LA ESTUFA MAYÓLICA
Pietro siempre tuvo la terrible sensación de no ser tomado en serio. Sobre todo, por su abuela, pero también por su madre, su esposa, sus compañeros de trabajo, y sus amigos. Nadie lo tomaba en serio, en realidad. Pero él se había acostumbrado. Después de todo, había salido adelante. Su autoestima había ido creciendo con los años, y las críticas le resbalaban. Cuando optó por jubilarse, en vez de trabajar cinco años más para que su jubilación aumentara, las críticas le llovieron. Sobre todo, de parte de su abuela.
-Toda una vida laburando como burro en ese trabajo de mierda, que nunca te gustó, ¡¡¡y te vas a ir ahora que te faltan cinco años para llegar al máximo!!! ¡¡No te avivas más!! ¡¡Además de tarado, vago!! ¿¿Qué te costaba quedarte unos años más??
Y así siempre. Cuando vendió el apartamento para irse con su familia a la casa de La Paloma, cerca de sus abuelos. Cuando cambió el viejo auto por una pick up, cuando se quebró jugando al fútbol, siempre sintió el apoyo de su abuelita.
-No tenés gracia ni pa jugar a la pelota, mijo. Qué desgracia...
Cuando Pietro anunció que iba a cambiar la vieja estufa a leña, de chapa, por una moderna estufa mayólica, de cerámica, más eficiente en términos de consumo de leña, lo único que recibió fueron críticas. Algunas de ellas bastante fundamentadas, otras nada de eso. Que era mucho más lindo ver el fuego, que a todos les gustaba apoyar el culo contra la estufa, que se podían aprovechar las brasas para hacer unos choricitos, que esto y que lo otro. Pero las críticas más despiadadas, como no podía ser de otra manera, provinieron de su anciana abuela. Paralítica de la cintura para abajo, no había hecho otra cosa que criticarlo y complicarle la vida desde que se la había llevado para su casa, después del fallecimiento del abuelo hacía tres años. Una vez removida la antigua estufa, y levantada en su lugar la enorme estufa mayólica, la vieja empezó con la perorata.
-¡¡No haces nada bien, mijo!! ¡¡Qué mamarracho eso!! ¡¡En vez de dejar la estufa que había instalado tu abuelo!! ¡¡Ni eso haces bien!! ¡¡Parece un horno crematorio eso!! ¡¡¡Pero por favor!!! ¡¡Abombado!!
Acostumbrado como estaba a tales manifestaciones, Pietro disfrutaba mirando la estufa enorme, imponente, ocupando casi la cuarta parte de la habitación. No se veía el fuego, era cierto, pero a él le gustaba. Tenía la puerta para la leña, un registro abajo para la ceniza, y un enorme horno arriba, con una puerta de hierro. Preciosa. Parecía un horno crematorio, es verdad. Por esa puerta enorme hasta podría pasar un ataúd, pensó. Pero a él le gustaba. Y sonreía al contemplarla.
El invierno vino suave ese año, por suerte. Y con él las vacaciones. Vacaciones que él se perdía una vez más, porque alguien tenía que quedarse a cuidar a la abuela. Y otra vez, como no podía ser de otra manera, le tocaba a él. Por tercer o cuarto año consecutivo. Siempre le tocaba a él quedarse a cuidarla. Pero, ¿qué iba a hacer? Cargar la camioneta era otra de esas instancias en las que la abuela tenía mucho para aportar:
- ¡No sé para qué carajo llevan pelota, si está lleno de nieve! ¡Qué ganas de joder! Y esas cosas que llevan para la nieve, como si supieran andar. Si apenas saben caminar derecho. Y claro, con el padre que tienen. ¡¡Qué lamentable!!
El bueno de Pietro, silbando bajito, acarreaba bultos, raquetas, pelota, conservadora, los trajes para la nieve. Besaba a sus hijos, los aconsejaba sobre cómo cuidarse y no hacer rezongar a su madre, los volvía a besar, y se despedía de su esposa, que lo encontró extrañamente tranquilo. Como sedado, le dijo.
-Estás bien querido? Qué raro estás. Tenés una sonrisa rara. ¿Te sentís bien?
Él la besó y sonrió. -Buen viaje. Diviértanse mucho. Los amo.
Esa misma tarde, cuando quedaron solos Pietro y la abuela, la historia empezó a repetirse una vez más. Reclamos, insultos, acusaciones, desprecio.
-Qué aborto se perdió tu madre!! Bueno, ya empezó mal la cosa cuando se casó con el inútil de tu padre. Y eso que yo le dije muchas veces. ¡¡Ese cazcarriento de mierda!!
La noche estaba fría y oscura, apenas iluminada por la luz intermitente del faro de La Paloma; lo que le daba al lugar un aspecto misterioso, siniestro, casi tenebroso.
Pietro acarreaba piñas, un poco de papel, leña fina para empezar y algún tronco grande para cuando agarrara calor El instalador le había dicho que la estufa podía alcanzar los 600 grados, si la cargaba bien. Pietro nunca lo supo con exactitud, pero después, recordando esa noche, supuso que sí, que esa noche la estufa alcanzó los 600 grados. Hasta tuvo que abrir un poco la ventana, porque el calor era insoportable.
Pero el calor fue subiendo de a poco, como la extraña sonrisa en su cara. Cada vez más grande y más extraña, casi siniestra.
La leña estaba casi toda seca, pero eran troncos muy grandes para esa estufa. Así que tuvo que ir al galpón a buscar el hacha.
La afiló despacio, sonriendo. Casi empieza a silbar, pero su silbido tapaba la voz de su abuela, que se escuchaba como una letanía allá al fondo. Le llegaba por ramalazos, con el viento frio.
Pietro afilaba el hacha, sudaba y sonreía. Si alguien lo hubiera visto, concentrado en la tarea, hubiera jurado que estaba feliz, disfrutando de ese momento a pesar del frio, y asegurándose de estar haciéndolo de la mejor manera. Como si le fuese la vida en el filo del hacha. Para eso probó el filo con una rama finita, y la cortó en el aire.
-Podría afeitarme con ella, pensó. -O cortar un cuello con mucha, mucha facilidad.
El viento frio seguía soplando de a ratos, muy frio, ululando Y el faro seguía iluminando de a ratos, fantasmagórico, cuando Pietro encaminó sus pasos hacia la casa. Ahora sí, silbando...
Lo que pasó después, nadie lo sabe. Y si alguien lo sabe, no lo recuerda. Y si lo recuerda, no lo comenta.
Lo cierto es que esa noche la estufa mayólica alcanzó su mayor temperatura y demostró que, efectivamente, en el horno entraba perfectamente un cuerpo humano.
Al otro día Pietro se levantó temprano. Desayunó, fue hasta la estufa que todavía estaba tibia, vació el compartimiento de las cenizas y las agregó a la compostera. Su esposa se entretenía mucho con las plantas, y esa era una buena ceniza. Orgánica.
La silla de ruedas la donó a un asilo para ancianos, que había a pocas cuadras. Ya no se iba a precisar.
Con el dinero de la vieja estufa de chapa, usada, que había instalado su abuelo y que esa misma tarde le vendió a un desconocido, el bueno de Pietro compró el pasaje para irse de vacaciones con su familia por primera vez en muchos años.
Su esposa y sus hijos lo vieron llegar con una extraña sonrisa en la cara, casi siniestra, silbando bajito...
Julio Perera López
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