa de La Paloma, cerca de sus abuelos. Cuando cambió el viejo auto por una pick up, cuando se quebró jugando al fútbol, siempre sintió el apoyo de su abuelita.

-No tenés gracia ni pa jugar a la pelota, mijo. Qué desgracia...

Cuando Pietro anunció que iba a cambiar la vieja estufa a leña, de chapa, por una moderna estufa mayólica, de cerámica, más eficiente en términos de consumo de leña, lo único que recibió fueron críticas. Algunas de ellas bastante fundamentadas, otras nada de eso. Que era mucho más lindo ver el fuego, que a todos les gustaba apoyar el culo contra la estufa, que se podían aprovechar las brasas para hacer unos choricitos, que esto y que lo otro. Pero las críticas más despiadadas, como no podía ser de otra manera, provinieron de su anciana abuela. Paralítica de la cintura para abajo, no había hecho otra cosa que criticarlo y complicarle la vida desde que se la había llevado para su casa, después del fallecimiento del abuelo hacía tres años. Una vez removida la antigua estufa, y levantada en su lugar la enorme estufa mayólica, la vieja empezó con la perorata.

-¡¡No haces nada bien, mijo!! ¡¡Qué mamarracho eso!! ¡¡En vez de dejar la estufa que había instalado tu abuelo!! ¡¡Ni eso haces bien!! ¡¡Parece un horno crematorio eso!! ¡¡¡Pero por favor!!! ¡¡Abombado!!

Acostumbrado como estaba a tales manifestaciones, Pietro disfrutaba mirando la estufa enorme, imponente, ocupando casi la cuarta parte de la habitación. No se veía el fuego, era cierto, pero a él le gustaba. Tenía la puerta para la leña, un registro abajo para la ceniza, y un enorme horno arriba, con una puerta de hierro. Preciosa. Parecía un horno crematorio, es verdad. Por esa puerta enorme hasta podría pasar un ataúd, pensó. Pero a él le gustaba. Y sonreía al contemplarla.

El invierno vino suave ese año, por suerte. Y con él las vacaciones. Vacaciones que él se perdía una vez más, porque alguien tenía que quedarse a cuidar a la abuela. Y otra vez, como no podía ser de otra manera, le tocaba a él. Por tercer o cuarto año consecutivo. Siempre le tocaba a él quedarse a cuidarla. Pero, ¿qué iba a hacer? Cargar la camioneta era otra de esas instancias en las que la abuela tenía mucho para aportar:

- ¡No sé para qué carajo llevan pelota, si está lleno de nieve! ¡Qué ganas de joder! Y esas cosas que llevan para la nieve, como si supieran andar. Si apenas saben caminar derecho. Y claro, con el padre que tienen. ¡¡Qué lamentable!!

El bueno de Pietro, silbando bajito, acarreaba bultos, raquetas, pelota, conservadora, los trajes para la nieve. Besaba a sus hijos, los aconsejaba sobre cómo cuidarse y no hacer rezongar a su madre, los volvía a besar, y se despedía de su esposa, que lo encontró extrañamente tranquilo. Como sedado, le dijo.

-Estás bien querido? Qué raro estás. Tenés una sonrisa rara. ¿Te sentís bien?

Él la besó y sonrió. -Buen viaje. Diviértanse mucho. Los amo.

Esa misma tarde, cuando quedaron solos Pietro y la abuela, la historia empezó a repetirse una vez más. Reclamos, insultos, acusaciones, desprecio.

-Qué aborto se perdió tu madre!! Bueno, ya empezó mal la cosa cuando se casó con el inútil de tu padre. Y eso que yo le dije muchas veces. ¡¡Ese cazcarriento de mierda!!

La noche estaba fría y oscura, apenas iluminada por la luz intermitente del faro de La Paloma; lo que le daba al lugar un aspecto misterioso, siniestro, casi tenebroso.

Pietro acarreaba piñas, un poco de papel, leña fina para empezar y algún tronco grande para cuando agarrara calor El instalador le había dicho que la estufa podía alcanzar los 600 grados, si la cargaba bien. Pietro nunca lo supo con exactitud, pero después, recordando esa noche, supuso que sí, que esa noche la estufa alcanzó los 600 grados. Hasta tuvo que abrir un poco la ventana, porque el calor era insoportable.

Pero el calor fue subiendo de a poco, como la extraña sonrisa en su cara. Cada vez más grande y más extraña, casi siniestra.

La leña estaba casi toda seca, pero eran troncos muy grandes para esa estufa. Así que tuvo que ir al galpón a buscar el hacha.

La afiló despacio, sonriendo. Casi empieza a silbar, pero su silbido tapaba la voz de su abuela, que se escuchaba como una letanía allá al fondo. Le llegaba por ramalazos, con el viento frio.

Pietro afilaba el hacha, sudaba y sonreía. Si alguien lo hubiera visto, concentrado en la tarea, hubiera jurado que estaba feliz, disfrutando de ese momento a pesar del frio, y asegurándose de estar haciéndolo de la mejor manera. Como si le fuese la vida en el filo del hacha. Para eso probó el filo con una rama finita, y la cortó en el aire.

-Podría afeitarme con ella, pensó. -O cortar un cuello con mucha, mucha facilidad.

El viento frio seguía soplando de a ratos, muy frio, ululando Y el faro seguía iluminando de a ratos, fantasmagórico, cuando Pietro encaminó sus pasos hacia la casa. Ahora sí, silbando...

Lo que pasó después, nadie lo sabe. Y si alguien lo sabe, no lo recuerda. Y si lo recuerda, no lo comenta.

Lo cierto es que esa noche la estufa mayólica alcanzó su mayor temperatura y demostró que, efectivamente, en el horno entraba perfectamente un cuerpo humano.

Al otro día Pietro se levantó temprano. Desayunó, fue hasta la estufa que todavía estaba tibia, vació el compartimiento de las cenizas y las agregó a la compostera. Su esposa se entretenía mucho con las plantas, y esa era una buena ceniza. Orgánica.

La silla de ruedas la donó a un asilo para ancianos, que había a pocas cuadras. Ya no se iba a precisar.

Con el dinero de la vieja estufa de chapa, usada, que había instalado su abuelo y que esa misma tarde le vendió a un desconocido, el bueno de Pietro compró el pasaje para irse de vacaciones con su familia por primera vez en muchos años.

Su esposa y sus hijos lo vieron llegar con una extraña sonrisa en la cara, casi siniestra, silbando bajito...



Julio Perera López

UNA ZUNDAPP 600

Pero mirá dónde te vengo a encontrar, Flaco!! Tanto tiempo!! Cuánto hace de tu accidente, loco? Un par de años, ya. No? Qué increíble!! Vos sabes cómo llegué acá? No vas a poder creer. Si te lo cuento te caes de culo. Vos me tomabas el pelo siempre. Que quería ser como vos, que te tenía envidia. Que no sé qué y no sé cuánto. Te digo la verdad? En lo único que te envidiaba era con las minas. Siempre fuiste mucho más ganador que yo. Eso te lo reconozco. Pero en lo demás, no. Yo siempre fui mucho mejor para los fierros. A mí no me vengas!! Bueno, pero te cuento cómo llegué acá. Vos te acordás de mi suegro, no? Si lo habrás visto al viejo!! Era un capo con los fierros. Yo todo lo que sabía lo había aprendido con él. El viejo era de pocas palabras, pero me dejaba darle una mano en el taller, con sus cosas. Y siempre tuvo moto el viejo. Una vuelta se había comprado una Indian con sidecar. Era un show verlo paseando con mi suegra por la rambla.! La gente se daba vuelta para mirarlos. Tuvo de todo, yo creo. Royal Enfield, Indian, Harley, Susuki, Honda... Yo que sé. Menos chinas, tuvo de todo. Y la última que tuvo es la razón por la que estoy acá conversando contigo después de tanto tiempo. Mira, era un Zundapp KS 600 cc, del 41. Alemana. No sabés cómo estaba, Flaco!! Era un fierro!! Vos no llegaste a conocerla, creo. Un caño!! El viejo le había hecho el tapizado del asiento, los carenados, el escape, todo nuevo. Divina estaba la moto. Hermosa. Y cuando terminó de hacerle todo eso, el tipo va y se muere. Podés creer? Un infarto. Pobre loco. Yo lo apreciaba mucho. Un loco grandote, lomudo, muy callado. Yo lo admiraba, aunque nunca se lo dije. Siempre fui así yo, medio quedado, no? Decime la verdad. Y bueno, lo de siempre. Viste? Velorio, acompañar unos días a mi suegra, aguantarle la cabeza. Y a la patrona también, obvio. Viste como es. Y un día fuimos con aquella, sacamos ropa del hombre, libros, esas cosas. Regalamos algunas cosas, tiramos otras. Aquella se quería quedar con todo, viste como es de acumuladora. Pero bueno. Y cuando terminamos con la ropa y eso, va mi suegra y dice: -Bueno, ahora vamos para el galpón, a ver qué hay. Ahí entraba sólo él. No sabe lo que era eso!! El paraíso!!! Bueno, vos sabés mejor que yo lo que es el paraíso!! Jajaja! No te voy a venir a contar yo!! Pero ta, para mi eso era el paraíso hasta ese momento. Herramientas, las que quisieras. De todo. Motosierra, circular, garlopa, torno, amoladoras, cajas enteras de llaves fijas, de todo! Y allá en el fondo, tapada con una lona verde, la moto. Fue verla, y me salió del alma, viste? No me pude callar. Y la encaré a la doña: -Suegra, qué va a hacer con la moto? A mi me gustaría heredarla, si a usted no le molesta. -No, no, no. Esa moto es muy grande para vos. No vas a poder ni prenderla. Es impresionante lo que debe pesar. Ni se te ocurra. La vamos a vender. Ya tengo un interesado. Viste como era mi suegra, no? Siempre igual. Buena gente, pero tenía esas cosas. Y bueno, al otro día esperé a que las mujeres se fueran a hacer unos mandados. A visitar a unas tías viejas, creo. No sé. Y tá. No me aguanté. Era ahí o nunca. La llave estaba colgadita en el tablero de las herramientas, al lado de los destornilladores. Y tá. Le saqué la lona y se me piantó un lagrimón. Me vinieron como ganas de acariciarla, viste? El tanque, los carenados, el escape, el asiento. Por supuesto que no tenía arranque eléctrico, así que tuve que afirmarme en la pata. Pero estaba suavecita. Vos sabés que fue tocarla y quedó cantando la loca. Impresionante. Una música para mis oídos. Divino como roncaba. Lo que no encontré por ningún lado fue el casco, y no quería perder mucho tiempo tampoco. Así que me trepé y arranqué para la rambla costanera. No sabés como caminaba la hija de puta!!! No sabés, Flaco!! Increíble. Más para ser un fierro tan antiguo, no? Fijate que era del 41. Original. Y vos sabés que la exigí y respondió la loca. Viste cuando parece que te piden más? Bueno, así. 80, 100, 120 y seguía respondiendo. Impresionante. Me acordé tanto de las salidas que hacíamos con aquellos. La sensación de libertad, el viento en la cara. Vos sabés bien de qué te hablo. Te acordás de cuando fuimos a aquel parque, y armamos bruto festival de Heavy Metal después? Y cuando hicimos toda la ruta 26 con el Carlitos? Vos en la Honda, aquel con la Susuki y yo con la Virago aquella que tenía. Me acordé de eso. De una cantidad de salidas. Con lluvia, con frío. No nos paraba nada en esa época. Eramos jóvenes, Flaco. Mirá, en un momento me acordé de tu accidente y todo, sabés? Pero mirá qué loco. No fue en cualquier momento, no. Justo en el momento en que se me cruza el camión me vengo a acordar de vos. Podés creer? Fue un instante. Me acordé de ese momento en que ibamos con el Mario y vos te diste contra aquella columna de luz. Y aquí estoy, conversando contigo. Qué loco, no? Nunca pensé que al final, iba a ser como vos. Justo al final

LAS MANOS DE MI PADRE

LAS MANOS DE MI PADRE


Quiere que le cuente, doctor? Yo le cuento. Pero le cuento lo que sé. No voy a andar inventando. Yo siempre digo la verdad, sabe? Así que ahora voy a hacer lo mismo, aunque tenga un nudo acá en la garganta. Como algo que me arde, sabe? Como si quisiera llorar. Pero el viejo me enseñó que los hombres no lloran. Si, claro, disculpe. Ya voy al grano. Le explico: Él mismo me lo había regalado, doctor. Aunque usted no lo crea. Porque sabía que a mi me gustaban, desde chiquito me gustaron. Cuando yo era chico jugábamos a esas cosas todo el tiempo, sabe? En la calle, con los gurises de la cuadra. El Carlitos, el Mario, y yo. Éramos inseparables, sabe? Como hermanos, casi. Siempre jugabámos a los cowboy. O a los indios. Aunque jugábamos mucho a la pelota también, es verdad. Pero la mayor parte del tiempo no. Jugabamos a esas cosas. Las veíamos en la tele todo el tiempo. El cine de Jhon Wyne se llamaba. A mi me encantaban, y el viejo me lo regaló cuando cumplí los 18. Y el viejo ahora estaba muy jodido, muy jodido. De verdad. Taba fea la cosa para el viejo. Después del accidente, se puso fea fea. Primero las operaciones, las anestesias, las internaciones. Parecía que no terminaba nunca. La vieja andaba cansada, pobre. No podía más. Se pasaba cuidandolo. Del hospital a casa y de casa al hospital la vieja. Años estuvo así. Yo la ayudaba en lo que podía, pero estaba para la mía en esa época. Bueno, pero le sigo contando. El viejo se fue deteriorando, se fue haciendo chiquito en la cama. Dejó de caminar, dejó de leer, y por último dejó de hablar. Y desde que quedamos solos fue peor, porque antes la vieja se encargaba. Pero desde que la vieja se cansó y se fue, yo me tuve que encargar de todo, sabe? Y cuando le dijo de todo, es de todo. Todito. Le daba de comer en la boca, lo afeitaba, lo bañaba, le cambiaba los pañales, le daba los remedios. Yo calculo que a él le daría vergüenza, no sé. A mi, por lo menos, me daba. Y un poco de asco, también. Porque yo pienso, no? Uno no nació para cuidar a los padres. Nació para que los padres lo cuiden a uno. Yo le decía eso siempre a Gladys, antes de que tambien se aburriera y me dejara. Claro, todo el tiempo cuidando al viejo. Qué iba a hacer la flaca.? No estaba como para novias yo, no. Además, no se si usted sabía eso, doctor; el viejo ya no se comunicaba. No hablaba, como ya le dije anteriormente, verdad? Los doctores decían que tenía algo en el cerebro, no sé. Yo no entiendo mucho de eso. Por eso se comunicaba todo por señas, como esos que aparecen en la tele, ahí abajo. Vió que hacen unas cosas con las manos para la gente que no oye? Bueno, así. Igualito. Y bueno, yo entendí clarito las señas, doctor. Le juro. Se lo cuento ahora y es como si lo estuviera viendo. El viejo me señaló para el cajón de mi mesa de luz, donde yo lo guardaba. Porque a lo último ya compartiamos el cuarto. Me quedaba mejor para cuidarlo de noche. Y buno, me señaló la mesa de luz, y después se señaló así, la cabeza y después hizo como una seña para irse, así con la mano. Qué iba a hacer yo? Soy el hijo, no? Tenía que hacerle caso. No me quedaba otra. Qué hubiera hecho usted, doctor? Yo le hice caso. Yo siempre lo respeté mucho al viejo. Entonces fui al cajón de la mesa de luz. Yo siempre lo guardaba ahí. Lo agarré y se lo puse en la mano, despacito. Unas manos flaquitas tenía el viejo, sabe? Flaquitas, flaquitas. Como llenas de nudos. Parecían ramas en vez de manos. Flaquitas, medio torcidas, llenas de nudos. Igualito que unas ramas parecían las manos del viejo. Frías, además. El viejo siempre tenía las manos frías. A veces sueño que soy viejo y tengo las manos como él. Manchadas, un poco torcidos los dedos ya. Capaz que cuando sea más veterano, quién le dice? Me gustaría tener las manos como las de mi viejo. Con ellas trajo un lote de gurises a este mundo. Era un crack mi viejo. Entonces, le decía, se lo puse en la mano. Despacito. Lo abracé al viejo, le dije que lo quería muchísimo. Que lo amaba. Y me fui. Lo dejé sólo. Eso es todo, doctor. No sé más nada. Le juro, si supiera algo le decía. Dicen los vecinos que escucharon un ruido, no sé. A mi me fue a buscar la cana al taller. Apenas me dió tiempo para lavarme las manos. Llenitas de grasa las tenía. No como las manos de mi viejo, que siempre estuvieron limpias

LA CORTINA DE LA ABUELA

 



LA CORTINA DE LA ABUELA

Gris, vieja, remendada, con unas flores por acá y por allá, es cierto. Pero hasta las flores eran sin brillo, como sin ganas de embellecer su entorno.

Así se había tornado la vida de Pablo desde que tomó la decisión de separarse. Se jubiló, vendió las máquinas, se despidió de su mujer y sus hijos, y se fue a vivir sólo, a una vieja casona en el medio del campo. Entre las sierras.

Iba a pagar caro esa decisión, pero él no lo sabía. Sólo sabía que debía escapar de la rutina, de las peleas, de esa pesadilla recurrente que lo despertaba todas las noches a la misma hora, gritando y llorando.

Estaba decidido a llevarse su secreto a la tumba, que para él tenía forma de casa abandonada, vacía y silenciosa.

Alguien había dejado ahí alguna vez un colchón y un par de frazadas. Serían suficientes.

Sólo era cuestión de que pasara el tiempo, para que su vida se volviera gris, vieja y remendada.

Como la cortina de su abuela muerta, que fue lo único que se llevó.