lunes, 3 de octubre de 2022

LAS MANOS DE MI PADRE

LAS MANOS DE MI PADRE


Quiere que le cuente, doctor? Yo le cuento. Pero le cuento lo que sé. No voy a andar inventando. Yo siempre digo la verdad, sabe? Así que ahora voy a hacer lo mismo, aunque tenga un nudo acá en la garganta. Como algo que me arde, sabe? Como si quisiera llorar. Pero el viejo me enseñó que los hombres no lloran. Si, claro, disculpe. Ya voy al grano. Le explico: Él mismo me lo había regalado, doctor. Aunque usted no lo crea. Porque sabía que a mi me gustaban, desde chiquito me gustaron. Cuando yo era chico jugábamos a esas cosas todo el tiempo, sabe? En la calle, con los gurises de la cuadra. El Carlitos, el Mario, y yo. Éramos inseparables, sabe? Como hermanos, casi. Siempre jugabámos a los cowboy. O a los indios. Aunque jugábamos mucho a la pelota también, es verdad. Pero la mayor parte del tiempo no. Jugabamos a esas cosas. Las veíamos en la tele todo el tiempo. El cine de Jhon Wyne se llamaba. A mi me encantaban, y el viejo me lo regaló cuando cumplí los 18. Y el viejo ahora estaba muy jodido, muy jodido. De verdad. Taba fea la cosa para el viejo. Después del accidente, se puso fea fea. Primero las operaciones, las anestesias, las internaciones. Parecía que no terminaba nunca. La vieja andaba cansada, pobre. No podía más. Se pasaba cuidandolo. Del hospital a casa y de casa al hospital la vieja. Años estuvo así. Yo la ayudaba en lo que podía, pero estaba para la mía en esa época. Bueno, pero le sigo contando. El viejo se fue deteriorando, se fue haciendo chiquito en la cama. Dejó de caminar, dejó de leer, y por último dejó de hablar. Y desde que quedamos solos fue peor, porque antes la vieja se encargaba. Pero desde que la vieja se cansó y se fue, yo me tuve que encargar de todo, sabe? Y cuando le dijo de todo, es de todo. Todito. Le daba de comer en la boca, lo afeitaba, lo bañaba, le cambiaba los pañales, le daba los remedios. Yo calculo que a él le daría vergüenza, no sé. A mi, por lo menos, me daba. Y un poco de asco, también. Porque yo pienso, no? Uno no nació para cuidar a los padres. Nació para que los padres lo cuiden a uno. Yo le decía eso siempre a Gladys, antes de que tambien se aburriera y me dejara. Claro, todo el tiempo cuidando al viejo. Qué iba a hacer la flaca.? No estaba como para novias yo, no. Además, no se si usted sabía eso, doctor; el viejo ya no se comunicaba. No hablaba, como ya le dije anteriormente, verdad? Los doctores decían que tenía algo en el cerebro, no sé. Yo no entiendo mucho de eso. Por eso se comunicaba todo por señas, como esos que aparecen en la tele, ahí abajo. Vió que hacen unas cosas con las manos para la gente que no oye? Bueno, así. Igualito. Y bueno, yo entendí clarito las señas, doctor. Le juro. Se lo cuento ahora y es como si lo estuviera viendo. El viejo me señaló para el cajón de mi mesa de luz, donde yo lo guardaba. Porque a lo último ya compartiamos el cuarto. Me quedaba mejor para cuidarlo de noche. Y buno, me señaló la mesa de luz, y después se señaló así, la cabeza y después hizo como una seña para irse, así con la mano. Qué iba a hacer yo? Soy el hijo, no? Tenía que hacerle caso. No me quedaba otra. Qué hubiera hecho usted, doctor? Yo le hice caso. Yo siempre lo respeté mucho al viejo. Entonces fui al cajón de la mesa de luz. Yo siempre lo guardaba ahí. Lo agarré y se lo puse en la mano, despacito. Unas manos flaquitas tenía el viejo, sabe? Flaquitas, flaquitas. Como llenas de nudos. Parecían ramas en vez de manos. Flaquitas, medio torcidas, llenas de nudos. Igualito que unas ramas parecían las manos del viejo. Frías, además. El viejo siempre tenía las manos frías. A veces sueño que soy viejo y tengo las manos como él. Manchadas, un poco torcidos los dedos ya. Capaz que cuando sea más veterano, quién le dice? Me gustaría tener las manos como las de mi viejo. Con ellas trajo un lote de gurises a este mundo. Era un crack mi viejo. Entonces, le decía, se lo puse en la mano. Despacito. Lo abracé al viejo, le dije que lo quería muchísimo. Que lo amaba. Y me fui. Lo dejé sólo. Eso es todo, doctor. No sé más nada. Le juro, si supiera algo le decía. Dicen los vecinos que escucharon un ruido, no sé. A mi me fue a buscar la cana al taller. Apenas me dió tiempo para lavarme las manos. Llenitas de grasa las tenía. No como las manos de mi viejo, que siempre estuvieron limpias

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