miércoles, 19 de octubre de 2022

IMBORRABLES

 Tic, tac, tic, tac.. drop, drop...tic, drop, tac, drop...

 El viejo reloj despertador y la canilla de la cocina parecían haberse complotado para arruinarle la siesta. El frío se colaba por todas las rendijas del rancho, y la raída frazada no alcanzaba a disimularlo.

 Pero esos no eran ruidos, eran música al lado de los otros ruidos, que pretendía dejar en el pasado y no podía. 

 Cadenas, candados, cerrojos, gritos, aullidos, lo despertaban una y otra vez en esas noches eternas. 

 Se suponía que esos sonidos debían quedar en el pasado, enterrados, olvidados. Eso le había dicho su terapeuta. Que los soltara, le había dicho.

 Pero no había noche en que no lo despertara el ruido de un cerrojo al abrirse, un plato metálico arrastrado por el piso, una radio a todo volumen intentando tapar los gritos.  

 Por eso no lo molestaba, en esa siesta, el concierto de canilla y despertador.

 Tic, drop, tac, drop... 


lunes, 3 de octubre de 2022

LA ESTUFA MAYOLICA



LA ESTUFA MAYÓLICA



Pietro siempre tuvo la terrible sensación de no ser tomado en serio. Sobre todo, por su abuela, pero también por su madre, su esposa, sus compañeros de trabajo, y sus amigos. Nadie lo tomaba en serio, en realidad. Pero él se había acostumbrado. Después de todo, había salido adelante. Su autoestima había ido creciendo con los años, y las críticas le resbalaban. Cuando optó por jubilarse, en vez de trabajar cinco años más para que su jubilación aumentara, las críticas le llovieron. Sobre todo, de parte de su abuela.

-Toda una vida laburando como burro en ese trabajo de mierda, que nunca te gustó, ¡¡¡y te vas a ir ahora que te faltan cinco años para llegar al máximo!!! ¡¡No te avivas más!! ¡¡Además de tarado, vago!! ¿¿Qué te costaba quedarte unos años más??

Y así siempre. Cuando vendió el apartamento para irse con su familia a la casa de La Paloma, cerca de sus abuelos. Cuando cambió el viejo auto por una pick up, cuando se quebró jugando al fútbol, siempre sintió el apoyo de su abuelita.

-No tenés gracia ni pa jugar a la pelota, mijo. Qué desgracia...

Cuando Pietro anunció que iba a cambiar la vieja estufa a leña, de chapa, por una moderna estufa mayólica, de cerámica, más eficiente en términos de consumo de leña, lo único que recibió fueron críticas. Algunas de ellas bastante fundamentadas, otras nada de eso. Que era mucho más lindo ver el fuego, que a todos les gustaba apoyar el culo contra la estufa, que se podían aprovechar las brasas para hacer unos choricitos, que esto y que lo otro. Pero las críticas más despiadadas, como no podía ser de otra manera, provinieron de su anciana abuela. Paralítica de la cintura para abajo, no había hecho otra cosa que criticarlo y complicarle la vida desde que se la había llevado para su casa, después del fallecimiento del abuelo hacía tres años. Una vez removida la antigua estufa, y levantada en su lugar la enorme estufa mayólica, la vieja empezó con la perorata.

-¡¡No haces nada bien, mijo!! ¡¡Qué mamarracho eso!! ¡¡En vez de dejar la estufa que había instalado tu abuelo!! ¡¡Ni eso haces bien!! ¡¡Parece un horno crematorio eso!! ¡¡¡Pero por favor!!! ¡¡Abombado!!

Acostumbrado como estaba a tales manifestaciones, Pietro disfrutaba mirando la estufa enorme, imponente, ocupando casi la cuarta parte de la habitación. No se veía el fuego, era cierto, pero a él le gustaba. Tenía la puerta para la leña, un registro abajo para la ceniza, y un enorme horno arriba, con una puerta de hierro. Preciosa. Parecía un horno crematorio, es verdad. Por esa puerta enorme hasta podría pasar un ataúd, pensó. Pero a él le gustaba. Y sonreía al contemplarla.

El invierno vino suave ese año, por suerte. Y con él las vacaciones. Vacaciones que él se perdía una vez más, porque alguien tenía que quedarse a cuidar a la abuela. Y otra vez, como no podía ser de otra manera, le tocaba a él. Por tercer o cuarto año consecutivo. Siempre le tocaba a él quedarse a cuidarla. Pero, ¿qué iba a hacer? Cargar la camioneta era otra de esas instancias en las que la abuela tenía mucho para aportar:

- ¡No sé para qué carajo llevan pelota, si está lleno de nieve! ¡Qué ganas de joder! Y esas cosas que llevan para la nieve, como si supieran andar. Si apenas saben caminar derecho. Y claro, con el padre que tienen. ¡¡Qué lamentable!!

El bueno de Pietro, silbando bajito, acarreaba bultos, raquetas, pelota, conservadora, los trajes para la nieve. Besaba a sus hijos, los aconsejaba sobre cómo cuidarse y no hacer rezongar a su madre, los volvía a besar, y se despedía de su esposa, que lo encontró extrañamente tranquilo. Como sedado, le dijo.

-Estás bien querido? Qué raro estás. Tenés una sonrisa rara. ¿Te sentís bien?

Él la besó y sonrió. -Buen viaje. Diviértanse mucho. Los amo.

Esa misma tarde, cuando quedaron solos Pietro y la abuela, la historia empezó a repetirse una vez más. Reclamos, insultos, acusaciones, desprecio.

-Qué aborto se perdió tu madre!! Bueno, ya empezó mal la cosa cuando se casó con el inútil de tu padre. Y eso que yo le dije muchas veces. ¡¡Ese cazcarriento de mierda!!

La noche estaba fría y oscura, apenas iluminada por la luz intermitente del faro de La Paloma; lo que le daba al lugar un aspecto misterioso, siniestro, casi tenebroso.

Pietro acarreaba piñas, un poco de papel, leña fina para empezar y algún tronco grande para cuando agarrara calor El instalador le había dicho que la estufa podía alcanzar los 600 grados, si la cargaba bien. Pietro nunca lo supo con exactitud, pero después, recordando esa noche, supuso que sí, que esa noche la estufa alcanzó los 600 grados. Hasta tuvo que abrir un poco la ventana, porque el calor era insoportable.

Pero el calor fue subiendo de a poco, como la extraña sonrisa en su cara. Cada vez más grande y más extraña, casi siniestra.

La leña estaba casi toda seca, pero eran troncos muy grandes para esa estufa. Así que tuvo que ir al galpón a buscar el hacha.

La afiló despacio, sonriendo. Casi empieza a silbar, pero su silbido tapaba la voz de su abuela, que se escuchaba como una letanía allá al fondo. Le llegaba por ramalazos, con el viento frio.

Pietro afilaba el hacha, sudaba y sonreía. Si alguien lo hubiera visto, concentrado en la tarea, hubiera jurado que estaba feliz, disfrutando de ese momento a pesar del frio, y asegurándose de estar haciéndolo de la mejor manera. Como si le fuese la vida en el filo del hacha. Para eso probó el filo con una rama finita, y la cortó en el aire.

-Podría afeitarme con ella, pensó. -O cortar un cuello con mucha, mucha facilidad.

El viento frio seguía soplando de a ratos, muy frio, ululando Y el faro seguía iluminando de a ratos, fantasmagórico, cuando Pietro encaminó sus pasos hacia la casa. Ahora sí, silbando...

Lo que pasó después, nadie lo sabe. Y si alguien lo sabe, no lo recuerda. Y si lo recuerda, no lo comenta.

Lo cierto es que esa noche la estufa mayólica alcanzó su mayor temperatura y demostró que, efectivamente, en el horno entraba perfectamente un cuerpo humano.

Al otro día Pietro se levantó temprano. Desayunó, fue hasta la estufa que todavía estaba tibia, vació el compartimiento de las cenizas y las agregó a la compostera. Su esposa se entretenía mucho con las plantas, y esa era una buena ceniza. Orgánica.

La silla de ruedas la donó a un asilo para ancianos, que había a pocas cuadras. Ya no se iba a precisar.

Con el dinero de la vieja estufa de chapa, usada, que había instalado su abuelo y que esa misma tarde le vendió a un desconocido, el bueno de Pietro compró el pasaje para irse de vacaciones con su familia por primera vez en muchos años.

Su esposa y sus hijos lo vieron llegar con una extraña sonrisa en la cara, casi siniestra, silbando bajito...



Julio Perera López

UNA ZUNDAPP 600

Pero mirá dónde te vengo a encontrar, Flaco!! Tanto tiempo!! Cuánto hace de tu accidente, loco? Un par de años, ya. No? Qué increíble!! Vos sabes cómo llegué acá? No vas a poder creer. Si te lo cuento te caes de culo. Vos me tomabas el pelo siempre. Que quería ser como vos, que te tenía envidia. Que no sé qué y no sé cuánto. Te digo la verdad? En lo único que te envidiaba era con las minas. Siempre fuiste mucho más ganador que yo. Eso te lo reconozco. Pero en lo demás, no. Yo siempre fui mucho mejor para los fierros. A mí no me vengas!! Bueno, pero te cuento cómo llegué acá. Vos te acordás de mi suegro, no? Si lo habrás visto al viejo!! Era un capo con los fierros. Yo todo lo que sabía lo había aprendido con él. El viejo era de pocas palabras, pero me dejaba darle una mano en el taller, con sus cosas. Y siempre tuvo moto el viejo. Una vuelta se había comprado una Indian con sidecar. Era un show verlo paseando con mi suegra por la rambla.! La gente se daba vuelta para mirarlos. Tuvo de todo, yo creo. Royal Enfield, Indian, Harley, Susuki, Honda... Yo que sé. Menos chinas, tuvo de todo. Y la última que tuvo es la razón por la que estoy acá conversando contigo después de tanto tiempo. Mira, era un Zundapp KS 600 cc, del 41. Alemana. No sabés cómo estaba, Flaco!! Era un fierro!! Vos no llegaste a conocerla, creo. Un caño!! El viejo le había hecho el tapizado del asiento, los carenados, el escape, todo nuevo. Divina estaba la moto. Hermosa. Y cuando terminó de hacerle todo eso, el tipo va y se muere. Podés creer? Un infarto. Pobre loco. Yo lo apreciaba mucho. Un loco grandote, lomudo, muy callado. Yo lo admiraba, aunque nunca se lo dije. Siempre fui así yo, medio quedado, no? Decime la verdad. Y bueno, lo de siempre. Viste? Velorio, acompañar unos días a mi suegra, aguantarle la cabeza. Y a la patrona también, obvio. Viste como es. Y un día fuimos con aquella, sacamos ropa del hombre, libros, esas cosas. Regalamos algunas cosas, tiramos otras. Aquella se quería quedar con todo, viste como es de acumuladora. Pero bueno. Y cuando terminamos con la ropa y eso, va mi suegra y dice: -Bueno, ahora vamos para el galpón, a ver qué hay. Ahí entraba sólo él. No sabe lo que era eso!! El paraíso!!! Bueno, vos sabés mejor que yo lo que es el paraíso!! Jajaja! No te voy a venir a contar yo!! Pero ta, para mi eso era el paraíso hasta ese momento. Herramientas, las que quisieras. De todo. Motosierra, circular, garlopa, torno, amoladoras, cajas enteras de llaves fijas, de todo! Y allá en el fondo, tapada con una lona verde, la moto. Fue verla, y me salió del alma, viste? No me pude callar. Y la encaré a la doña: -Suegra, qué va a hacer con la moto? A mi me gustaría heredarla, si a usted no le molesta. -No, no, no. Esa moto es muy grande para vos. No vas a poder ni prenderla. Es impresionante lo que debe pesar. Ni se te ocurra. La vamos a vender. Ya tengo un interesado. Viste como era mi suegra, no? Siempre igual. Buena gente, pero tenía esas cosas. Y bueno, al otro día esperé a que las mujeres se fueran a hacer unos mandados. A visitar a unas tías viejas, creo. No sé. Y tá. No me aguanté. Era ahí o nunca. La llave estaba colgadita en el tablero de las herramientas, al lado de los destornilladores. Y tá. Le saqué la lona y se me piantó un lagrimón. Me vinieron como ganas de acariciarla, viste? El tanque, los carenados, el escape, el asiento. Por supuesto que no tenía arranque eléctrico, así que tuve que afirmarme en la pata. Pero estaba suavecita. Vos sabés que fue tocarla y quedó cantando la loca. Impresionante. Una música para mis oídos. Divino como roncaba. Lo que no encontré por ningún lado fue el casco, y no quería perder mucho tiempo tampoco. Así que me trepé y arranqué para la rambla costanera. No sabés como caminaba la hija de puta!!! No sabés, Flaco!! Increíble. Más para ser un fierro tan antiguo, no? Fijate que era del 41. Original. Y vos sabés que la exigí y respondió la loca. Viste cuando parece que te piden más? Bueno, así. 80, 100, 120 y seguía respondiendo. Impresionante. Me acordé tanto de las salidas que hacíamos con aquellos. La sensación de libertad, el viento en la cara. Vos sabés bien de qué te hablo. Te acordás de cuando fuimos a aquel parque, y armamos bruto festival de Heavy Metal después? Y cuando hicimos toda la ruta 26 con el Carlitos? Vos en la Honda, aquel con la Susuki y yo con la Virago aquella que tenía. Me acordé de eso. De una cantidad de salidas. Con lluvia, con frío. No nos paraba nada en esa época. Eramos jóvenes, Flaco. Mirá, en un momento me acordé de tu accidente y todo, sabés? Pero mirá qué loco. No fue en cualquier momento, no. Justo en el momento en que se me cruza el camión me vengo a acordar de vos. Podés creer? Fue un instante. Me acordé de ese momento en que ibamos con el Mario y vos te diste contra aquella columna de luz. Y aquí estoy, conversando contigo. Qué loco, no? Nunca pensé que al final, iba a ser como vos. Justo al final

LAS MANOS DE MI PADRE

LAS MANOS DE MI PADRE


Quiere que le cuente, doctor? Yo le cuento. Pero le cuento lo que sé. No voy a andar inventando. Yo siempre digo la verdad, sabe? Así que ahora voy a hacer lo mismo, aunque tenga un nudo acá en la garganta. Como algo que me arde, sabe? Como si quisiera llorar. Pero el viejo me enseñó que los hombres no lloran. Si, claro, disculpe. Ya voy al grano. Le explico: Él mismo me lo había regalado, doctor. Aunque usted no lo crea. Porque sabía que a mi me gustaban, desde chiquito me gustaron. Cuando yo era chico jugábamos a esas cosas todo el tiempo, sabe? En la calle, con los gurises de la cuadra. El Carlitos, el Mario, y yo. Éramos inseparables, sabe? Como hermanos, casi. Siempre jugabámos a los cowboy. O a los indios. Aunque jugábamos mucho a la pelota también, es verdad. Pero la mayor parte del tiempo no. Jugabamos a esas cosas. Las veíamos en la tele todo el tiempo. El cine de Jhon Wyne se llamaba. A mi me encantaban, y el viejo me lo regaló cuando cumplí los 18. Y el viejo ahora estaba muy jodido, muy jodido. De verdad. Taba fea la cosa para el viejo. Después del accidente, se puso fea fea. Primero las operaciones, las anestesias, las internaciones. Parecía que no terminaba nunca. La vieja andaba cansada, pobre. No podía más. Se pasaba cuidandolo. Del hospital a casa y de casa al hospital la vieja. Años estuvo así. Yo la ayudaba en lo que podía, pero estaba para la mía en esa época. Bueno, pero le sigo contando. El viejo se fue deteriorando, se fue haciendo chiquito en la cama. Dejó de caminar, dejó de leer, y por último dejó de hablar. Y desde que quedamos solos fue peor, porque antes la vieja se encargaba. Pero desde que la vieja se cansó y se fue, yo me tuve que encargar de todo, sabe? Y cuando le dijo de todo, es de todo. Todito. Le daba de comer en la boca, lo afeitaba, lo bañaba, le cambiaba los pañales, le daba los remedios. Yo calculo que a él le daría vergüenza, no sé. A mi, por lo menos, me daba. Y un poco de asco, también. Porque yo pienso, no? Uno no nació para cuidar a los padres. Nació para que los padres lo cuiden a uno. Yo le decía eso siempre a Gladys, antes de que tambien se aburriera y me dejara. Claro, todo el tiempo cuidando al viejo. Qué iba a hacer la flaca.? No estaba como para novias yo, no. Además, no se si usted sabía eso, doctor; el viejo ya no se comunicaba. No hablaba, como ya le dije anteriormente, verdad? Los doctores decían que tenía algo en el cerebro, no sé. Yo no entiendo mucho de eso. Por eso se comunicaba todo por señas, como esos que aparecen en la tele, ahí abajo. Vió que hacen unas cosas con las manos para la gente que no oye? Bueno, así. Igualito. Y bueno, yo entendí clarito las señas, doctor. Le juro. Se lo cuento ahora y es como si lo estuviera viendo. El viejo me señaló para el cajón de mi mesa de luz, donde yo lo guardaba. Porque a lo último ya compartiamos el cuarto. Me quedaba mejor para cuidarlo de noche. Y buno, me señaló la mesa de luz, y después se señaló así, la cabeza y después hizo como una seña para irse, así con la mano. Qué iba a hacer yo? Soy el hijo, no? Tenía que hacerle caso. No me quedaba otra. Qué hubiera hecho usted, doctor? Yo le hice caso. Yo siempre lo respeté mucho al viejo. Entonces fui al cajón de la mesa de luz. Yo siempre lo guardaba ahí. Lo agarré y se lo puse en la mano, despacito. Unas manos flaquitas tenía el viejo, sabe? Flaquitas, flaquitas. Como llenas de nudos. Parecían ramas en vez de manos. Flaquitas, medio torcidas, llenas de nudos. Igualito que unas ramas parecían las manos del viejo. Frías, además. El viejo siempre tenía las manos frías. A veces sueño que soy viejo y tengo las manos como él. Manchadas, un poco torcidos los dedos ya. Capaz que cuando sea más veterano, quién le dice? Me gustaría tener las manos como las de mi viejo. Con ellas trajo un lote de gurises a este mundo. Era un crack mi viejo. Entonces, le decía, se lo puse en la mano. Despacito. Lo abracé al viejo, le dije que lo quería muchísimo. Que lo amaba. Y me fui. Lo dejé sólo. Eso es todo, doctor. No sé más nada. Le juro, si supiera algo le decía. Dicen los vecinos que escucharon un ruido, no sé. A mi me fue a buscar la cana al taller. Apenas me dió tiempo para lavarme las manos. Llenitas de grasa las tenía. No como las manos de mi viejo, que siempre estuvieron limpias

LA CORTINA DE LA ABUELA

 



LA CORTINA DE LA ABUELA

Gris, vieja, remendada, con unas flores por acá y por allá, es cierto. Pero hasta las flores eran sin brillo, como sin ganas de embellecer su entorno.

Así se había tornado la vida de Pablo desde que tomó la decisión de separarse. Se jubiló, vendió las máquinas, se despidió de su mujer y sus hijos, y se fue a vivir sólo, a una vieja casona en el medio del campo. Entre las sierras.

Iba a pagar caro esa decisión, pero él no lo sabía. Sólo sabía que debía escapar de la rutina, de las peleas, de esa pesadilla recurrente que lo despertaba todas las noches a la misma hora, gritando y llorando.

Estaba decidido a llevarse su secreto a la tumba, que para él tenía forma de casa abandonada, vacía y silenciosa.

Alguien había dejado ahí alguna vez un colchón y un par de frazadas. Serían suficientes.

Sólo era cuestión de que pasara el tiempo, para que su vida se volviera gris, vieja y remendada.

Como la cortina de su abuela muerta, que fue lo único que se llevó.

martes, 23 de agosto de 2022

OTRA OPORTUNIDAD



Lo primero que hizo Pablo cuando se encontró consigo mismo, 45 años más joven, fue caerse de culo. Se levantó a mear, medio dormido, a las 4 de la mañana, y se encontró con un botija de 9 años que era él mismo, Pablo, de pijama y tan dormido como él.

-Qué haces... digo, qué hago acá?

-Me levanté a hacer pichí. Y tú? digo, y yo?

-Estaba soñando que tenía 9 años y me estaba haciendo pichí. Cuántos años tenés?

-9.Y ya soy viejo a tu edad? Voy a quedar pelado? y por qué tengo panza, si yo hago gimnasia en la escuela y juego a la pelota todos los días en la calle?

-Mirá, no sé qué decirte... pero seguí jugando. No dejes de jugar nunca. Aprovechá esa oportunidad que te van a dar en Huracán cuando tengas 18, y no vayas al liceo militar por nada del mundo. Haceme caso!! Seguí estudiando, no tengas miedo de equivocarte, andá a más bailes, escribí, no seas boludo.

-Y si hago todo eso, ya no voy a ser así?

- No, botija. Ya no.

miércoles, 17 de agosto de 2022

LA MUERTE BLANCA

 

Hoy me morí de miedo, Papá-le dijo su hijo cuando llegó a casa esa noche.

El Dani estaba haciendo un curso de apnea, en la piscina del club. Esa tarde el instructor les había enseñado un ejercicio para bucear en apnea y no sentir la necesidad de respirar, anular el reflejo que nos obliga a hacerlo.

El tipo lo había hecho perfecto al ejercicio. Se puso el cinturón de plomo, se tiró al agua, fue al fondo, y empezó a patalear. Una pileta, dos, tres...

En un momento le pareció escuchar a Lennon, que le susurraba:

"Close your eyes

Have no fear

The monster's gone

He's on the run and your daddy's here"

Se despertó escupiendo sangre, arriba de la piscina. Lo habían sacado dormido del fondo. " La muerte blanca" le llaman, porque los que la sufren no quedan morados. Se mueren bajo el agua con los pulmones vacíos.

El Dani no se murió esa vez. Se cambió, se subió a la moto y volvió a casa. Así, sin más.


Por eso le estaba diciendo a su hijo, entre hipos y lágrimas, ahora que estaban otra vez juntos:

 -No tengas miedo hijo. Tu papá está acá.

miércoles, 10 de agosto de 2022

ENTREVISTA


-Digame, cuándo empezó con esta vida de constructor?
-Mi vida como constructor empezó hace poco más de un año, y falta poco para que termine. Eso espero, por lo menos.
-Ha aprendido mucho en este año y medio?
-Y, mire, aprendí que se puede trabajar en un ambiente de respeto, sin malas palabras, sin competencia.
-Ha trabajado mucho?
-Si, he trabajado muchísimo. Sobre todo la humildad, la autoestima, la toma de decisiones, la paciencia.
-Qué es lo más difícil de hacerse una casa?
-Lo más difícil, casi imposible, es no emocionarse hasta las lágrimas en el proceso. Sabe? Uno se siente tan querido, tan rodeado, como pocas veces me ha pasado. Uno no puede creer que gente que apenas conoce se venga a las 8 de la mañana a embarrarse hasta las patas, a chupar frío, a cansarse como bichos, sólo para dar una mano. A uno se le pone la piel de gallina. He visto hombres grandes emocionarse como niños al recibir una trincheta de regalo, mire lo que le digo. Es magia.

domingo, 24 de julio de 2022

VIAJE DE IDA

Las vacaciones en Ilha Grande fueron una buena idea, después de todo. Ir a ese bingo también.
El premio al principio me pareció un poco raro, debo reconocerlo. Un viaje al fondo del mar no es algo que uno se gane todos los días.
Pero bueno, a viaje regalado no se le mira el destino.
Por eso me trepé a ese barco de buceo, me puse este pesado traje lleno de tubos por todos lados, este molesto tanque atrás, y para peor estas aletas incomodísimas.
Al principio yo no estaba convencido, pero el instructor me explicó que era fácil. Sólo tenía que respirar lenta e ininterrumpidamente y bajar.
Y tenía razón, porque al ponerme este pesado cinturón con plomo me vine para abajo enseguida.
Está lleno de peces acá, de todos colores. A veces pasan unos finitos y largos, o esos redondos como globos. Y cada tanto pasa una sombra, como de algo muy grande que pasa por encima mío. 
Me gusta estar acá abajo. Está tranquilo, silencioso. Pero hace un poco de frio, eso sí.
No sé cuando me vendrán a buscar, no me dijeron. Pero espero que no demoren mucho más.

VENGANZA

 La venganza fue planificada al detalle, sin dejar nada librado al azar, en la sucia mesa de la cocina, entre grappa y grappa, escuchando un viejo disco de Santana. Abraxas, creo que era.
El último fracaso había sido rotundo, estrepitoso y total. Todas las editoriales le habían dicho que no. Y algunas, incluso, se habían burlado de él. Imbéciles. Ellos se lo habían perdido.
Fue entonces cuando echó mano a sus ahorros, a pesar de la opinión en contrario de toda su familia, que le dio la espalda una vez más, y publicó su libro de forma independiente.
-Ahora vas a tener para limpiarte el culo un año- le había dicho su madre, con el cariño que la caracterizaba, al ver la pila de cajas.
Y no se equivocó. No vendió ni un puto libro. Un auténtico, rotundo y enorme fracaso.
Pero esta vez iba a ser distinto. Los jurados del concurso iban a quedar boquiabiertos. Las editoriales se iban a pelear por publicarlo. Ya iban a ver. Iba a escribir el mejor cuento jamás escrito.
Sólo tenía que llegarle una maldita idea a su cabeza embotada.
Pero esa maldita idea nunca llegaba. Se le escabullía, se asomaba y se escondía, se insinuaba, pero nunca, nunca, llegaba para quedarse.
Lo que más lo atormentaba, era el contemporáneo éxito de su tío Víctor. Músico, escritor, pintor, viajero, gran contador de cuentos. En todo se destacaba. 
 El había sido un desastre toda su vida. Hasta que decidió que no iba más. Las cosas iban a cambiar.
 Lo primero que hizo fue alquilar un local con sótano, baratísimo, en la Ciudad Vieja. Luego acondicionó todo: Una mesa con una silla arriba, y abajo otra mesa, otra silla, y una máquina de escribir.
 Lo único que tenía que hacer ahora era secuestrar al tío, obligarlo a contarle cuentos, y escribirlos. 
 

jueves, 23 de junio de 2022

EL OLOR DEL BARRO



Era temporada de caza, y yo estaba en el monte. 
De noche. Sólo. 
Estaba profundamente dormido, cuando me despertó repentinamente el olor a chancho. Intenso, penetrante, invadiéndolo todo. 
Salí de la carpa en cuatro patas, en la oscuridad de la noche. 
Arranqué derecho para el pajonal, guiado por una extraña sensación que no supe explicar. 
No había luna, así que eso no era. No se veía nada. Pero yo sabía dónde iba. Rumbo al pajonal, al barro, al otro lado del monte. 
Atravesé un pedacito de pradera, donde por allá alcancé a ver una familia de mulitas pastando. Esquivé espinas de tala y coronilla a duras penas; pasando por un trillo angosto entre el monte sucio, por abajo de los canelones y los gajos de arrayán. 
El olor del barro, allá a lo lejos, me llamaba. Me pregunté por qué carajo sentía esa necesidad, y no encontré la respuesta. Sólo una acuciante llamada de algún lugar en la espesura de esa noche oscura. 
Es difícil guiarse en el monte, sobre todo cuando no hay luna. Todas las picadas son iguales, hay espinas por todos lados, calor, mosquitos, troncos podridos. Nada de eso me detuvo. Guiado como por un extraño hilo invisible, yo seguí avanzando. 
Estaba a punto de llegar, el pajonal y el barro ya estaban ahí, ya podía sentirlos, cuando un dolor punzante, insoportable, me quemó de repente. Asustado, dolorido y bañado en sangre alcancé a ver, antes de desmayarme, dos brutos perros cimarrones aferrados a mis patas traseras.
 Después, nada.

miércoles, 22 de junio de 2022

CARETTA CARETTA



Inhalé todo lo lento, profundo y largo que mis pulmones me lo permitieron, y me sumergí. Profundo, bien profundo. El invierno se acerca, y hay que migrar a zonas más cálidas. Me gusta ese viaje que hacemos todos los años. Viajamos todos juntos, en familia. Mi padre y mi madre adelante, porque tienen la caparazón dura más grande del mundo!!. Después mi abuela, y mi abuelo. Y atrás vamos nosotros, todos mis hermanos y yo. Es un viaje largo, con paradas sólo para comer alguna medusa, algún calamar, o algún pez que se atreva a pasar cerca de nuestras poderosas mandíbulas.

A pesar de las redes abandonadas, del plástico que todo lo ocupa, de la mugre, me gusta el silencio de la profundidad, el suave batir de las algas, el enorme azul. Me da una enorme seguridad, una inmensa paz.

Lo único que verdaderamente me molesta es cuando nos cruzamos con alguna cabezona, que nos grita: -Tortuga boba!!!

domingo, 12 de junio de 2022

¿POR QUÉ ESCRIBO?

 

Empecé a escribir desde muy chico. No recuerdo con claridad cuándo me aburrí de “ alas al sol”, “Mamá amasa la masa”, “una osa y sus ositos” y todas esas boludeces. Pero cuando quise acordar estaba en el suelo, con un hoja robada a un cuaderno de la escuela, escribiendo una canción en inglés.

Decía algo así como “come on baby, come on with me…”. Letras con un profundo significado metafórico, viniendo de un niño en edad escolar.

Lo cierto es que empecé a leer, empecé a escribir, y no paré más. Recuerdo con dolorosa nitidez el regalo que me hizo mi padre para mi cumpleaños número 10: un libro que era la colección completa de los cuentos de Hans Christian Andersen.

Y yo, como buen pichón de boludo, me enojé. Quería una pelota de fútbol. Nunca dejé de lamentar aquel berrinche infantil. Todavía me duele no haber abrazado a mi padre y decirle en el oído: Gracias Papá, acabas de abrirme las puertas.

Muchos años después de ese lamentable incidente, yo seguía leyendo y escribiendo. Y como estaba en la Escuela de Bellas Artes, armé un libro plagado de torturante tristeza, llanto, soledad e incomprensión.

Para ese entonces, yo escribía en una vieja Underwood. Pesada, oxidada y ruidosa. Volvía de emborracharme con mis amigos y continuaba haciéndolo sólo, en la cocina de mi casa. Tomaba whisky, lloraba y escribía.

Ese primer libro se llamó Soledades, y no pasó de ser una especie de revista fotocopiada en cuya carátula aparecía el primer plano de unas manos sosteniendo una reja. Así era mi ánimo por aquella época.

El tiempo pasó y de alguna manera la pasión por escribir fue dejada de lado por otras prioridades. Pero quedó guardada en un cajón, a la espera de tiempos más propicios.

Ese momento llegó muchísimos años después cuando en diciembre de 2014, armé lo que a la postre fue mi segundo libro: SIC (Soledades, Instrascendencias, Crónicas).

Había dejado de quejarme de mi soledad y había empezado a coquetear con el género de las crónicas. Me encantaba contar cosas que de verdad me pasaban en mis consuetudinarios paseos dominicales por Tristán Narvaja, o mis esporádicos por el Barrio de los Judíos. Un viaje a mi pueblo natal se mezcla en el libro con homenajes a mi padre y a mi madre, el dolor de sus partidas, y algunos poemas.

La portada de SIC mostraba un árbol de la vida, hecho por mi madre. Otro pequeño homenaje.

El tiempo, como no podía ser de otra manera, siguió su inexorable curso. Y un buen día me encontré jubilado, viviendo en un balneario solitario, construyendo una casa de barro junto a mi esposa, y escribiendo micro relatos de hasta 750 caracteres para un concurso semanal en una red social.

Resultó ser que mis pequeños relatos empezaron a gustar, a ganar esos mini concursos semanales, y a ser leídos por personas que no me conocen personalmente, que no me aprecian, que no conocieron a mis padres, en fin, lectores anónimos casi.

Así que decidí juntar algunos de esos micros, con algún otro material de otras características, y armar mi tercer libro: Dios existe, y otros cuentos.

Luego vinieron, en 2025,  la publicación de una anécdota en Orsai Sonoro, y la experiencia de una publicación colectiva de Editorial Orsai

sábado, 4 de junio de 2022

NO HAY FUTURO




Corría el año 2205 cuando decidí dejar de escribir. Lo recuerdo nítidamente. Fue una fría mañana de Junio cuando recibí aquel correo de mi agente editorial:

-Estimado Sr Hesse: necesitamos con suma urgencia un microrrelato futurista de no más de 750 caracteres. Para hoy mismo!.

Mi respuesta no se hizo esperar:

-Estimado agente: en primer lugar no me apure si me quiere sacar bueno. En segundo lugar, le informo que es humanamente imposible escribir un relato futurista con relativo éxito. Ya lo intentaron Asimov, Orwell, Huxley. Y le diré que fracasaron estrepitosamente. Por qué? Porque la literatura es reflejo de la realidad interna del autor. Siempre. Nadie puede escribir sobre algo que no vivió, ni sintió, ni adoleció. Todo lo que imaginamos es porque desde algún lugar y de alguna manera ya existe. Si está en el universo interno del autor ya existe. No es futuro. La literatura es realista o no es literatura. Muchas gracias 

Y no volví a escribir nunca más.

CALMA

 





Mi familia es una de esas familias muy silenciosas, hasta calladas en demasía a veces. Las conversaciones suelen ser en voz baja, respetando las opiniones de los demás, sin gritar.

Así fue siempre. Hasta que el sábado pasado una pequeña piedra desató la tormenta.

Resulta que mi cuñado, el menor, estaba parado junto a un ventanal. Computadora portátil en mano, se aprestaba a editar videos. Su pasatiempo favorito.

Mis suegros para descansar un poco de su ajetreada jornada, se habían sentado un rato en los sillones del living, dispuestos a saborear alguna delicia del séptimo arte.

Mientras mi otro cuñado, el mayor, estaba en su habitación hablando por teléfono; mi esposa y yo nos despedíamos para volver a casa.

Una escena familiar como tantas otras. Una noche tranquila como tantas otras. No faltaba incluso el enorme labrador negro durmiendo a los pies de mi suegra.

Cuando de repente, un estallido. Un vidrio enorme que se parte justo junto a la cabeza de mi cuñado, el menor.

-Una piedra! -gritó mi esposa

-Qué pasó?- gritó mi suegra

-No entiendo… -murmuró mi cuñadito

Mi suegro y yo no dimos demasiada bola. Y el enorme labrador negro, menos.

Mi otro cuñado, en el cuarto de al lado, ni se enteró.

Entonces cuál fue el caos? Se preguntará usted. No se precipite. Lo peor aún no había empezado.

-Hijos de puta!! Den la cara!! – empezó a gritar mi esposa, que había salido despavorida al patio, al ver que había sido una pedrada.

Yo, que para no ser menos y como me gusta jugar a los valientes, había salido a la calle; temía más a mi esposa que a los hipotéticos cacos. Sus gritos de verdad metían miedo. Para peor, estábamos en lados opuestos del cerco y ella sólo veía mi silueta.

-Me hiede la vida-pensé yo mientras me alejaba prudentemente hacia la esquina. Prefería enfrentarme a los maleantes que a la ira de mi esposa.

En eso estaba cuando se sienten otros gritos provenientes de adentro.

-Vengan!! Mamá se cayó!! Se quebró!! Se está desmayando!! Vengan!!

Mi cuñado mayor y yo, que estábamos en la calle, volvimos corriendo. El espectáculo era aterrador.

Mi suegra, en el afán de salir corriendo, se había tropezado con el enorme e imperturbable labrador negro y se había caído, golpeándose la rodilla.

Desesperada de dolor, gritaba y se quejaba mientras todos tratábamos infructuosamente que mantuviera la calma. O por lo menos que dejara de gritar. Que algo es algo.

Como no lo logramos, decidimos democráticamente que lo mejor era llamar a una emergencia móvil.

Al oír esto, mi suegro manteniendo la calma, corrió raudo y veloz al baño; de donde regresó armado de un poderoso desodorante de ambiente.

-A ver, Vieja!! Que te caíste justo arriba de la cucha del perro y tiene un olor insoportable!!!

Siempre digo lo mismo: la sabiduría consiste en mantener la calma en situaciones difíciles, y otro buen ejemplo es el de mi cuñado.

Mientras unos abanicábamos a mi suegra, otros le levantábamos los pies y mi suegro le tiraba desodorante de ambiente por arriba, mi cuñado tuvo el tino de llamar a una emergencia médica.

-Buenas noches, mi madre se cayó y creemos que se quebró. Está gritando de dolor y a punto de desmayarse. Puede enviar un médico?

-Buenas noches. La cédula de la señora?

-Perdón. Creo que no entendió bien. La señora, mi madre, está en el suelo gritando de dolor y a punto de desmayarse. Y usted pretende que yo le pregunte su número de cédula?

-Es el protocolo, señor. Sin el número de cédula no podemos atenderla.

-O sea que si en vez de una caída hubiera tenido un infarto, yo tendría que hacerle Reanimación Cardio Pulmonar con un desfibrilador, preguntarle el número de cédula, anotarlo en un papel para no olvidarme, y recién después ustedes podrían venir a atenderla?

 

Bueno, no sé si fue exactamente así el diálogo entre mi cuñado y la operadora, pero así lo imagino.

Calmo, equilibrado, centrado, sin gritos ni estridencias.

Como mi familia.

jueves, 26 de mayo de 2022

DESEXILIO



Cuando volví al pueblo, después de muchos años de exilio, lo primero que me llamó la atención fue el silencio de la estación de trenes. Cerrada, olvidada, oxidada y silenciosa, me decía que ya no había lugar para trenes acá. Tampoco para mí.
Pero yo no venía a ver trenes. Venía a verla a ella.
La tía Negra era la mejor cocinera del pueblo, por lejos. Hacía unos ñoquis de boniato como nunca más volví a comer en ninguna parte del mundo. Buñuelos de banana para la hora del mate, torta de naranja, una vianda para cuando salíamos de cacería o a pescar. Todo hecho con esas manos pequeñas, huesudas y nudosas como ramas.
No la encontré. Sólo quedaba la tapera ladeada, el techo de paja agujereado, las paredes de la cachimba derrumbadas, y en el fondo, entre el pasto, una cruz.
Ahí le dejé sus flores, junto al pañuelo blanco que me había dado cuando me fui del país.
Me fui caminando por la vía abandonada. Nunca volví.

miércoles, 18 de mayo de 2022

EXILIO




La puerta y la ventana. Sólo eso veía. La ventana con la vieja cortina floreada de alguna abuela muerta. Supe que hacía frío, porque sentía el agua contra los vidrios y adivinaba el viento sacudiendo los árboles. No necesité abrir los ojos.
La gata, echada a mi lado, dormía plácidamente. Tal vez soñando con ratones, árboles, y estufas a leña.
Ya no teníamos nada. Sólo esa pieza prestada. Nuestros sueños se habían transformado en huidas precipitadas, cajas y bolsas amontonadas, y un montón de frustración acumulada en un rincón, junto a mis discos y nuestros libros.
Y estaba ella. Guerrera, compañera, indomable. La que nunca se iba a dar por vencida. La que se había caído y levantado no sé cuantas veces. La que se había levantado temprano y ya estaba en plena faena.
Yo estaba cansado, desanimado y dolorido. Pero ella esperaba.
Entonces respiré hondo y me levanté, dispuesto a empezar de nuevo.

jueves, 14 de abril de 2022

EL COCINERO ALFA Y SU AYUDANTE BETO

 Dia complicado en el Restaurante Alfabético


-Agrégale boloñesa caliente, che!

-Deberíamos envasar fetuccini. Gracias

-Hoy incluimos jamón? 

-Kilos!

-La mierda! Nueve ñoquis ordenaron!

-Pará! Quieren ravioles sin tuco, un vino, whisky, xantia y zanahorias.

jueves, 24 de marzo de 2022

LA CUESTIÓN ES SI CREER O NO




Lo escuché en el barrio hoy de mañana. En lo de Don Antonio, en el almacén. No sé si será verdad, pero hablaban de una reciente investigación científica según la cual, parece, habrían demostrado la importancia del contacto humano en el fortalecimiento del sistema inmunológico. O algo así.

No sé yo, pero parece que cuando dos personas se abrazan e intercambian virus, bacterias, y todo eso, el cuerpo como que se va acostumbrando. Y después cuando uno se resfría queda en eso nomás, un resfrío. O como mucho una gripe. Parece que se dieron cuenta que le habían errado el biscochazo, y no había que aislarse sino abrazarse.

El más entusiasta en el almacén era el Bebe, que quería abrazar a toda costa a la Rosa, como para intercambiar bichos.

La verdad es que no sé si creerlo. Sobre todo viniendo del Bebe, que siempre fue loco de mentiroso.

Estoy deseando llegar a casa y prender la televisión, a ver si es verdad.

sábado, 19 de marzo de 2022

AÑO CORTO



Aquel año terminó antes de lo previsto. Es que ya no daba para más. La gente estaba harta de estar encerrada, los gurises ya habían pasado meses sin ir a clase, la gente se había gastado sus días de licencia, y para colmo el invierno había venido crudo, frio y lluvioso.
El Congreso de la República, reunido en sesión especial, había decretado el fin de año adelantado.
Como no podía ser de otra manera la oposición se opuso, que para eso estaba. La Asociación de Vendedores de Regalos de Navidad se puso de punta. Los que pusieron el grito en el cielo fueron los carnavaleros, que no iban a tener tiempo para ensayar!!
Hubo movilizaciones masivas, se juntaron firmas, se debatió en medios de comunicaciones, redes sociales y boliches.
Finalmente, para que la cosa no pasara a mayores, el parlamento decidió someter a plebiscito la decisión.
Ganaron los Terminacionistas, y el año terminó el 30 de Diciembre.

VIDA CONYUGAL



Este año comenzó mal. O bastante mal. O por lo menos no tan bien como él hubiera deseado. Una porquería, en realidad.
 Disputas, riñas, egos agrandados. No sirvieron de nada los pedidos de disculpas, las lágrimas, los arrepentimientos. 
-De eso siempre hubo, y nunca sirvió de nada-pensó él. Era más de lo mismo.
Ella aseguraba que estaba todo bien, que no pasaba nada, que solamente era cuestión de replantearse un poco la relación. Nada más.
-Me pide tiempo y espacio. Debe estar calculando la velocidad-bromeó él para sí mismo. No pensaba dirigirle la palabra. No por ahora. 
El, que ladraba más que hablar, seguía siendo el mismo de siempre. Gruñón y llorón. 
-No pasa nada, amor. Yo necesito mover un poco la cabeza, nada más. No te preocupes-dijo ella
El no le creyó. Y por las dudas, no la desató.

EL NENE



Este año comenzó con las clases de fotografía-le dije, tratando de apaciguarla
-Si, pero se fue como quince días para Cabo Polonio-me gruñó la madre
-Escuchame, Cristina, no podés ser tan exigente con el botija. Está haciendo el esfuerzo, dando lo mejor de sí
-Lo que tiene que hacer es laburar, Carlos!! Si hasta se debe estar drogando con todos esos hippies!!
-Qué se va a drogar! No creo. Debe caminar por la playa, meditar. Viste que esas cosas a él le gustan?
-Mirá Alberto, si ese guacho no empieza a trabajar este año te juro que lo agarro del cogote y lo echo a patadas de esta casa!!!
-Está bien. Tenés razón. Pero tenés que reconocer que es sanito. Juega al futbol 5, hace ejercicio, no tiene vicios
-Lo que no tiene es vergüenza!!! Vago de miércoles!!
-Bueno, no te pongas así. Apenas vuelva de las vacaciones yo hablo en la empresa a ver si hay lugar. Pero no es fácil, viste? Ya tiene 35 añitos el nene.

jueves, 10 de marzo de 2022

INMERSIÓN

 Cuando la vio por primera vez, supo que era ahí. Conoció la mar, así en femenino, a los cinco años. Venía del interior a pasar las vacaciones con su abuelo y vio la superficie azul, irisada, atrayendolo como un imán. Cuando muchos, muchisimos años más tarde se calzó el traje de buzo, la máscara, el chaleco, el tanque de aire comprimido, las aletas y los reguladores, tuvo la misma convicción. 

Era ahí. Se sumergió lentamente, pataleando sin apuro. No volvió la vista atrás,  porque sabía que vería el cielo líquido y más allá la vida que vivió. Siguió bajando, escuchando el silencio, mirando el balanceo de las algas, los cangrejos escondiéndose, los peces. Sólo escuchaba su respiración, que generaba un collar de perlas flotantes.

Llegó al fondo,  se sacó el chaleco y el tanque y los vio subir. Se acostó en el fondo a esperar, por fin, la paz.

lunes, 21 de febrero de 2022

DIOS EXISTE



DIOS EXISTE





A mí nunca me gustó mucho el fútbol, vamos a aclararlo.


Bueno, me gustaba sí. Un poco. Por supuesto que jugaba a la pelota, que es parecido al fútbol, en la calle. Con los gurises. A mí me gustaba ser defensa, arruinarle el pique al puntero, saltar y cabecear antes que le llegara al goleador de ellos, sacarla de punta y para arriba. Y si era necesario, pasaba la pelota, pero el jugador no. Eso era ley.


Había que avisar cuando pasaba gente, para tener cuidado. ¡¡Y sobre todo cuando venía el 405!! Ahí hasta había que sacar las piedras que formaban el arco.


Pero eso no era fútbol. Eso era jugar a la pelota en la calle, donde si te caías dejabas un pedazo de rodilla.


El fútbol de verdad se juega en canchas que tienen pasto, y arcos de verdad, y redes, y todo.


A una cancha de esas fui a parar, siendo poco más que adolescente, allá por los años ochenta y pico.


Un club de barrio, muy pobre, en la periferia de Montevideo. Huracán Buceo tenía una canchita a la que le habían puesto el grandilocuente nombre de Parque Huracán.


Tuve el placer de ir a un par de prácticas a probarme como defensa. Lateral izquierdo, más precisamente. Me gustaba salir jugando, asistir al puntero, cambiar de frente, ser más libre que siendo zaguero.


Mientras tanto existía también el fútbol espectáculo, el fútbol negocio. Ese no me gustaba. Nunca me gustó.


Salvo que jugara Uruguay. Ahí la cosa cambiaba. La Celeste, así con mayúscula, es otra cosa. Cuando juega la selección, se justifican las faltas al liceo, las llegadas tarde al laburo, los madrugones, las trasnochadas, lo que sea.


Así fue siempre, y así fue en España en el 82 y en México 86.


Y como no podía ser de otra manera, así fue en Italia en el 90.


A Uruguay, como siempre, le tocó con el anfitrión: España. Los otros integrantes del grupo eran Bélgica, Corea del Sur y nosotros.


El 12 de junio empatamos 0-0 con España, un embole. El 17 de junio marchamos con Bélgica 3-1, una paliza.


Nos faltaba jugar con Corea. Y si ganábamos, clasificábamos como terceros en el grupo.


Es así que el 21 de junio de 1990 Uruguay se enfrentaba a Corea del Sur por un pasaje a octavos de final del Mundial de Fútbol.


Muy lejos de allí, en una modesta casita del Balneario La Coronilla, en Rocha, Uruguay, dos hombres miraban el partido en un viejo televisor a blanco y negro, de 12 pulgadas. Se veía como espejo. Es decir, espantoso.


En la estufa a leña, dentro de una lata, burbujeaba un té de guaco y miel. Para ver si aflojaba un poco aquello que ambos tenían atravesado en la garganta.


Mi abuela había muerto en mi cama del barrio Buceo, en Montevideo, el 7 de junio. Ella iba regularmente a la capital a ver médicos, hacerse análisis, y esas cuestiones.


Cuando mi abuelo, que la había acompañado a Montevideo unos días antes, se volvía a Rocha, me dijo:


-Cuídame a la vieja. Yo vengo a buscarla la semana que viene.


Yo, que tenía 23 años y pocas palabras, debo haberle dicho:


-Bueno Bobó. Quédate tranquilo.


Pero mi abuela falleció allí, en mi cama, a mi cuidado.


Y por alguna razón que nunca comprendí me tocó la tarea de acompañar a mi abuelo en su duelo, allá en el invierno de La Coronilla.


El velatorio y el entierro fueron en Castillos. Y de ahí seguimos, mi abuelo y yo, sólos.


Uruguay ya había empatado y había perdido. Pero no me importaba.


Esos partidos pasaron sin pena ni gloria para mí, ocupado en ayudar a mi abuelo en las tareas cotidianas. Tomar mate, cortar leña, prender la estufa, ir al pueblo a comprar galleta, ordenar un poco la cabaña, y acompañarlo al Chuy a hacer el surtido. Hablamos poco y tomamos mucho, según recuerdo.


Pero ese jueves 21 de junio de 1990, Uruguay se jugaba el pasaje a la segunda ronda, y mi abuelo me dijo:


-Si quieres prende el televisor pa ver el partido. A mí no me molesta.


Estábamos los dos con la garganta cerrada, con una gripe machaza. La estufa prendida, el charope de guaco y miel, y el mate. Eran las cinco de la tarde cuando empezó el partido.

Uruguay jugó de blanco ese día, y tenía un cuadrazo: Fernando Alvez en el arco, Herrera, el Tano Gutierrez, el Hugo de León y Dominguez atrás. En el medio el Vasco Ostolaza, el Chueco Perdomo y Ruben Paz. Y adelante Francescoli, Sergio Martinez y Ruben Sosa.


En el segundo tiempo entró el Pato Aguilera por Ostolaza, y a los 62 minutos entró Daniel Fonseca en sustitución de Ruben Sosa.


Corea se aferraba al empate, que le servía. Uruguay necesitaba ganar. Si empatábamos quedábamos afuera. El tiempo se terminaba. Ya no había más cambios. Estábamos quedando eliminados.


Cuando le expliqué la situación a mi abuelo, Bobó, ni se inmutó. Sin mirarme, mirando al televisor, me dijo solamente:


-Si hay Dios, Uruguay va a hacer un gol.


Yo no contesté. Nunca supe si existía un dios, y mucho menos si tendría tiempo de ocuparse de un resultado deportivo. Pero no iba a contradecir a mi abuelo.


En el minuto 90, Alvez saca fuerte con el pie. La baja Francescoli. La pelota le llega a un jovencito Daniel Fonseca, que encara por derecha y le cortan el paso. Faul. Era la última. Se jugaban los descuentos.


Viene el centro pasado, al segundo palo. Cabecea Fonseca y goooooool de Uruguay!!


-Hay Dios!! ¡¡¡Hay Dios!!!- gritaba mi abuelo


-Gooooool -gritaba yo


Nos abrazamos llorando, mi abuelo y yo.


Lloramos mucho, mi abuelo y yo.


Abrazados, lloramos como nunca antes.


Por mi abuela, por él, por Uruguay, y porque descubrimos, ese día, que Dios existe.

 
 

 

Muerto el perro se acabó la rabia



Muerto el perro se acabó la rabia



Muerto el perro, se acabó la rabia?

No. Mentira. Muerto el perro se acabó el perro.

Pero sigue habiendo otros perros rabiosos. Y sigue habiendo rabia.

Y la rabia es contagiosa. Y así andamos, contagiados de rabia. Todos nosotros.

Pidiendo milicos en la calle, pidiendo muertes, compartiendo videos de asesinatos, muertos, suicidios y otras maravillas. Regocijándonos con muertes y desgracias.

-Que se lo coman los gusanos!! Grita uno

-Que se pudra en la cárcel!!! apoya otro

-Que salgan los milicos a la calle!! En seguida se termina todo!!!

Si. En seguida se termina todo. Ya lo sabemos... Se terminan todos los que andan de gorrito, los que usan el pelo de colores, los barbudos, los peludos, los hippies, los pobres, los homosexuales, los diferentes. Incluidos yo, mis hijos, mis sobrinos y sobrinas, mis cuñados y cuñadas, mis hermanos y hermanas, mis amigos... Y los tuyos...

Y así andamos, jugando con fuego. Tratando de combatir el odio con odio, y la rabia con rabia. Odiando al perro y haciéndole el juego al que inventó la rabia. Que fue el mismo que inventó el miedo.

Nos vendieron el miedo, nos vendieron la rabia, y ahora nosotros les pedimos que nos salven. Es joda? Mientras bailamos al ritmo de “si con otro pasas el rato, agrandamos el cuarto...” y otras exquisiteces. Mientras nos agarramos a trompadas por un cuadro de fútbol. O nos faltamos el respeto continuamente porque pensamos diferente. Nos discriminamos. Nos miramos con recelo. Nos burlamos. Nos criticamos. Nos odiamos. Nos indignamos con la muerte sólo si aparece en la tele o en las redes sociales. Nos indigna la injusticia cuando está de moda. Trepamos. Mentimos. Estafamos. Robamos. Envenenamos.

Podrá haber una masacre de perros. Pero hay rabia pa rato....

lunes, 7 de febrero de 2022

NADIE SABE DÓNDE VAN LOS PÁJAROS CUANDO MUEREN



NADIE SABE DÓNDE VAN LOS PÁJAROS CUANDO MUEREN

Rodríguez y Menéndez sudaban a mares moviendo piedras, cavando y cavando. El pozo estaba grande ya, pero faltaba un lote.

La batalla había sido sangrienta, y los muertos eran muchos. De ambos bandos. Sangre, lanzas, divisas, y caballos muertos tapizaban el campo, que había tomado una tonalidad rojiza. La sangre siempre tiene el mismo color, sea del bando que sea.

Por suerte, el general había dado la orden de dejar que los vencidos se llevaran a sus muertos. Si no, el trabajo iba a ser mucho más.

- Te quiero ver- dijo Rodríguez- Deja, deja. Menos mal que los del lao nuestro eran menos.

Menéndez no contestó, la mirada perdida en el cielo. Rodríguez sudaba y puteaba.

La orden era hacer un pozo grande y tirar los cuerpos adentro, sin más trámite.

-Van a terminar de una vez? O quieren que eso empiece a heder? Apúrense, carajo!!-escupió el capitán desde arriba del overo.

-Si señor, mi Capitán!! - murmuraron los dos soldados mientras agarraban las palas.

No tardó mucho Menéndez en soltarla, armar un tabaco y seguir con la vista allá arriba.

El sol seguía su recorrido y el cielo, igual que el campo de batalla,  se iba tiñendo de rojo.

-La puta que te parió, Menéndez!! Deja de jinetearme!! Tas mirando pa arriba hace rato y yo meta pala!!

Menéndez, apoyado en el mango de la pala, miraba al cielo. Ensimismado. Una bandada de pájaros negros cruzaba el cielo. Eran un lote. Hace rato que los miraba.

-Qué mierda miras pa arriba, cascarriento?

-Anda a saber dónde van los pájaros cuando mueren-dijo Menéndez.













jueves, 27 de enero de 2022

EL SINDROME DE LA HOJA EN BLANCO



Algo está sucediendo con el flaco, me parece.
Debe andar en algo raro. No sé. No me da bolilla.
Antes no pasaban un par de noches sin que me tocara. Lo juro.
A veces apasionadamente, casi lujurioso, pasaba horas conmigo. Más de dos veces amanecimos juntos, desvelados.
A veces con desgano, como por cumplir.
Pero era nuestro espacio, nuestro tiempo, nuestro ritual.
Ahora hace tiempo que no pasa por mi.
Yo estoy ahí, esperando, agitada, dispuesta. A veces en el suelo, a sus pies. No me avergüenza confesarlo.
Lo necesito. Es la razón de que yo esté aquí, con él.
Casi diría que es la razón por la que existo.
No sé cuánto tiempo más resistiré así, sin sentir sus manos grandes, a veces sus lágrimas sobre mí, el suave trazo de su bolígrafo sobre mí...

WALTER



Una luz encendida sobre el escritorio lleno de papeles.
Sobre la mesa, un plato con lentejas paradójicamente frías, un tapabocas y un gorro.
Eso fue todo lo que quedó en pie. O por lo menos lo único que encontró Marcelo cuando llegó a lo de su padre. El incendio consumió casi todo.
No era tanto lo que tenía su padre en la casa, después de todo. Sus pertenencias se puede decir que eran bastante exiguas.
Sus cuadernos de apuntes, algunas herramientas, una vieja radio a válvulas que se empeñaba en seguir pasando tangos a pesar de los años y los remiendos.
Marcelo odiaba esa radio. Le recordaba a su madre. Vieja, sucia, y remendada.
Ahora observa, entre el dolor y el alivio, los restos carbonizados de la radio, junto al cuerpo de su padre

miércoles, 26 de enero de 2022

CACERÍA



CACERÍA.

 Una luz lejana p`al lado del pueblo, era lo único que se veía, la oscuridad casi total.
 En lo profundo del pajonal sólo se escuchaba a los perros olisqueando,  hocico al viento.
 Carlitos y el Turco temblando de frío y de miedo esperaban al chancho agazapados, los dedos agarrotados en el gatillo de las escopetas. 
La de Carlitos era una 12, preciosa. La del Turco era una 16, prestada. –Ojo que es muy celosa! le advirtió el Yiyo.
 Habían estado tomando unos vinitos, pa agarrar coraje antes de salir. 
El monte cerrado, el frío cortante y el miedo apretaban. 
Cuando los perros ladraron y avanzó el hedor del chancho y el suelo tembló bajo 90 kilos de puro músculos atropellando, el fogonazo partió la oscuridad.
 Después, el silencio...
Dicen que todavía se lo ve de noche en el monte, buscando a su amigo. 
En esas noches en que sólo se ve una luz a lo lejos, allá p`al lado del pueblo.

UNA LUZ

 UNA LUZ

Una Luz me llevó en su vientre. Nueve largos meses pasaron. Otra luz me lastimó los ojos, mientras las manos de mi padre me sostenían. Muchos años más pasaron hasta que otra luz se los llevó. Con otra luz me iré yo, quién sabe cuándo...

lunes, 17 de enero de 2022

ENCIERRO

 

-          Y digo yo… ¿No se aburre, todo el día encerrado acá?

-          Jajajaja!!! – la risa del viejo retumbó en el arenal…

-          ¿De qué se ríe? ¡¡No le veo la gracia!!

-          ¿Encerrado? ¡Jajaja! ¡¡¡No tienes ni idea!!!  ¿Para ti esto es estar encerrado? ¡¡¡No me hagas reír mijo, que tengo el labio partido!!!

-          ¿Por qué dice eso? No entiendo, don… Disculpe…

-          Mijo: estar encerrado es otra cosa. Abre las orejas que te voy a explicar lo que es. Estar encerrado es no poder ver a tus hijos por días y días. Semanas y semanas enteras. Estar encerrado es poder hacer lo que se antoje con tu tiempo, y, sin embargo, no saber qué hacer… 

 Es no poder salir a caminar ni a correr ni a pescar ni nada. Es no poder ir a trabajar, es rezar pa que el pan que tienes en las casas te alcance, porque no puedes ir a comprar más.

-          

-          Estar encerrado, sin salir de tu casa, es preguntarte por qué. Es empezar a sentir bronca, impotencia, ganas de agarrar todo a patadas. Es sentir que te robaron lo más preciado que tienes: la libertad, tus hijos, tu profesión, todo…

-          

-          Una vuelta estuve encerrado de verdad. Un lote de días. Todo el pueblo estuvo encerrado. Parece que había aparecido un bicho, un virus, o algo así. Andaba todo el pueblo cagado hasta las patas. Así como lo oyes. Y cada uno se cuidaba a sí mismo, pero quería convencernos de que lo hacían por el otro. Nos decían que de esa salíamos todos juntos. Jaja… Dios colorao…

-          Ah, ¿sí?

-          Si, mijo. Te decían que era por los veteranos, que era por los dotores, pa que trabajaran menos, que era por los gurises chicos. Yo que sé… Pa mí que… Yo que sé…

Uno te decía una cosa, otro te decía otra. Que había que lavarse a cada rato, que había que cambiarse de zapatos a cada rato, que había que saludar de lejos...

Que había que lavarse con alcohol, sacarse la ropa a cada rato, usar máscaras…

Yo andaba muy caliente en esa época. Putiaba sólo, por los rincones. Con los científicos, con los políticos, con la gente que repetía bobadas, con todo el mundo…  Creo que lo peor era no poder saludar a nadie. No acariciarle la cabeza a un vecinito, saludar a un tío viejo de lejos, a un amigo de toda la vida con el codo, no poder abrazar a tu propio hijo... ¿Te imaginas? ¿Sabes lo que es eso? ¿Te haces una idea?

-          No me lo imagino… ¿Fue bravo?

-          ¡¡Bravazo!! Imagínate no poder darle un abrazo a alguien que quieres mucho. Calcúlale…Estuve un lote de días sin ver a mis gurises, que habían quedado en la casa de la madre.  Pa peor estaban estudiando ellos. Y no había escuela, liceo, nada. Todito parado. Ni fóbal había. Nada…

-          Ah, ¿no? ¿Fútbol tampoco? ¿Y algún toque para distraerse? ¡¡¡Yo me muero si no puedo tocar la viola!!!

-          ¡No! ¡¡¡Nadita!!! Era como estar esperando que pasara algo, pero no pasaba nada…

Uno buscaba soledad para escribir, por ejemplo, y no había. Uno buscaba sol, y no. Si quería aire puro, no había. Los jugadores de fóbal engordaban en las casas. Los bolicheros se fundían, porque ya ni borrachos había en la calle… No hubo cantores, ni malabaristas, ni nada. Yo hasta el día de hoy no sé cuál era la verdad de la milanesa.

A veces pienso que nos cagaron a mentiras. Porque uno te decía una cosa y otro te decía otra. Que máscara sí, que mascara no. Que alcohol sí, que alcohol no. Y así con todo. No dabas la ida por la venida haciéndole caso a todo el que opinaba. Todos sabían todo. Era como cuando todo el mundo opina de fobal, ¿viste?

Pero la gente se moría de verdad. Eso era lo peor.

Uno se cuidaba, y todo. Pero no entendía bien por qué.

Y a mi nunca me gustó que me arreen. No soy oveja.

Por las buenas, sí. Explíquenme. Déjenme dar una mano. ¡¡Si había gente más jodida que yo!! ¿Por qué no podía salir de las casas a ayudar a esa pobre gente? ¿Por qué yo no podía salir de las casas y ellos sí? ¿Por qué había que aplaudir a los dotores y no a los que juntaban la basura? O a los maestros, o a los otros terapeutas, ¿o a los que agachaban el lomo y seguían plantando?

 Pa qué carajo había que quedarse encerrado, si alguna vez íbamos a tener que volver a salir? ¿Y los que vivían de la pesca? ¿Y los que hacían changas? Cómo carajo esperaban que pararan la olla? Quédate en las casas, te decían por todos lados. Deja, deja…

Pero lo peor de lo peor era asomar la nariz por la puerta del rancho y no ver a nadie…

¡¡Dios colorado!! ¡¡Nadie en la calle!! ¡¡Metía miedo, mijo!! No sabes lo que era el silencio.

Parecía igualito a esas películas en las que se acaba el mundo, viste?

-          Si. He visto alguna…

-          Bueno, mijo. Parecía una película de ciencia ficción. Pero era peor. Era verdad…

-          Se ve que estuvo fea mismo. Si todavía se acuerda…

-          Fea es poco. Las verdades a medias. La sensación de que te usan. Una mierda, mijo. Pero lo peor era el encierro

Por eso ahora me gusta navegar. Cualquier día de estos me embarco y no vuelvo más...

 

La mirada del viejo se perdió en el mar, que rompía mansito.

Prendió el pucho, y ya no habló.

El gurí supo que algo seguía doliendo ahí adentro.

Pero no dijo nada.

¿Qué iba a decir?

domingo, 2 de enero de 2022

EL ÚLTIMO BESO



Trastos y más trastos se apilaban en el cuartito del fondo. Cajas de discos, algunas cajas de libros, una alfombra, un arpón, sillas, un sombrero de paja, un espejo, y más y más cajas ocupaban toda una pared y un poco más.

Hacía tiempo que esperaban por la mudanza, para recuperar esa música, esos recuerdos, esas historias.

Arriba del todo, entre un ventilador desarmado y una lámpara de pie, estaba la muñeca. Sucia, con poco pelo, cara regordeta y cuerpo de fieltro relleno de estopa.

-Me alcanzas esa muñeca, Abu?-preguntó la niña

-Claro, mija. Esperate a ver si me puedo subir a esa caja. Esta muñeca era de tu mamá. Cuando le apretabas la panza, te daba un beso y te decía: "Te quiero mucho". Ahora hace mucho tiempo que no marcha, y tu madre ya no está para jugar con ella.

-Y a quién le habrá dado el último beso, Abu?

-No digas nada, pero me lo dió a mi. Yo lo tengo guardado, para dárselo a tu mamá cuando vuelva.