LASCANO A LOS 40
Las expectativas eran muchas. Por el lugar: los montes del Cebollati, en un punto cerca de Lascano. Por quienes íbamos: mi amigo Carlitos, el más antiguo de mis amigos, su hijo Joaquín, y yo con mis hijos en el que iba a ser nuestro primer campamento juntos, después de un intento fallido con Felipe hace unos años. Y la excusa: un campamento como los de antes, en medio del monte, a la orilla del arroyo, cazando y pescando…
Primera parte: Los aprontes
Carlos me mandó un mensaje de texto: “¿vamos a llevar a los gurises a acampar?”
La verdad es que dudé. Yo había conseguido unos días para irnos para Punta Rubia, y no sabía como iban a tomar los gurises la idea de ir a acampar. Se los propuse y no dudaron: Vamos!! Bueno, vamos. El farol? En Punta Rubia! La carpa? La cantimplora? Las cañas? La linterna? Todo está en Punta Rubia!! Yo ya había desterrado de mi vida la posibilidad de volver a acampar, y me había llevado todo para el rancho, pero Carlitos no se desanimó: “Yo me encargo de todo. Vos conseguite una carpa y nos vamos”
Donde conseguimos una carpa? El tío Bolo nos prestó la carpa, los sobres de dormir y unas colchonetas. Nos repartimos con Carlitos la compra de los comestibles y lo que iba a llevar cada uno. Un par de días antes de la fecha prevista para la partida ya estaba todo pronto.
Segunda parte: el viaje de ida
A las 6 de la mañana del domingo llega Carlitos a casa con el auto cargado hasta el techo y con 5 gurises adentro !!! Pasamos uno de los gurises para el auto nuestro y arrancamos: 8 de Octubre, Camino Maldonado, Ruta 8, Pando, Solís de Mataojo, Minas. A la altura de Villa Serrana paramos para estirar las piernas y para que aquel se despertara un poco. Cuando le pregunto la razón de ir a pasar trabajo con tanto gurí ajeno me habla de situaciones familiares jodidas, de su propia infancia, de las ventajas de la vida al aire libre y la mar en coche. La verdad: me convenció. Arrancamos.
El paisaje a esa altura es una belleza: serranías, quebradas, y montes. Asusta ver el avance de la forestación. Kilómetros y kilómetros de Eucaliptos. No se ven chacras, ni granjas ni papas ni maíz ni girasol ni invernáculos ni nada. Solo eucaliptos.
Pasamos por Aiguá. La lluvia constante amenazaba con arruinarnos los planes, pero seguimos y llegamos a Lascano.
Tercera parte: el campamento
El lugar resultó ser una estancia a 16 kilómetros de Lascano, para el lado del Averías.
Allí nos esperaba Marcos, al que agarramos en plena carneada de una oveja. Las caras y los comentarios de los gurises ya justificaban el viaje. Estaban asombrados. Creo que alguno nunca había visto una vaca de cerca, y mucho menos una oveja con el triperío colgando.
Cargamos media oveja en el techo del Fiat y arrancamos campo adentro. Fueron cinco kilómetros a campo traviesa, cruzando pedregales, cañadas y barriales. Poniendo piedras y palos debajo de las ruedas, empujando, embarrándonos. Qué placer! Yo estaba como loco. Me sentía en una travesía 4x4.
La ilusión se me terminó cuando llegamos a la última portera. Había un manantial justo en la pasada y aquello era un barrial imposible de pasar para nuestro Fiat 1000cc. El Renault 18 pudo, con ayuda y mucho esfuerzo, pasar. Cargamos las cosas en la camioneta y encaramos el último kilómetro y pico hasta el monte. Allá quedó el Fiat en medio de la nada. Esperando. Se portó como un campeón.
El campo? Mil trescientas hectáreas de pradera. Piedras. Vacas. Caballos. Ñandúes. Ovejas. Una belleza. Hacía muchos años que no estaba en un lugar así.
El Monte? Un monte indígena, nativo o monte galería según los libros de texto. Coronillas, espinillos, talas, canelones, congorosas, todos debidamente reconocidos gracias al libro que llevó Felipe, y al curso que yo había hecho hace unos años. Nidos de hornero, cuevas de mulita, huellas de garzas, excrementos de carpincho, de todo vimos.
Manuel, designado fotógrafo oficial de la expedición, agotó pilas y tarjetas de memoria registrando todo. A todo le sacó fotos: a las carpas, a la gente, al fogón, al río, al monte, a los nidos, a la comida, y creo que no se sacó fotos a si mismo sacando fotos porque no teníamos espejo, si no…
Armamos las carpas, juntamos leña, pescamos poco, caminamos mucho, hablamos, sacamos fotos, fregamos en el arroyo, recordamos viejos tiempos (los que somos lo suficientemente viejos para eso), dormimos en sobres de dormir, comimos oveja asada, oveja con arroz, arroz con oveja, churrasco de oveja, tortas fritas y vino tinto.
Vimos vacas, ovejas, caballos, zorrillos, liebres, perdices, pájaros, víboras, amaneceres, atardeceres, cielos y praderas que parecían infinitas.
Por supuesto que los gurises jugando con los celulares y escuchando música nos volvían a la realidad. Pero esa es la realidad de ellos, no la mía. El Sico y yo estábamos en el paraíso.
No pescamos ni cazamos un carajo. Pero eso no importa. Lo importante es que los gurises vivieran todo eso.
Cuarta parte: El regreso
Pero la vida continúa. Hay que trabajar. Por lo tanto hay que volver.
El martes al mediodía Marcos nos fue a buscar en la camioneta y nos arrimó las cosas hasta el auto. Por supuesto, los gurises siguieron después trepados a la camioneta hasta llegar a la estancia.
La despedida, el agradecimiento, la promesa de volver, y salimos rumbo a Lascano, donde nos despedimos porque el Sico con su gurisada volvía a Montevideo y nosotros nos íbamos para el rancho.
Claro que no podía irme de Lascano sin mostrarle a Felipe y a Manuel la casa donde había vivido, la escuela donde habían ido los tíos, el hospital donde trabajó el Abú.
A la calle Misiones le cambiaron el nombre. Ahora se llama Vicente Nosequecarajo.
La casa está reformada y ahora incluye un almacén.
Y no tuve mejor idea que entrar a ese almacén, que en definitiva era entrar a la casa de la que había salido hacia 35 años y a la cual nunca había vuelto a entrar. Era entrar a la casa donde nací, donde había vivido mis primeros cinco años. Donde aprendí a caminar.
Miré para arriba y vi el techo. Un techo viejo, de madera, que por la distribución del almacén parecía corresponder a cuatro piezas de la antigua casa.
Miré para arriba y vi el techo. Y me asaltaron dos emociones tan fuertes que tuve que disparar para afuera. Me emocionó estar ahí, en el que supuse que había sido el consultorio de Papá, o su dormitorio. Pero al mismo tiempo me di cuenta de que no sabía! No sabía si era el consultorio o el dormitorio. Me di cuenta de que no me acuerdo de nada de esa época. No recuerdo situaciones, ni lugares ni personas de Lascano. La nostalgia que sentía por Lascano es una nostalgia ajena, creada por los cuentos y anécdotas de mis hermanos y mis padres. Por viejas fotos en blanco y negro.
Pero yo no me acuerdo de nada. No se donde dormía. No se quienes eran mis amigos. No me acuerdo como era la casa por adentro. No me acuerdo de mis juguetes.
Miré para arriba y vi el techo. Salí disparando. Me subí al auto con mis hijos y nos fuimos para Punta Rubia.
Pero esa... es otra historia…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deje aquí su comentario. Gracias